Peeters, Schuiten, las estaciones de metro y el judío de Argel

Nacido de la amistad de François Schuiten y Benoît Peeters, el ciclo de novelas gráficas Las Ciudades Oscuras, que lleva dieciséis títulos desde 1982, ya es toda una leyenda del cómic.

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Dibujante, escenógrafo –y autor (atención, viajeros) de exposiciones fijas en dos estaciones de metro, Porte de Hal (Bruselas) y Arts et Métiers (París)–, el ganador del Grand Prix de la Ville d’Angoulême en el 2002 por su ópera omnia François Schuiten (Bruselas, 1956), alentado por su padre, el arquitecto Robert Schuiten, publicó a los diecisiete Mutation, su primer cómic, en el número 704 (mayo de 1973) de la revista Pilote. Su fecunda colaboración con Peeters comenzó en mayo de 1982 en la revista Á Suivre con Les murailles de Samaris (Las murallas de Samaris) –hoy comentada para los lectores de El Suplemento Cultural en la página 3 de esta edición–, primera historia del ciclo, virtualmente ilimitado y sin clausura posible, de Les Cités Obscures.

El escritor Benoît Peeters (París, 1956) estudió Filosofía en la Sorbona, hizo después una maestría en la École des Hautes Études en Sciences Sociales, bajo la dirección de Roland Barthes, y a los veinte años, en 1976, publicó Omnibus, su primera novela, que inició una escritura que suma ya sesenta títulos, entre los que cabe destacar su biografía de Derrida (2010), para escribir, la cual fue el primero en recorrer el archivo personal y el epistolario del que sin duda será recordado como uno de los filósofos más importantes del siglo XX. Precisamente, de ella elegimos un pasaje para aquellos de nuestros lectores que aún no la conozcan, a modo de aperitivo:

DERRIDA, «EL NEGRO»

«En 1930, el año de su nacimiento [el de Jacques Derrida], Argelia celebra con gran pompa el centenario de la conquista francesa. Durante su viaje, el presidente de la República, Gaston Doumergue, celebra “la admirable obra de colonización y civilización” realizada desde hacía un siglo. Ese momento es considerado por muchos como el apogeo de la Argelia francesa. [...] Allí, los “musulmanes” o “indígenas” –como se llama generalmente a los árabes son levemente minoritarios respecto de los “europeos”. La Argelia donde crecerá Jackie [hipocorístico familiar de Jacques Derrida] es una sociedad profundamente desigual [...]. Las comunidades se codean pero casi no se mezclan, sobre todo cuando se trata de casarse.

»Como muchas familias judías, los Derrida llegaron desde España mucho antes de la conquista francesa. Desde el comienzo mismo de la colonización, los judíos fueron considerados por las fuerzas de ocupación francesas como auxiliares y aliados potenciales, lo cual los alejó de los musulmanes, con los que hasta entonces se mezclaban. Otro acontecimiento va a separarlos aún más: el 24 de octubre de 1870, el ministro Adolphe Crémieux da su nombre al decreto que naturaliza en bloque a los treinta y cinco mil judíos que viven en Argelia […].

»Una de las consecuencias del decreto Crémieux es la creciente asimilación de los judíos en la vida francesa. Se conservan las tradiciones religiosas, pero en un espacio exclusivamente privado. Se afrancesan los nombres judíos o, como en la familia Derrida, se los relega a una discreta segunda posición. Se habla de “templo” antes que de “sinagoga”, de “comunión” antes que de “bar mitzvah”. El propio Derrida, mucho más atento a las cuestiones históricas de lo que se suele pensar, era muy sensible a esta evolución:

»“Participé de una extraordinaria transformación del judaísmo francés en Argelia: mis bisabuelos todavía eran muy cercanos a los árabes por la lengua, la ropa, etc. Después del decreto Crémieux (1870), a fines del siglo XIX, la generación siguiente se aburguesó: mi abuela [materna], aunque se había casado casi clandestinamente en el patio trasero de una alcaldía de Argel a causa de los pogromos (en pleno caso Dreyfus), ya criaba a sus hijas como burguesas parisinas (buenos modales del 16e arrondissement, clases de piano, etc.). Luego vino la generación de mis padres: pocos intelectuales, sobre todo comerciantes, modestos o no, de los cuales algunos ya explotaban la situación colonial convirtiéndose en representantes exclusivos de grandes marcas metropolitanas” (Jacques Derrida, Apprendre à vivre enfin. Entretien avec Jean Birnbaum, París, Galilée, 2005 [en español: Aprender por fin a vivir. Entrevista con Jean Birnbaum, Buenos Aires, Amorrortu, 2006]).

