Yrendague: épica batalla que aniquiló al invasor

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(Mayor de Inf. (SR) Julio P.M Saldívar, excombatiente de la Guerra del Chaco y Benemérito de la Patria).

A fines del año 1934, nuestro Ejército en la guerra del Chaco se encontraba en peor momento; el II Cuerpo del mismo, al mando del coronel Rafael Franco, se sostenía dificultosamente en La Faye, bebiendo agua salada y procurando detener la avalancha del Cuerpo de Caballería al mando del Coronel David Toro, que después de cercar dos de sus Divisiones en Ysyporenda, Algodonal y Yrendague, lo venía persiguiendo implacablemente hasta La Faye, luego de apoderarse de Picuiba.

Nuestro II Cuerpo de Ejército realizó una maniobra en retirada magnífica, teniendo en cuenta la superioridad numérica del enemigo y lo inhóspito del terreno en que operaba; pero perdió material especialmente de transportes y algunos armamentos pesados, lo cual no fue de consideración, teniendo en cuenta que los bolivianos eran como quince mil hombres y el aludido II Cuerpo de Ejército apenas se componía de cinco mil y pico, sin contar con la 8ª División, que se le había incorporado.

Pero el entonces general Estigarribia, nuestro Comandante en Jefe, demostrando toda su capacidad militar, decidió desbaratar el magnífico plan enemigo; primero concibió la brillante acción de “El Carmen” anulando esa amenaza con el menor costo en bajas paraguayas mediante una acción combinada del I Cuerpo de Ejército por el Sur y la 8ª División por el Norte, la que prestada del II Cuerpo de Ejército, actuó independientemente.

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Terminada la brillante acción de El Carmen, la 8ª División de Infantería pasa a depender nuevamente del II Cuerpo de Ejército, descansa y se reorganiza en Puesto Estrella; y se prepara para la inmortal acción de la retoma del Fortín Yrendague, para con ella destruir al famoso Cuerpo de Ejército del orgulloso Jefe boliviano Coronel David Toro. A continuación relatamos los pormenores de esa inolvidable acción realizada del 5 al 8 de diciembre de 1934 por esta Gran Unidad, al mando del viejo Garay, nuestro querido y valiente jefe divisionario.

Yrendague: hito de gloria

La misión era considerada inconcebible para algunos jefes paraguayos y más aún por los jefes bolivianos. Esos últimos, inclusive el coronel Toro, consideraron totalmente improbable que toda una División, una fuerza importante, toda una unidad de maniobra con su equipo completo, pudiera arriesgarse por la zona más desértica, inhóspita y seca del Chaco, en una marcha de casi setenta kilómetros, y atacar la base de aprovisionamiento y suministro de agua de todo un Cuerpo de Ejército victorioso y con elevada moral.

Dice un escritor y periodista el Dr. José María Rivarola Matto, en un escrito titulado “El contragolpe de Yrendagüe”:

“Tal vez de las órdenes emitidas en la Guerra del Chaco, por sus consecuencias terribles para toda una División librada a la ventura en pos de la victoria, por la inmensidad de la responsabilidad asumida, por su férrea determinación, ninguna alcanzó la energía y el arrojo imponente de éstas. Fueron órdenes percutivas, porque tuvieron la virtud de lanzar a las fuerzas detenidas en espera de agua hacia su problemático objetivo, aun a través de las agotadoras e inciertas condiciones de la marcha. Es obvio que un mandato de este cuño no se puede disparar sino en un arma del más duro, templado y noble metal, so pena de provocar una explosión inútil y peligrosa. La recámara de esa arma fueron el Cnel. Eugenio A. Garay y la 8ª División de Infantería, para imperecedera gloria y orgullo de este pequeño país virtuoso en heroísmo militar”.

Conforme a la responsabilidad que asumía el Cnel. Garay al dar cumplimiento a las órdenes del comandante del II Cuerpo, y a los riesgos que corría, el viejo y aguerrido soldado, reunió a unos oficiales del R.I. 18 (tenientes Escobar Rodas, Recalde y Molinas) y les dijo: “Ustedes representan el crédito y el honor del Pitiantuta y es ahora cuando van a demostrar lo que verdaderamente valen. Debemos estar preparados para repeler cualquier ataque. Cumpliremos nuestra misión, ocurra lo que ocurra”.

Como protagonista de la azarosa maniobra sobre Yrendague, como oficial del aguerrido Batallón 40 que marchó en punta y atacó y participó en las acciones de la captura del objetivo, pienso, al igual que muchos otros veteranos, que las órdenes recibidas por el coronel Garay, comandante de la 8ª División de Infantería; del coronel Franco, comandante del II Cuerpo de Ejército, fueron extremadamente violenta y difíciles de ejecutar, vistos los numerosos factores negativos que se oponían y la falta total de apoyo logístico; y creo con sinceridad que solamente un experimentado, valiente y afortunado guerrero como fue el coronel Garay, pudo haber aceptado con el estoicismo que lo hizo, y sin desmayos y con decisión y encarar su cumplimiento a pesar del riesgo calculado fría y serenamente, sobreponiéndose a su propia angustia al conducir a su Gran Unidad a una misión suicida.

Desarrollo de la marcha

El 5 de diciembre de 1934, a primera hora se dio comienzo a la inmortal, difícil, sacrificada y penosa marcha de la 8ª División de Infantería; la larga y sinuosa columna de hombres aguerridos y templados en cien acciones anteriores, marchaba silenciosamente rompiendo la maraña; desde un principio no se usó machetes para no hacer ruidos; no se fumaba porque el humo es muy visible por la observación aérea; no se hablaba sino en voz baja.

