Lo que el agua no pudo llevar

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Aunque amenazó con arrasar con todo, la inundación no pudo detener el trabajo de Marisa Román, quien está al frente del Comedor de los Abuelos, un emprendimiento comunitario que alimenta y brinda amor a 30 adultos mayores en el Bañado Sur.

Cuando la lluvia de verano trajo la crecida, la desesperante crecida que los llenó de angustia, todos los de la cuadra de 41 Proyectada y Capitán Figari, en el barrio San Cayetano, del Bañado Sur, tuvieron que mudarse. Intentaron resistir, pero no había de otra, las aguas invadieron sus casitas. Así que subieron a las canoas y se llevaron lo que podían. Muchas cosas se perdieron, pero ya no importaba. Cuando llevás toda una vida afrontando una crecida tras otra, ya no duele tanto perder bienes materiales, porque en el fondo, siempre se sobrevive, y ellos saben que lo material, tarde o temprano, se recupera.

Augusto Roa Bastos habló alguna vez de una isla rodeada de tierra. Quizá el escritor no imaginó en ese momento que, años después, existirían compatriotas viviendo rodeados de agua. Refugiados en medio de las aguas.

Numerosos jóvenes que conocen la causa de Marisa se acercan a entregarle donaciones

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Todos se iban. Cada día, la comunidad quedaba más y más despoblada. En medio de este éxodo, Marisa Román (50) estaba muy preocupada. Ella es dirigente vecinal y lleva adelante el Comedor de los Abuelos Sagrada Familia, un centro que alimenta diariamente a 30 adultos mayores que no tienen ingresos.

Faltaban pocos metros para que el agua llegara hasta el comedor, y hasta el centro de rehabilitación para personas con discapacidad que se encuentra al lado, y con el que trabajan en conjunto.

Si la crecida los alcanzaba, ¿qué pasaría con abuelos desamparados? ¿A dónde irían a parar los jóvenes que a duras penas se están rehabilitando en medio de las grandes necesidades que tienen? Todo esto se preguntaba Marisa.

Durante varias noches reflexionó y rezó, hasta que ocurrió lo que ella misma define como “un milagro”. “Tanto le pedimos al Señor que el agua se quede, y se quedó”. Solo al comedor y al centro no les tomó el agua. Alrededor, quedó todo inundado. Una isla rodeada de agua…

Las aguas no pudieron detener la obra de Marisa Román, quien sigue alimentando a los abuelitos

 

Desde entonces, en medio de la crecida, de las electrocuciones, de la desesperación y el sufrimiento, Marisa y sus colaboradores continuaron con la misión que, según cuenta, hace 12 años recibió de parte de “el Señor”, luego de tres días de oración y silencio absoluto, en los que le preguntó a su Dios cómo podía servir a su comunidad. Y asegura que recibió la respuesta. El proyecto inició de la mano del sacerdote José Pepe Valpuesta, quien partió hace un año, pero quienes trabajan en el emprendimiento aseguran que les dejó todo su espíritu de lucha y solidaridad.

Los abuelos que asisten diariamente al Comedor Sagrada Familia tienen historias muy parecidas. Además de ser de escasos recursos, muchos de ellos fueron dejados de lado por sus hijos y nietos, abandonados a su suerte en la soledad de sus precarias casas, mientras los más jóvenes iban en busca de un mejor futuro sin tenerlos en cuenta.

Por eso es que para Marisa es tan importante este trabajo. Más allá de alimentarlos, la misión implica crear un espacio ameno, donde los abuelos se sientan a gusto, puedan compartir anécdotas y hacer amigos. En fin, aplacar un poco esa inmensa soledad que a veces, en las noches, irrumpe en sus sueños.

A pesar de que se advertían de los peligros de permanecer en las zonas inundables, sobre todo después de la serie de accidentes por electrocución que se registraron a consecuencia de la utilización de energía eléctrica, Marisa continuó la obra. En estos días, nos dice que ya pasó lo peor, y que eso les permite trabajar con más tranquilidad.

Los almuerzos en el Comedor de los Abuelos son gratuitos, y todos los recursos se consiguen por medio de la autogestión de la comunidad.

