En el cruce de las calles Teniente Fariña y Brasil, a cuadras del centro de Asunción, hay un ruido rompetímpanos. El tronar de los caños de escape de las motocicletas y los bocinazos de los automóviles empeoran al ver la luz verde de los semáforos. Y así el ciclo se hace interminable.
En una de las esquinas de ese cruce se yergue la farmacia Mathieu desde hace 45 años. Es miércoles 11 de julio de 2018 y este negocio conoce hoy su certificado de muerte. Su dueña decidió cerrarlo. Ya no es rentable. No va más. Atrás quedó el tiempo en que la tienda abastecía al barrio y, en un mayor volumen, a algunos funcionarios del Ministerio de Salud, del Hospital del Quemado y a lo que antes se conocía como Primeros Auxilios. Estos dos últimos centros médicos se mudaron hace años sobre la avenida General Santos y en el antiguo Clínicas, en Sajonia, respectivamente.
Juana Adelaida Suárez abrió la farmacia en los años 70 y hoy confiesa que la situación se hace insostenible. Unos grandes estantes detrás de ella están por desmontarse. Allí hay cremas, ungüentos y medicamentos con un dejo de polvo. La farmacéutica culpa a las grandes cadenas de farmacias, a la competencia desleal de los proveedores y a la zona, que pasó a ser de todo menos comercial.
Trabaja a pérdida, dice. Hasta hace unos 20 años la calle Brasil tenía otro sentido del que tiene ahora y que hasta eso le generaba más clientes. Incluso la falta de estacionamiento le causa problemas. “Con los descuentos no podemos igualarnos, porque hay que comprar mucho para dar por ese precio. Ellos ganan más que nosotros, pero compran más. Cuanto más compran, el margen de ganancia es diferente”, expresa en relación a las grandes cadenas que, además del precio, dan al cliente las opciones de estacionamiento y entrega a domicilio.
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Mathieu es uno de los ejemplos de las farmacias de barrio que fueron extinguiéndose con el tiempo, pero, como en todo el mundo y como en casi todas las actividades comerciales, este es un mercado en el cual sobrevive el más fuerte, el que se adapta mejor. La farmacia de barrio sigue latente en algunas zonas, mientras que en otras el negocio se va reconstruyendo. Ocurrió con los videoclubes, por ejemplo, del que no queda ninguno. Pero un rubro tan sensible como el de las farmacias se fue expandiendo enormemente.

Diferente es el caso de Alba Sánchez, dueña de Maxifarma, una pequeña pero coqueta farmacia que está ubicada sobre la calle Iturbe entre 1ª y 2ª Proyectada, frente a la Dirección de Jubilaciones y Pensiones del Ministerio de Hacienda. Esta química farmacéutica cuenta que desde hace 12 años está en ese lugar y que desde hace unos 35 trabaja en el rubro. Antes tenía otra farmacia sobre Rodríguez de Francia esquina México.

Sánchez reconoce que puede mantener su negocio gracias a los clientes del barrio y de algunas rentas que genera a través del alquiler. Además, cita la austeridad como uno de sus factores clave. “Tanto tiempo estuve en este negocio que tuve una farmacia que se abrió las 24 horas, pero después cuando me quedé viuda dije: ‘no más, algo chiquito’. No más empleadas. Yo no tengo ni computadora ni nada por el estilo. Entonces le dije a mi contador: ‘voy a volver a abrir una cosa chiquita’. Porque yo vendí la farmacia grande. Yo estoy sola y tengo un solo hijo”, relata.
La dueña de Maxifarma reconoce una merma de clientes en los últimos 20 años. Antes –recuerda– cambiaba los cheques de los excombatientes y jubilados a cambio de que le compren sus productos desde G. 20.000. Y eso hacía florecer el negocio. Pero los excombatientes y jubilados fueron falleciendo y los actuales cobran sus haberes con tarjetas bancarias.
“Yo domino lo relacionado a los medicamentos, de los costos de los laboratorios, de las distribuidoras. Pido uno y me traen. Los demás piden 100 y se les vende al mismo precio que me venden a mí. Entonces yo puedo hacer el mismo descuento, por ejemplo”, revela, como estrategia de venta.
Pero el dar a crédito, el interminable ‘fiar’, también es una modalidad que las grandes cadenas no dan, dice. “Sigue vigente el fiar (…) con el mismo ministerio (de Hacienda), con familias influyentes de la zona. Cumplen todos. Yo no gano mucho, pero con eso me mantengo, con algunos alquileres que tengo. Para mí es rentable. Yo soy dueña y yo atiendo. Solo pago al contador, mi alquiler, mi luz, mi agua. Y cada cinco años la reapertura de la farmacia”, asegura. Y está claro que Sánchez viene de una familia de farmacéuticos. En uno de sus mostradores está una balanza romana con plomos de pesos pequeños. La farmacéutica cuenta que el objeto era de su abuela y que allí se hacían los preparados magistrales.

