El dolor de un padre

El crimen organizado ha despojado a don Pablo Medina Bernal de manera directa de tres de sus hijos y de forma indirecta a su esposa, quien no aguantó el dolor de la pérdida del último de ellos. Aún así, él mantiene las fuerzas para clamar por justicia.

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A pesar de los años, se mueve con agilidad. Sin demasiado esfuerzo cruza en el espacio que se dejó en el alambrado colocado justo enfrente al panteón de paredes azuladas ubicado en la primera fila de construcciones del cementerio del Capiibary.

Sin decir una sola palabra, saca un llavero de su bolsillo y abre la puerta. Avanza en silencio. “Acá está su amigo Pablo”, dice mientras acomoda la bandera del club Guaraní que cubre uno de los ataúdes ubicados en el interior del panteón. La voz se le corta y en sus ojos la melancolía asoma.

Un estremecimiento recorre al grupo que observa silencioso. Nadie se atreve siquiera a respirar fuerte para no molestar el momento en el que un padre relata el dolor lacerante que lo aqueja desde hace un año.

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El festejo había llegado un poco retrasado. Pero por fin se pudo organizar la reunión familiar en la casa de los Medina Velázquez en Capiibary. Entre los varios motivos de celebración estaba el día del periodista, la profesión que había decidido adoptar Pablo, uno de los hijos de la casa.

Entre los invitados estaba Alberto Núñez, con quien Pablo llevaba años compartiendo coberturas y amistad -él era corresponsal de ABC Color y Alberto, del Grupo Nación-. Habiendo nacido y crecido en la misma ciudad, cuando las vueltas de la vida los hicieron escoger la misma profesión, terminaron congeniando muy rápido.

Mientras se encontraban en la mesa, el celular de Pablo sonó. Como era habitual, contestó enseguida.

- “¿Dónde estás Pablo?”, le preguntó la voz al otro lado del teléfono.

- “Acá estoy en la casa de papá. Estamos compartiendo por el día del periodista. Ro’u ryguasu re’ongue”, respondió él.

En aquellos días, acababan de matar a un periodista en Pedro Juan Caballero por denunciar el actuar de los grupos vinculados al narcotráfico, un trabajo muy parecido al que realizaba Pablo. El tema no tardó mucho en salir.

“Está demasiado feo esto”. Don Pablo Medina Bernal, padre del corresponsal de ABC Color, no podía ocultar la preocupación que lo embargaba una vez más. “Cuidate Pablo. De una vez por todas, renunciá”, le insistió a su hijo.

- “No papá, no voy a renunciar. Yo me voy a quedar ahí y si me van a matar, me van a matar”, le respondió enseguida.

Como tantas otras veces, la cuestión quedó ahí. Es que sus hijos ya eran hombres y don Pablo no tenía otra más que aceptar las decisiones que habían tomado, aunque muchas veces esas le generaban momentos de enormes angustia.

Pablo, su hijo, era un apasionado por el periodismo y decidió mantenerse en su pasión. Hasta que le terminó costando la vida, en un solitario camino del distrito de Villa Ygatimí, departamento de Canindeyú, a unos 120 kilómetros de la casa de su papá.

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La vida no ha sido nada fácil en los últimos 15 años para don Pablo Medina Bernal. A sus 76 años, debe encontrar fuerzas para seguir luego de que el crimen organizado le arrebatara a tres de sus hijos y a su esposa. Dos de ellos, con apenas meses de diferencia.

Don Pablo vive en una humilde casa de madera en la compañía 1° de Marzo, a unos cinco kilómetros del casco urbano de Capiibary, un distrito del departamento de San Pedro ubicado en el límite con los departamentos de Caaguazú y Canindeyú. Por la ruta X “Las Residentas”, que atraviesa la ciudad, es habitual ver camiones repletos de rollos de madera extraídos de los pocos bosques que aún quedan en pie en la zona. Por su ubicación geográfica, es habitual que por allí transiten traficantes de madera y narcos en su camino hacia la frontera seca con Brasil, a unos 140 kilómetros.

El primer golpe que el crimen organizado le dio a su familia llegó en 2001. Su hijo Salvador, director de una pequeña radio comunitaria, era asesinado a menos de un kilómetro de su casa por traficantes de rollos molestos por las denuncias que realizaba.

En el lugar, un solitario y desvencijado nicho recuerda el sitio exacto en el que Salvador fue asesinado, a un costado del camino de tierra.

Un año después, otro de sus hijos, Digno Salomón, caía bajo las balas de narcotraficantes. Cuentan los que conocen desde aquellos días a Pablo, el periodista, que nada le importó para tomar el cuerpo de su hermano, alzarlo a su camioneta y llevarlo, ante la inacción de la Policía.