Si bien son muchas las personas que donan víveres y ayudan de distintas maneras, las que cocinan los alimentos son solamente Marisa y dos de sus hijas. El trabajo es mucho, pero Marisa asegura que, al ver cubierta al menos una parte de la necesidad de su comunidad, no se siente cansada, sino satisfecha.

En medio de las numerosas necesidades, en el comedor dan todo de sí para atender a los abuelos con todo el cariño y el buen trato que les es posible. Afortunadamente, el amor no cuesta dinero.

Además de los 30 abuelos que van cada día a almorzar al centro, están otros 72 adultos mayores que ya no pueden movilizarse por sus propios medios, y están en cama por distintas enfermedades. A estos tampoco los olvidan. Los visitan diariamente en sus hogares, llevándoles no solo alimentos, sino otros artículos indispensables, como pañales.

Si bien la necesidad que vio en su barrio fue la que la impulsó a emprender este servicio comunitario, existe otro motivo que hizo de Marisa una persona mucho con predisposición natural a luchar por los más necesitados: su hija Heidi, una niña de 16 años que nació con hipoacusia severa (sordera). Desde que su pequeña nació, Marisa recorrió numerosas instituciones buscando un tratamiento y una educación inclusiva para su hija. Fue así como conoció a muchas personas de organizaciones sociales, con quienes empezó a establecer contacto. Pronto le nació la impronta solidaria.

Heidi no escucha, pero aprendió a conversar a su manera, leyendo los labios e intentando pronunciar palabras.

El Estado siempre está ausente, pero a estas alturas, y con la admirable organización comunal que tienen, reconocen que ya no esperan nada. Entre las organizaciones que los respaldan con recursos se encuentra la Fundación San Rafael, del padre Aldo Trento, que cada fin de semana, les donan ropas usadas para que ellos puedan darles el mejor uso posible.

Hubo un tiempo en que los abuelos beneficiarios del servicio de almuerzos eran muchos más, pero después comenzaron a cobrar sus pensiones ya sea de adultos mayores o del programa Tekoporã, muchos dejaron de venir. “Se les dice que si no se quedan a cocinar en sus casas, se les va a quitar la ayuda, que es de G. 450.000, y ellos no quieren perderla”, lamenta Marisa que sabe que en su barrio hay mucha pobreza y desea que todos los abuelos que lo deseen vengan a almorzar en comunidad, sin importar si percibe o no otros ingresos.

Marisa nos cuenta que ella y sus vecinos ya pasaron por muchos momentos difíciles, pero, si hay algo que les duele, es la discriminación. “Muchos nos juzgan dicen que somos ratas, lacras de la sociedad, que vivimos así porque queremos. Eso lastima, porque a pesar de ser pobres, somos más honestos y solidarios que mucha gente”, manifestó la mujer.

Si tuviera que realizar un pedido al gobierno, Marisa les solicitaría solo una cosa: “Un proyecto desde la gente, con la gente. No es que desde arriba van a venir a proyectar y a decir ´Ustedes van a salir de acá´. Nosotros hicimos el Bañado, no nos pueden quitar de acá”, aseveró.

Además de la autogestión, otra de las claves que mantiene en pie el emprendimiento del comedor para abuelos, es la promoción del voluntariado. Son numerosos los jóvenes que se encuentran motivados y entregan todo de ellos a la causa.

La obra comunitaria del Bañado Sur comenzó con el padre José Valpuesta, quien partió hace un año

 

Ahora que el agua está bajando, Marisa invita a todas las personas que deseen colaborar con su proyecto, primero que nada, a “bajar al Bañado Sur” realizar una visita y conocer la realidad de sus habitantes.

“Antes que pedir ayuda, queremos que vengan a vernos, más allá de haber visto en la prensa lo que hacemos, visiten a los abuelos, a los chicos del centro de rehabilitación. A veces la gente da por dar, porque le sobra, pero yo les invito a comprometerse de verdad”, expresó Marisa.

Si querés visitar el Bañado para conocer el trabajo social de Marisa y sus vecinos, comunicate al teléfono: (0981) 459-497