La Dirección de Vigilancia Sanitaria del Ministerio de Salud cifra la cantidad de farmacias en unas 2.300 a nivel país. Los permisos se van renovando cada cinco años y el número se actualiza de manera frecuente. La clasificación de las autoridades de Farmacias de la DGVS son farmacias externas (sean pequeñas o cadenas), internas (las que están dentro de los hospitales) y las de preparados magistrales (con fórmulas medidas por el médico).
La doctora Laura Guaragna, presidenta de la Cámara de Farmacias del Paraguay, cuestiona la excesiva cantidad de tiendas a nivel país y su ubicación. Las farmacias, dice, están cada vez más alejadas de los barrios. Además, hace un mea culpa por la falta de actualización de sus colegas. “No nos actualizamos, no cambiamos nuestros muebles, no cambiamos nuestros letreros que están todos despintados y no cambiamos porque no vendemos y no vendemos porque no cambiamos. No seguimos las tendencias del mercado. No nos actualizamos como profesionales. Es un problema complejo”, asegura.

Sin embargo, agrega que las farmacias de barrio tienen una diferencia muy grande en relación a las cadenas grandes: la atención, el servicio y el asesoramiento. “En las farmacias chicas, las farmacias de barrio, la buena atención, el buen servicio es lo que marca la diferencia. No todo es el precio. Y ahí es donde está nuestra fortaleza. Sobre todo cuando la farmacia es de un farmacéutico”, dice.
Reveló además que hay una diferencia muy grande entre un profesional que se graduó de la carrera de Química Farmacéutica y otro que hizo la tecnicatura, conocido actualmente como idóneo. “No todo el que está detrás del mostrador es un profesional. Debe haber por lo menos un químico en una farmacia”, sentencia.
Sobre las cadenas también saca las cartas de la competencia desleal. “La gente dice que hay competencia desleal. Al ser nuestros proveedores, ellos nos venden a nosotros. Muchas veces sí, muchas veces no. Depende de qué unidad de negocios sea. No podemos competir en igualdad de condiciones. No tenemos el respaldo económico que ellos tienen”, testimonia, cuestionando por qué el Ministerio de Salud no regula la apertura en ciertas zonas.
La química farmacéutica Rosa Torres regenta la farmacia Ámbar, ubicada sobre Yegros entre 25 de Mayo y Cerro Corá, desde 1983. Está detrás del Banco Nacional de Fomento y se pierde entre varios otros negocios. Adentro parece que hay más juguetes para regalar y ventas de otros rubros que medicamentos, que los hay pocos.

Su clave para la supervivencia es la fidelización de los clientes. Y ‘fiar’ a gente de confianza. “Mi supervivencia se debe más a la antigüedad, la gente del barrio, la gente que te conoce. Es la fidelización de los clientes. Bueno, los del banco (de Fomento) casi todos fallecieron o se jubilaron; eran mis clientes. De La Riojana quedaron muchos clientes que hasta ahora siguen siendo clientes. Y después la gente que pasa, que es nada”, recuerda. ¿Qué si se puede vivir de esto? “Se puede vivir, posiblemente porque no tengo hijos. Este local alquilo. Yo ya tengo que vivir la vida relajada. Yo vivo tranquila. Mis clientes me piden sus pedidos temprano; al mediodía, cuando salen, les traigo”.
La farmacia Masi Hermanos bate el récord de antigüedad: está hace 50 años sobre Presidente Franco entre Montevideo y Colón. El negocio es amplio y tiene unos estantes enormes sacados de viejos tiempos. Ellos también sobreviven. La contadora Edith Cáceres reconoce que la farmacia no se sustenta por sí misma. “Lo que pasa es que el dueño es el que está solventando todos nuestros gastos (…) No está cerrando la farmacia para mantenerse activo, trabajando. Porque no es para decir que es rentable, más todavía por acá. Acá desde las 5 está desierto. Estamos hasta las 7 (de la tarde), pero en ese tiempo no hay nada”, lamenta.

Cuatro realidades distintas se destiñen en una sola: la farmacia de barrio se resiste a desaparecer. Eso sí, ya en los barrios periféricos de Asunción el delivery es el rey. Son las reglas del mercado. Pero tal vez nada logre reemplazar la atención personalizada y la charla sin apuro que ofrecen los regentes de esas pequeñas farmacias. Tal vez, en realidad, no todo es el precio.