Con esos antecedentes, era entendible que don Pablo le insistiera tanto a su hijo que dejara la profesión que tanto le apasionaba. Más aún porque sabía que el miedo también lo invadía a él, aunque nunca lo suficiente como para que se quedara callado.

“¿Muchas veces le dijiste a Pablo que dejara el periodismo?”, le preguntamos

-“Sí, muchas”. La respuesta llega enseguida. “Muchas”, vuelve a agregar.

- “¿Por qué don Pablo?”

- “Y chamigo…porque era peligroso y ya le habían marcado. Él se enfrentaba a grandes. Los traficantes de marihuana son grandes. Él no agarraba la plata de ellos, por eso le querellaron una vez”.

Recuerda la vez en la que Vilmar “Neneco” Acosta Márques, entonces intendente de Ypejhú -un distrito ubicado en la frontera seca con Brasil y punto clave del narcotráfico- demandó a Pablo por haber publicado que utilizaba un vehículo de su comuna para movilizar su droga. “La única salida que tuvieron fue la que tomó ‘Neneco’: matarle”, agrega.

De acuerdo a relatos, Acosta Márques habría tomado la decisión de mandar matar a Pablo durante un asado realizado con un grupo de capos del narcotráfico realizado en su casa. Sí, en un asado como los que se realizan para ver un partido de fútbol, tomaron la decisión de acabar con la vida de un hombre. “Si no le matan, yo les voy a matar a ustedes”, les espetó el político colorado a sus sicarios.

“Y Salvador también murió por consecuencia de las publicaciones y denuncias que hacía en Ñemity (una radio comunitaria en la que trabajaba como director en Capiibary)”, relata. Y como si no fuera suficiente dolor para la familia, la tristeza aceleró las complicaciones de salud que terminaron apagando la vida de su esposa, doña Ángela.

Don Pablo no duda en afirmar que los mafiosos que operan en la zona son muchos, aunque en Capiibary no se han consolidado tanto como lo hicieron en Canindeyú, esto aprovechando que la agricultura prácticamente ha muerto.

Pocos días antes de que lo visitáramos, don Pablo asistió a una audiencia con el Fiscal General del Estado, Javier Díaz Verón, al que le pidió que le concediera un favor: poder cruzar algunas palabras con el que es señalado como el autor intelectual del asesinato de su hijo, Vilmar “Neneco” Acosta Márques. “Le quiero ver”, cuenta.

“Le quiero preguntar a Neneco porqué a mi hijo tan bueno le quitó la vida y ahora dice tener miedo. Ahora dice tener temor por su vida, pero no tenía temor para quitarles la vida a otros. Eso nomas quiero preguntarle: ¿Por qué? Y si va a asumir la responsabilidad de sus hechos”, afirma.

Enseguida continúa diciendo que escuchó que Acosta Márques se expondría a una pena máxima de 30 años. “Pero yo le agrego más: 40 años. Porque este fue un doble crimen y a él se lo vincula con muchos crímenes más. Ya que acá no hay cadena perpetua. Ya hizo muchos crímenes”, acota.

“Él no tuvo problemas para sacar la vida a otros, pero ahora tiene miedo y dice que si pisa Paraguay sería persona muerta”, sentencia.

Don Pablo es consciente de que el proceso para investigar continuó por la fuerte presión mediática que existió y que todavía quedan dos prófugos: Wilson Acosta Márques y Flavio Acosta Riveros, señalados como supuestos autores materiales del asesinato de Pablo Medina y Antonia Almada.

- “¿Qué le pide a las autoridades, don Pablo?”

- La pena máxima para los responsables

- Espera justicia entonces…

- Sí, queremos justicia.

“Pablo era un hijo muy bueno, no permitía que le falte nada a la familia. Se comportaba como se debe, como hijo mayor. Si nos enfermábamos, nos llevaba hasta Asunción. No pedía explicación a nadie. Hay que decir la verdad, no hay que diferenciar a la familia. Él era así. Le llamabas y al momento se presentaba, no preguntaba nada, no pedía explicaciones. Pablo fue siempre el responsable de cuidarnos”, agrega.

“Nos quedamos huérfanos”, sentencia.

Las velas en el panteón arden, mientras don Pablo se queda observando los féretros en los que descansan los restos de uno de sus hijos y de su esposa. “Fueron 55 años de casados, durante los cuales estuvimos juntos en las buenas y en las malas. Vos no entendés nomas todavía porque todavía no estás en esto”, dice don Pablo.

La mirada melancólica se vuelve a posar sobre la foto de doña Ángela. Y las velas se apagan, aunque la memoria queda encendida.

juan.lezcano@abc.com.py - @juankilezcano

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