Heridas que no se cierran

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A 12 años del incendio del Ycuá Bolaños, la tragedia en que unas 400 personas perdieron la vida, las heridas del cuerpo y el alma siguen sin poder cicatrizar. La sensación de abandono estatal y la falta de justicia ahondan aún más el dolor.

Faltaba poco para volver a casa. Ya habían terminado con las compras, pero la cola en la caja del supermercado se movía muy despacio debido a la gran cantidad de gente que había llegado al lugar, como cada domingo. De todas maneras, Tatiana disfrutaba de poder pasar un rato con sus amigos.

De pronto, todo cambiaría.

Tatiana Gabaglio tenía 7 años y nunca podría imaginarse siquiera lo que la vida le depararía aquel 1 de agosto de 2004. Una vecina y su hija invitaron a la niña a acompañarlas al supermercado a realizar algunas compras, su madre aceptó pues pensó que iría al local de La Bomba que se encontraba en las cercanías de su casa. Sin embargo, las tres fueron hasta el Ycuá Bolaños Botánico ubicado sobre la Avda. Artigas.

Más de una década después, las imágenes siguen vivas en una joven de mirada firme, decidida que cursa el segundo año de la licenciatura en Criminalística y Ciencia Forense. Cada vez que le piden que relate lo que ocurrió aquel día, una mezcla de sentimientos se agolpan en ella: rabia, impotencia y tristeza son algunas de las sensaciones que la atacan, pero que después dejan lugar a la alegría y el agradecimiento por haber podido sobrevivir.

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Eran cerca de las 11:30 del soleado domingo de invierno cuando una fuerte explosión estremeció el predio aproximadamente 6.000 metros cuadrados en el que se emplazaba el supermercado.

El incendio comenzó por una combustión de grasa y carbonilla acumulada en la chimenea por falta de mantenimiento y limpieza. Se derritieron las uniones y entraron en combustión gases y productos en el cielo raso que tenía solo 45 centímetros de altura y no tenía ventilación. La pequeña niña de 7 años, la adolescente de 15 y la madre de ésta última vieron cómo el techo comenzaba a desplomarse cual galletitas que van cayendo.

Desesperada, la gente comenzó a correr buscando la salida, algo que Tatiana y sus acompañantes también hicieron; sin embargo, por el camino las personas iban cayendo una encima de la otra, amontonadas. La pequeña niña tropezó y cayó cerca de una góndola a escasos metros de la salida. Fue ahí cuando escuchó una voz que ordenaba a los gritos: “Cierren las puertas, porque la gente está robando”.

La realidad en aquel momento era otra, recuerda Tatiana. A su alrededor había cuerpos calcinándose, hombres, mujeres y niños que eran convertidos en antorchas humanas para luego quedar reducidos prácticamente a cenizas.

Como consecuencia de las altas temperaturas, el cielo raso que caía de arriba se había derretido y quedó pegado por el pantalón y las piernas de Tatiana. La pequeña en aquel momento estaba convencida de que el final estaba cerca; debía tratarse de una cuestión de segundos, o minutos quizás. “En un momento dado me di por vencida, estaba convencida de que no saldría con vida y que era mejor entregarse”, recuerda Tatiana.

Luego de permanecer una hora tirada en el interior y sintiendo como las llamas devoraban todo a su alrededor, Tatiana comenzó a escuchar ruidos de golpes que se hacían cada vez más fuertes. Era la gente que se encontraba en el exterior del supermercado que había decidido en un gesto de enorme heroísmo comenzar a romper las paredes y los bomberos que abrían boquetes para poder ingresar a rescatar a las víctimas.

Centenares de bomberos con decenas de móviles contra incendios, agentes de la Policía Nacional, del Ejército, y voluntarios trabajaron sin cesar en ese lugar. En otro frente luchaban los médicos y enfermeras que recibían en los distintos centros asistenciales públicos y privados a los heridos rescatados.

De pronto, la pequeña niña sintió como un bombero de la Policía, el suboficial Édgar Bogarín, la tomaba en sus brazos y la sacaba afuera. Corriendo, el hombre la llevó hasta una ambulancia, parecía que aquella pesadilla estaba por terminar. Mientras la sacaban, con la voz temblorosa, la pequeña niña exclamaría: “Papá, dame agua”.

