“7 Cajas”, cinco años después

Ante el estreno de “Los Buscadores”, una nueva mirada al primer largometraje de Maneglia-Schémbori, un lustro después de su estreno y con su influencia en el cine paraguayo sintiéndose aún con fuerza.

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Ver los primeros minutos de 7 Cajas, allá por agosto de 2012, dejó inmediatamente una impresión que solo se vio reivindicada con una nueva visita a la película ahora, luego del estreno de Los Buscadores, pasados cinco años y luego de varios otros intentos locales de hacer cine “comercial” o de entretenimiento que, más allá de sus virtudes o defectos, no lograron el mismo efecto que el filme de Juan Carlos Maneglia y Tana Schémbori.

Decir que una película “está bien para ser paraguaya” ya no es válido. Con 7 Cajas recibimos un filme que, en nivel de entretenimiento, guión, actuaciones y aspectos técnicos podía codearse tranquilamente con producciones internacionales.

Maneglia y Schémbori crean un juego de gato (o gatos) y ratón en un ambiente que bien podría haber sido creado explícitamente para ser el escenario de una película como esta si no fuera un lugar real: el laberíntico mundo aparte que es el Mercado 4 de Asunción, un ecosistema urbano de pasillos entre infinitos puestos de venta de todo tipo de artículos que ofrece infinidades de escondites y muchos obstáculos para hacer de cualquier persecución algo emocionante.

Con una secuencia de imágenes en rápida sucesión nos metemos desde arriba en esa maraña de toldos y recorremos en flashes los pasillos y galerías que más tarde vamos a ver con más detenimiento, hasta centrarnos en Víctor (Celso Franco), un carretillero que, absorto en su sueño de verse en televisión, pierde un potencial trabajo.

Víctor es solo uno de los personajes que 7 Cajas nos presenta en rápida sucesión: Nelson (Víctor Sosa Traverzzi), otro carretillero en una situación más bien desesperada; Tamara (Nelly Dávalos), hermana de Víctor que trabaja en un restaurante de comida oriental y está pendiente de su amiga embarazada, solo por mencionar algunos de los principales impulsores de las tramas del filme que van cruzándose hasta unirse en el final.

En cierta medida todos los personajes de 7 Cajas son caricaturas, representaciones a grandes rasgos de la fauna humana paraguaya, pero actuados con una naturalidad que los hace creíbles y empáticos; el balance entre manierismos teatrales y sutileza natural es prácticamente perfecto con solo algunas excepciones, como el caso de Luis, el perpetuamente exasperado villano interpretado por Nico García, quien para nada es un mal actor pero que no logra sobreponerse al incomprensible aspecto caricaturesco con que el filme lo hace cargar.

Luis es solo uno de los ejemplos de cómo 7 Cajas dista de ser perfecta: una banda sonora de Fran Villalba que por momentos parece desmedidamente desesperada por transmitir tensión o sorpresa hasta el punto de que vuelve demasiado pesadas algunas escenas; o ciertas acciones que tienen sentido para impulsar la historia pero no en el contexto de la historia en sí; por ejemplo, Víctor y Liz (Lali González) deciden tener una carrera hasta la estatua de la Virgen cuando saben que hay una pandilla de criminales cazándolos.

Pero al final el peso de todo lo que 7 Cajas hacía bien neutralizaba por completo esas imperfecciones.

A primera vista lo más llamativo de 7 Cajas es la acción y, más que nada, la forma en la que la acción está filmada. Valiéndose de las posibilidades únicas que brinda el Mercado, con estrechos pasillos llenos de obstáculos y agudas esquinas, Maneglia y Schémbori arman algunas secuencias sencillamente espectaculares en las que la cámara zigzaguea entre mesas, se adhiere al rostro de Víctor para mostrarnos en primer plano su desesperación, o adopta ángulos propios de una persecución automovilística a la hora de tomar una curva particularmente difícil.

Hay un dinamismo y un propósito en los movimientos y las tomas que hace la cámara en las secuencias de acción de 7 Cajas que no dudaría en comparar con la forma en que Gareth Evans se mueve con sus peleadores en las increíbles – y similarmente filmadas con cámara en mano – peleas de sus dos películas The Raid.

Entretenido de una forma memorable, icónico de una forma genuina, lleno de un nivel de acción que no habíamos visto antes en el cine local – y, para ser sinceros, todavía no volvimos a ver después – y con un guión que entrelaza elegantemente varias historias y personajes sin fallarle a casi ninguno.

7 Cajas puso la vara para el cine paraguayo a la altura que su público merece.

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