Crucificado, preso y absuelto

Andrés López Contrera perdió su casa, su familia, su vida, estuvo preso casi un lustro por una sustancia que no resultó ser lo que la Senad sostuvo. El fiscal de su caso hoy es Ministro del Interior, mientras él lucha por seguir adelante.

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“Yo siempre me declaraba inocente, desde el principio, y todo ese tiempo el fiscal (de aquél entonces) Francisco De Vargas quiso condenarme por algo que nunca cometí. Siempre pedí mi libertad y después de 4 años y 6 meses, violando todos mis derechos procesales, me llevaron en juicio oral”, nos dice Andrés, un humilde trabajador que sin antecedente alguno, un día normal vio cómo toda su vida se desdibujaba una tarde de marzo en una parada de colectivo limpeña.

Andrés López era pintor y electricista pero en el año 2009 se hallaba en el mundo del comercio de pequeña escala, por lo que con frecuencia viajaba a la vecina ciudad argentina de Clorinda para abastecerse de productos. En la calurosa siesta del 3 de marzo, alrededor de las 14:00 esperaba el colectivo en una parada de Piquete Cué, ciudad de Limpio, para ir a cobrar a algunos clientes pero lo que llegó hasta él más bien fue una desgraciada acción, tal vez por encontrarse en el lugar y momento equivocado.

“Estaba esperando colectivo en la parada frente a un shopping que está camino a Piquete Cué - había una persona a mi lado - cuando llegó un vehículo verde que se quedó en frente, se bajaron personas con pistola en la mano diciéndome que no me mueva, en ese instante el que estaba a mi lado corrió y me altearon y dijeron ‘¿dónde está el paquete?’ Yo le respondí ‘¿qué paquete?’, en eso ellos me pusieron boca para bajo después de un minuto vi que ellos estaban agarrando un paquete y dijeron que ese paquete era mío, yo le respondí que no pero me golpearon, después de una hora me llevaron en la Senad”, es lo que recuerda de aquel día.

94.4 gramos de clorhidrato de cocaína - sustancia pura de la droga - es lo que contenía el paquete incautado supuestamente del poder de López durante un operativo encabezado por De Vargas, según informó aquella vez la Secretaría Nacional Antidrogas (Senad), según aquella breve información proveída por la institución, noticia que por la escasez de detalles pasó prácticamente inadvertida y por la cantidad de la sustancia careció de interés para la prensa, pero para el afectado fue el fin de todo lo que conocía como vida normal.

“El paquete nunca ví” afirma tajantemente y sostiene que lo encontraron a un lado suyo, no en su bolsillo como asegura el informe oficial. Tras su detención, pasó dos noches en la base de la Senad y luego fue llevado al sitio donde pasaría los siguientes cuatro años y medio, la Penitenciaría Nacional de Tacumbú. “Y encerrado ni yo se lo que pasaba, parece una pesadilla para mi”.

En efecto según se informó a la prensa en un primer momento, el sospechoso paquete fue confiscado de uno de sus bolsillos, aunque en el juicio oral y público manifestaron que el acusado no lo traía consigo, sino que estaba a su lado - o detrás de él - “posiblemente oculto” y pasó a ser atribuido a su propiedad, pues el detenido coincidía con las supuestas características físicas de un proveedor de droga de la zona, que andaban buscando.

En la mañana del tercer día tras su detención, fue depositado en el pabellón 1 de la Penitenciaría de Tacumbú, escenario del deterioro absoluto de su situación, ya que cada momento debía estar alerta por su propia seguridad. Recién llegado ya tuvo que protegerse de los reos más conflictivos. “Me pidieron mil’i y le dije no tengo y me dice el muchacho ‘¿cómo no vas a tener, nde pyahu?’ y le dije no te daré. Ahí sacó un cuchillo y me quería clavar pero me defendí, agarré un palo y ahí él se tranquilizó. Fue tremendo”, recuerda con cierta incomodidad ese encuentro con un ‘pasillero’ tipo de internos que son confinados a los sectores más congestionados de la prisión, sin siquiera tener una celda.

“Adentro no hay control sobre la seguridad, uno debe defenderse como pueda, es como estar en una guerra, el más fuerte vive y los funcionario te maltratan. No hay inocentes para ellos, todos son iguales”.

Desde ese sitio atestiguó lo que es un “secreto a voces” pero resulta imposible ser demostrado, por lo que siempre queda como una mera anécdota - salvo la revelación de lujos en los que vivía el poderoso narcotraficante Jarvis Chimenes Pavao - la división de clase entre internos.

