En la moto carga una caja enorme donde guarda anestesia, agujas, espejos, pinzas, jeringas y otros equipamientos para su labor. Cuando todo está listo arranca y lleva su servicio a lejanas compañías de la localidad de Villa Franca, un pueblo ubicado a 33 kilómetros de la ciudad de Alberdi.
En un determinado punto del camino, deja la moto y sube a una canoa para pasar territorios inundados. El trayecto no termina ahí. Hay zonas de muy difícil acceso hasta donde debe llegar a pie. A pesar de las botas, es inevitable que en el camino se le mojen los pies, por lo que muchas son las ocasiones en que se saca los zapatos. Así, descalzo, en cualquier silla o mesa que los habitantes puedan prestarle, quita del maletín la luz halógena, el torno, y comienza a reparar las sonrisas.
La vida de Nemecio Acosta es una travesía diaria, pero él asegura que todo vale la pena cuando ve la alegría en los ojos de niños que jamás han tenido la oportunidad de recibir atención odontológica.
El doctor Acosta tiene 24 años y nació en la ciudad de Alberdi. Desde pequeño soñó con ser odontólogo, pero, perteneciendo a una familia humilde dedicada a la chacra, el anhelo se veía lejano. Sin embargo, con esfuerzo, sus padres lograron reunir el dinero para enviarlo a estudiar la carrera a una universidad privada de la capital del país.
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Tras el sueño de su infancia, salió de su pueblo un domingo de febrero del año 2008 y ese lunes comenzaban las clases en la Facultad de Odontología de la Universidad del Norte. Nunca antes había viajado a la capital del país y recuerda que desenvolverse fue todo un desafío. “La primera vez que llegué a Asunción, tomé mal el colectivo y me perdí por casi todo un día”, cuenta entre risas. Como las clases en la facultad abarcaban toda una jornada, no trabajaba. Así que sus padres fueron su sustento durante los cinco años, algo que les agradecerá toda la vida. “Mi papá tiene una chacra, y mi mamá, para ser sincero, se dedicaba al contrabando de mercaderías, para mantener a la familia. No me avergüenzo de eso, porque me dieron la posibilidad de formarme”, confiesa.
Tras recibirse, en el año 2013, continuó soñando. Deseaba montar su propio consultorio en Asunción e instalarse definitivamente en la capital, pero unas vacaciones para visitar a la familia en Villa Franca cambiaron su perspectiva y lo llevaron a un destino que jamás imaginó.
“El último año de la facultad lo terminé en diciembre y, como la ceremonia de graduación recién se realizaría en mayo, volví a mi pueblo. Durante esos meses trabajé en cualquier cosa menos en mi profesión para poder mantenerme, y puse mi consultorio por poco tiempo, pero el día menos pensado surgió la oportunidad de trabajar en el Puesto de Salud del pueblo, así que cerré”, recuerda. Así fue como Nemecio empezó a involucrarse con la realidad de su comunidad. Tuvo la posibilidad de abrir su consultorio, y de a poco fue renunciando a su sueño de vivir en Asunción.
Pero, hay algo que el doctor olvidó mencionarnos, y lo comenta recién durante la nota. En sus años de facultad lo habían seleccionado para ser ayudante de cátedra de la carrera, por lo que una vez a la semana continuaba viajando a Asunción para enseñar. Esta oportunidad hizo que se apasionara por la docencia.
Pero una nueva salida laboral que surgió hace apenas cuatro meses lo obligó a dejar de lado la enseñanza. “Se dio la chance de ser contratado por el Ministerio de Salud, para el servicio de Asistencia Primaria de Salud (APS), cuya esencia es llegar hasta las familias distantes y con menos posibilidades”, comenta.
Desde entonces, en la lejana comunidad de Villa Franca, Nemecio se desempeña como odontólogo de la Unidad de Salud familiar del Ministerio de Salud.
Y ahí es donde cada día se renuevan los desafíos. Dinero para el combustible de sus motocicletas, conseguir una canoa… No es raro que los recursos salgan de los propios bolsillos del doctor y de los miembros de su equipo, integrado por los licenciados en enfermería Dora Ayala, Alicia Ramos, Noelia Coronel y Lucio Miño, a quienes el odontólogo no olvida mencionar, pues los considera sus “compañeros de guerra”.
El equipo de profesionales no cuenta con un médico clínico, por lo que hacen uso de la idoneidad e ingenio. “Solucionamos los casos que se pueden (gripes, fiebre), y los que son de mayor gravedad se derivan a Alberdi o a Formosa”, explica.
Compañías como Sebastián Gaboto, Carandayty, Paso Loma y Acevedo Cue son asistidas por este equipo valiente de profesionales.
Antes de Nemecio, nunca hubo un odontólogo en esa zona del país. Es más, en años anteriores solo se tenía una enfermera para todo el distrito. Por eso, asegura que su trabajo le llena de satisfacciones. “Cuando tuve mi consultorio particular, por más que cobraba por lo que hacía, no sentía la misma sensación que llegar a esas familias que están olvidadas”, expresa Acosta.
Nemecio es consciente de que una atención médica no soluciona la vida de estas comunidades carenciadas. “No atajamos la crecida ni evitamos que pasen hambre, pero al ver que vamos a llevar el servicio, ellos se ponen felices y nos agradecen demasiado”, dice.
Hasta hace poco, solo realizaban atenciones básicas, como extracciones, pero la coordinación regional de la APS les brindó un equipo odontológico portátil. “Es un poco pesado, pero con eso podemos brindar todos los servicios de un consultorio, como control de caries, limpieza de sarro e incluso restauraciones dentales”, comenta.
Al preguntarle cómo se ve a futuro, se conmueve un poco, y reconoce que solo piensa en el día a día. “Tengo ganas de ayudar a la gente desde el lugar donde me toque. Ojalá que no tenga que hacer esto toda la vida, porque significaría que seguirá habiendo gente con necesidades. Lo ideal sería que la población ya no esté pasando por estas carencias”, reflexiona al despedirse.