»El padre de Derrida, Haïm Aaron Prosper Charles, llamado Aimé, nació en Argel el 26 de septiembre de 1896. A los doce años entró como aprendiz en la casa de vinos y licores Tachet, donde trabajará toda su vida, como lo había hecho su propio padre, Abraham Derrida, y como lo había hecho el de Albert Camus, también empleado en una casa de vinos, en el puerto de Argel. En el período de entreguerras, la vid es la primera fuente de ingresos de Argelia y su viñedo es el cuarto del mundo.

»El 31 de octubre de 1923, Aimé se casa con Georgette Sultana Esther Safar, nacida el 23 de julio de 1901, hija de Moïse Safar (1870-1943) y Fortunée Temime (1880-1961). Su primer hijo, René Abraham, nace en 1925. Un segundo hijo, Paul Moïse, muere a los tres meses de edad, el 4 de septiembre de 1929, menos de un año antes del nacimiento de quien se convertirá en Jacques Derrida. Seguramente esto hará de él –escribirá en Circonfesión– “un preciado pero muy vulnerable intruso, un mortal de más, Élie amado en lugar de otro”.

»Jackie nace al amanecer del 15 de julio de 1930, en El Biar, en los altos de Argel, en una casa de vacaciones. Su madre se negó hasta último momento a interrumpir una partida de póker, un juego que seguirá siendo la pasión de su vida. El primer nombre del niño seguramente fue elegido en honor a Jackie Coogan, que tenía el papel protagónico en The Kid [El chico]. En el momento de la circuncisión, le dan también un segundo nombre, Élie, que no se inscribe en el registro civil, contrariamente al de su hermano y hermana.

»Hasta 1934, la familia vive en la ciudad, salvo durante los meses de verano. Viven en la calle Saint-Augustin, lo cual puede parecer demasiado bello para ser verdad, cuando se sabe de la importancia que tendrá el autor de las Confesiones en la obra de Derrida. De esta primera vivienda, donde sus padres pasaron nueve años, sólo conserva imágenes muy vagas: “Un vestíbulo oscuro, un almacén debajo de la casa”.

»Poco antes del nacimiento de un nuevo hijo, los Derrida se mudan a El Biar –“el pozo”, en árabe–, un suburbio más bien acomodado donde los niños podrán respirar. Se endeudan por largos años y compran un modesto chalé, en el número 13 de la calle Aurelle de Paladines. Situado “al borde de un barrio árabe y de un cementerio católico, al final del camino del Reposo”, cuenta con un jardín que más adelante recordará como “el Vergel”, el “Pardès” o “pardes”, como le gusta escribir, imagen tanto del Paraíso como del Gran Perdón y lugar esencial en la tradición de la Cábala.

»El nacimiento de su hermana Janine se corresponde con una anécdota que se hizo famosa en la familia, la primera “frase” de Derrida que llega hasta nosotros. Cuando sus abuelos lo hacen entrar en la habitación, le muestran un baúl, que contenía los elementos necesarios para un parto de la época, diciendo que su hermanita había venido de allí. Jackie se acerca a la cuna y mira a la niña antes de declarar: “Quiero que la pongan de nuevo en su valija”.

»A los cinco o seis años, Jackie es un niño muy simpático. Con un pequeño sombrero de paja en la cabeza, canta canciones de Maurice Chevalier durante las fiestas familiares. Suelen apodarlo le Négus [el negro], por la negrura de su piel».

(De: Benoît Peeters: Derrida, Buenos Aires, Fondo de Cultura Económica, 2013, 681 pp.) M. A.

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