“Cuando entré me llevaron directo al pabellón uno, en el último porque no tenía dinero para pagar para quedarme en el frente” cuenta, la comodidad dentro de esa pequeña polis de unos cuantos miles de habitantes se define por la cantidad de dinero que puedas proporcionar a ciertos funcionarios. En el frente se paga dos millones para baldosería y para al lado VIP es desde tres millones. En el sector donde están los mafiosos es mucho más caro pero si o si uno paga para que ellos te acomoden, de acuerdo a tu bolsillo. 300 mil pagué yo, porque si no tenés para pagar, ellos te mandan en el pasillo junto con los adictos (...) Esa paga es hasta que ellos decidan, todo es chantaje”.

Pese a la indeseable experiencia de vivir en la cárcel, pudo encontrar un hálito de esperanza. “Había una persona presa, que es de mi ciudad Curuguaty, y fui junto con el después del tercer mes al pabellón Libertad”, gracias a las gestiones de un primo suyo, que actuó como su abogado, Dante Freire “Desde que entré enseñé en la escuela porque en una época fui profesor allá por el año 1997, enseñaba en una escuela en mi ciudad, pero lo había dejado porque no había rubro”.

Carlos Pata (+) es el compueblano que lo ‘apadrinó’ en el pabellón Libertad. “Me facilitaba piezas de cuero de vaca que ya no utilizaba más y yo practiqué para coser a mano, hacía carteras, sombreros, llaveros, forraba termos y todo tipo de trabajo durante mi estadía”.

Cuenta que una vez dentro de ese confortante sector participó de varios cursos de capacitación impulsados por la Universidad Autónoma Asunción, el Centro Cultural de España Juan de Salazar y la Universidad Nacional de Asunción. Aprendió artes plásticas y literatura, entre otros.

“Trabajaba de siete de la mañana hasta la ocho de la noche, tenía mi equipo de trabajo de artesanía en cuero y en eso me mantenía, hacía los trabajo de termos, pistoleras, cintos, billeteras y muchas cosa para sobrevivir, por que ahí adentro es cara la vida: 30 mil guaraníes por día era el gasto, yo tenía que cocinar para mi comida y además hay televisión por cable - eso se paga semanal - y para tener celular se paga diez mil por día. Cuando venía de visita mi ahora exmujer con mi hija, lo que me sobraba le daba a ella para ayudar".


Encerrado por cuatro años y cansado de que su proceso flote en la nebulosa, decidió hacer una huelga de hambre durante dos meses, convencido que nada era peor que seguir a merced de la negligencia judicial, con lo que consiguió que el 8 de junio del 2013 elevaran su causa a juicio oral y público.

“El juez pidió que se haga la prueba de narcotest a la sustancia que ellos encontraron - como dice los agentes, a mi lado - no era cocaína, era basura que nunca vi. Me plantaron y el fiscal (Marcelo) Pecci, quien llevó el caso tras la asunción de De Vargas como titular de la Senad, pidió mi libertad y los jueces liberaron de sin culpa y pena, salí libre de ese calvario”.

En efecto, según la sentencia definitiva el paquete que según el procedimiento estaba debajo o detrás del sospechoso, contenía 94.6 gramos de una mezcla de lidocaína y cafeína, sustancias que no están controladas. La primera se emplea comúnmente pro profesionales odontólogos para suministrar anestesia local, y la segunda para agregar a bebidas suplementos alimenticios y productos herbales, entre otros.

El tormento acabó 16 junio el 2009.

“La Justicia actúa rápido para que te metan preso ya seas inocente o culpable, pero en mi caso salí sin culpa y me tiraron como perro, después me dijeron ‘eres inocente y podés salir’, como si fuera que no haya pasado nada. Yo me quedé sin nada, perdí mi familia, ni hogar, todo. Salí con mi ropa puesta, era lo único que tenía. Soy un luchador tengo siempre la mente positivo, por eso sigo adelante”.

Estando encerrado perdió a su esposa - con quien tuvo una niña -, perdió su casa, por lo que tuvo que volver con sus padres a Curuguaty. Tiempo después se enamoró de una maestra, con quien tuvo a su segunda hija. A inicios del 2016 tuvo que viajar a Bolivia para trabajar, país desde donde nos relató su historia. 

Tras perder cuatro años y medio de su vida, presentó una demanda de indemnización contra el Estado paraguayo por la suma de 3.500.000.000 guaraníes, actualmente congelado por falta de recursos para costear un abogado.

“No hay dinero en el mundo que pueda devolverme lo que me hizo este ministro Francisco de Vargas, me debe una vida entera ese señor, he sufrido durante casi cinco años privándome mi libertad injustamente, pasando frío, hambre, sufriendo física y psicológicamente haciendo sufrir a mi familia, perder mi casa, mi familia y todo eso no tiene precio”, asegura Andrés López.

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