Cualquier novedad se transmitía de hombre a hombre haciendo correr la voz hasta donde estaba el jefe inmediato superior, el ritmo de marcha era de cincuenta minutos y diez de descanso, y es admirable cómo se cumplían estrictamente todas estas medidas de seguridad, pues todos teníamos una clara noción de la enorme responsabilidad que pesaba sobre nosotros en esas horas cruciales en que se buscaba la sorpresa y el triunfo a toda costa.

El armamento, la dotación de municiones, la ración de hierro, el agua en caramayolas y el equipo eran de un peso enorme para marchar a veces agachados para sortear las ramas espinosas de la maleza, y a medida que pasaban las horas tempranas, el calor se volvía sofocante y la falta de aire total en aquel monte bajo y se suelo arenoso.

Al promediar el segundo día de marcha, a pesar de las estrictas órdenes y la disciplina reinada entre estas tropas veteranas, muchos consumieron toda su ración de agua y comenzó a cundir el espanto indescriptible de la sed. Se detuvo la marcha, el Comando esperó a los aguateros que debían seguirnos y dio parte al Comando superior. El agua no llegó jamás, y en cambio se recibió orden terminante de seguir en pos del objetivo y de confiar en Dios. Así se hizo y prosiguió la marcha hasta que todo fue un verdadero vía crucis para los sedientos y agotados componentes de la sacrificada y heroica 8ª división de Infantería.

Muchos de los hombres caían vencidos por el agotamiento, vencidos por la sed, el calor sofocante y la maraña inhóspita; sucumbían después de agotar toda su voluntad, toda su moral. Todo su inmenso patriotismo; arrojaban sus equipos y todo lo que tenían menos su fusil y sus proyectiles. Estos magníficos soldados seguían tambaleando y, cuando caían, lo hacían abrazando su arma. Todo esto fue un espectáculo dantesco, desesperante y horroroso para los que aún teníamos energía de permanecer en pie. El jefe, el inolvidable Cnel. Garay, el más viejo de todos, seguía en pie, ordenando, ayudando y hasta rogando hacer un último esfuerzo y seguir adelante.

El ataque y la captura

La mayoría de los excombatientes y la gente en general creen que la verdadera acción de armas empieza en la madrugada del 8 de diciembre cuando el Regimiento Batallón 40 llega a su objetivo, y vemos que no es así, pues que primero se luchó contra el bosque bajo y espinoso, el calor, el candente sol, la incertidumbre, la horrible sed y el agotamiento físico.

La sorpresa de la guarnición del Fortín fue total, pero el enemigo resistió el primer ataque, y recién cuando se lo aisló por el corte de sus comunicaciones con el grueso de sus tropas y un asustado invasor boliviano quemó un parque de municiones, el enemigo cedió y huyeron los defensores del fortín rumbo a Carandayty. Así cayó Yrendague ese inolvidable 8 de diciembre de 1934; después de tanto sacrificio y penuria. La victoria final relativamente fue fácil, increíble e inesperada para los pocos efectivos de la 8ª División que llegaron finalmente al objetivo.

La retoma del Fortín Yrendague el 8 de diciembre de 1934 encomendada a la 8ª División de Infantería, fue una decisión sin retirada, fue una misión suicida, pero bien calculada y ejecutada, teniendo las consecuencia posibles que tendría para el enemigo considerando la naturaleza del terreno en que operaba. Cuando estos se dieron cuenta de la incursión, aunque no de su importancia, empezaron a intentar contrarrestarla y cortar su progresión, pero ya era tarde; si bien es cierto que impidió la llegada de los aguateros y cortó la columna, una parte de la División siguió adelante.

Como protagonista, afirmo que el coronel Garay, nuestro viejo jefe, se constituyó para todos en la energía impulsora de esa marcha, que se mantuvo firme en alcanzar el objetivo, pues cuando el peligro es latente y el momento difícil, el subalterno observa la actitud del jefe y se convierte en un reflejo fiel de sus reacciones.

El soldado sigue al jefe no solo por disciplina, amor propio y coraje, sino también buscando protección; y así también por confianza; pero si nota debilidad en él, es el primero en tener vacilaciones y en perder el control hasta la cobardía, porque se derrumba su fortaleza moral y hasta física.

Fue el coronel Garay el mejor ejemplo para todos en esas difíciles jornadas. Él sabía que nuestras flaquezas resultarían fatales para los hombres, por eso se sobrepuso a los desgarradores reclamos de sus estoicos soldados, ocultó sus padecimientos y los arengó siempre para darles ánimo y mantener firme su espíritu. En una palabra, no decayó jamás el espíritu del viejo y legendario guerrero.

Como oficial combatiente y protagonista desde el principio hasta el fin victorioso de la retoma del Fortín Yrendague y de sus pozos de agua, conocí todas las penurias, sacrificios y peligros de esa memorable acción de armas, viví la tragedia de la sed, el agotamiento, el hambre y el desgarrador espectáculo de gallardos mocetones vencidos por la naturaleza inhóspita y el calor terrible, pero vi también el portento que es esa máquina humana llamada hombre, cuando impulsado por la fuerza moral, el amor a la Patria y el respeto a su jefe, se sobreponía al impulso de una arenga, y eso lo consiguió el coronel Garay, anciano y magnífico jefe de la 8ª División, cuando todo era tragedia, sudor, hambre, sed, agotamiento y muerte. Puedo decir entonces que con su voluntad de acerco nos llevó a la difícil victoria.

Por la compilación: César Antonio Garay

Subteniente de Reserva

Ejército Nacional