Triunfo paraguayo en Curupayty

El jueves 22 de setiembre se cumplen 150 años de la victoria paraguaya en la batalla de Curupayty, durante la Guerra de la Triple Alianza. Un enfrentamiento cuyo resultado impactó negativamente en la moral aliada y le valió casi un año de inamovilidad en su campaña contra el Paraguay.

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Luego de la infructuosa entrevista llevada a cabo 10 días antes en Yataity Corá, los paraguayos fortificaron Curupayty, donde, aledaño al río, ya había trincheras destinadas a obstaculizar la navegación fluvial de los buques aliados.

La formidable fortificación paraguaya

Para la defensa del lugar, se construyeron más trincheras bien parapetadas, dotadas de fosas anteriores convenientemente fabricadas de puntiagudos maderos, y con un sinuoso diseño que exponía a los atacantes al fuego de los paraguayos desde sus flancos y hasta, en ciertos casos, por atrás.

Enfrente de las posiciones paraguayas se extendía un terreno surcado por arroyos y pantanos, cubierto de arbustos espinosos, entre los cuales se colocaron obstáculos artificiales, fosos, picanas puntiagudas y otras peligrosas trampas.

La fortificación paraguaya consistía en 90 cañones, algunos estaban dirigidos hacia el río y la mayoría, hacia el campo enemigo.

Las fuerzas paraguayas estaban integradas por más de 5000 soldados, divididos en siete batallones de infantería, comandados por el teniente coronel José Ramón González, y cuatro regimientos de caballería, dirigidos por el capitán Bernardino Caballero. El comandante supremo de la plaza fue el general José Eduvigis Díaz.

Las fuerzas aliadas

El ejército de la tríplice contaba con 20.000 hombres (10.000 brasileños, una cantidad cercana de argentinos y algunas unidades del Ejército oriental). Esta importante fuerza estaba apoyada por la poderosa flota imperial, con cinco acorazados, 14 cañoneras y tres lanchas.

El 17 de setiembre, Mitre quiso iniciar el ataque, pero las copiosas lluvias se lo impidieron. Por esta razón, los jefes brasileños pidieron que se aplazase.

Recién el 21 escampó. El bajo terreno circundante estaba anegado. Las trincheras paraguayas fueron puestas a punto para resistir el ataque enemigo.

La batalla de Curupayty

El ataque aliado comenzó a las 5:30 del 22 de setiembre. Las tropas aliadas empezaron a moverse rumbo al norte desde Curuzú y otros puntos hacia Curupayty. Los esteros, pantanos y campos anegados dificultaban la marcha, tanto de los infantes como de la caballería y, sobre todo, la artillería.

A las 7:00, los cañones de los buques imperiales iniciaron su andanada de cañonazos sobre la posición paraguaya, siendo respondida por la artillería paraguaya. Muy poco efecto tuvo el fuego enemigo sobre las posiciones paraguayas, excepto la destrucción de un cañón y la muerte del mayor Albertano Zayas.

La visual de los marinos aliados se veía obstaculizada por la topografía, vegetación del lugar y densa humareda ocasionada por el fuego, tanto enemigo como paraguayo.

Luego de más de cuatro horas de intenso fuego, el comandante Tamandaré, de la flota aliada, ordenó el cese sobre Curupayty. Había lanzado 5000 bombas contra las posiciones aliadas, muchas de ellas recuperadas y utilizadas por los paraguayos contra las fuerzas enemigas.

Terminado el duelo de la artillería naval, avanzaron los hombres a pie, abriéndose paso en el lodazal. Pese a ello, marchaban con festivo optimismo, sin tener en cuenta o ignorando el peligro que se cernía sobre ellos.

Pronto, las características del terreno les mostró el lado fastidioso de la marcha. Si no eran los esteros y fangos, eran los altos pastizales y enmarañados arbustos. A esto se sumaba el nutrido fuego de los paraguayos sobre las avanzadas aliadas, causando numerosas bajas en las fuerzas, que se mostraban casi imposibilitadas de defenderse, avanzando dificultosamente entre la cerrada humareda ocasionada por el fuego paraguayo.

Pronto empezaron a flaquear. Era muy difícil avanzar chapoteando en el lodazal, a merced de la fusilería paraguaya. Escribió el coronel Jorge Thompson: “Cuando se acercaron, pese a la gallarda manera en la que avanzaban, los aliados cayeron en desorden bajo el terrible fuego de artillería (…) que cruzaba desde todas partes…”.

Luego de fiera, aunque vana porfía, de marchas y contramarchas en el marco de dantescas escenas de sangre, horror y muerte, y ante la imposibilidad de tomar el baluarte paraguayo, sumado a la carga de la caballería guaraní, convirtiendo el escenario en una verdadera carnicería, con combatientes que intentaban huir y en su empeño se ahogaban en el río, se sumergían en los pantanos, o eran desmembrados inmisericordemente por las armas de los paraguayos.

Ante la imposibilidad de tomar la fortaleza de Curupayty, a las 16:00, el comandante Bartolomé Mitre ordenó la retirada general. El peso de una vergonzosa derrota cubrió la retirada.

Más de 2000 argentinos, entre muertos y heridos; igual cantidad de brasileños y, del lado paraguayo, 92 bajas –la mayoría alcanzada por las balas desde los buques atacantes– fue el resultado de esa sangrienta porfía, que en días más, el 22 de setiembre, recordamos su sesquicentenario.

Un aniversario que la indolencia paraguaya no es capaz de conmemorar con una fecha de feria y homenaje.

surucua@abc.com.py

Fotos ABC Color/Archivo.

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