Pero la vida tenía preparada para Tatiana varias pruebas más, una más dura que la anterior.

La ambulancia trasladó a la pequeña hasta el Sanatorio Santa Bárbara, donde le pidieron sus datos personales y alguien con quien contactar; la niña respondió todo lo que pudo. En el centro asistencial debían quitar el yeso que se había pegado por su pierna derecha; sin embargo, no contaban con los equipamientos necesarios, así que fue trasladada hasta el Centro Médico Bautista.

Una vez que se encontró en el Bautista, los médicos le pidieron que durmiera un rato, con la promesa de que pronto podría volver a casa. Tatiana, ya casi sin fuerzas, decidió hacer caso pero cayó en un coma que duró varios días. Otra vez, la niña sintió que su fin en este mundo se acercaba.

Siete días después, llegaba una noticia que desgarraría a toda la familia: para que Tatiana pudiera seguir con vida le debían amputar la pierna derecha. “Ahí comenzó mi proceso más doloroso”, relata mientras el rezo del rosario continúa a escasos metros de donde estamos. “Me sentía devastada, me sentía muerta en vida”, afirma la joven de 19 años quien reconoce que el dolor que le producía el haber perdido una pierna la empujaron varias veces a intentar quitarse la vida; una vida que para ella ya no tenía sentido.

Para Tati, el tener que acepta la situación, convivir con lo que le había pasado fue lo más duro que le dejó el 1 agosto de 2004. Sin embargo, asegura que las terapias psicológicas a la que asistió y el ver la forma en la que luchaban las víctimas y sus familiares bajo el lema de “Ycuá Bolaños nunca más” le ayudaron a sobrellevar la situación.

Incluso con el paso del tiempo, hay heridas que siguen abiertas. “Es imposible que cicatricen del todo, pero se continúa adelante”, afirma en conversación con ABC Color. El problema más grande con el que tuvo que lidiar en estos años ha sido el tratar de conseguir una ayuda integral, por ejemplo, para los gastos en el cambio de la prótesis.

A 12 años de aquel fatídico domingo, no cuenta con un seguro médico, incluso a pesar de estar trabajando en Asunción como funcionaria judicial. El dinero que recibió por parte del Estado como resarcimiento no le sirvió prácticamente para nada, por el elevado costo de la prótesis que debía comprar. “Encontrarme totalmente desamparada en muchas cosas, haber perdido el juicio, no tener realmente un resarcimiento al daño causado de manera permanente, son cosas que duelen en el alma”, afirma.

A pesar de ello, su espíritu de lucha sigue firme. “Nunca dejé de lado mis cosas, nunca me di por vencida, ni dejé de lado lo que quiero y anhelo. Cada día me siento más fuerte y sigo peleando desde donde estoy”, asevera.

La bendición que dio el año pasado el papa Francisco durante su histórica visita a nuestro país también fue como un bálsamo para Tatiana y las víctimas, aunque lo que debía ser una parada del Sumo Pontífice en su camino al aeropuerto para partir rumbo al Vaticano fue apenas un saludo al paso debido a descoordinaciones. “Yo siempre dije que la venida del Papa para nosotros iba a significar un bálsamo para aliviar el dolor que sentíamos, a pesar de lo ocurrido, de lo lamentable que fue el escenario que nos dejaron nuestros propios compatriotas pudimos obtener de lejos esa bendición de él, no podemos decir paz porque nos destruyeron una vez más la oportunidad de tener paz”, continúa.

Tatiana además decidió enrolarse como bombera voluntaria y hace un año que prestó juramente como una miembro activa del cuerpo. Hoy se sumó a la carrera que en aquel fatídico domingo salvaría su vida y la de tantos otros que permanecían encerrados en un supermercado convertido en el infierno sobre la tierra. “Elegí esa carrera principalmente porque creo que sobreviví algo y que la misión en esta vida es salvar más vidas. Dar mi vida por otras vidas así como dieron los 400; porque yo siempre digo que gracias a ellos sigo viva”, puntualiza.

La tragedia civil sin precedentes, en cuanto a cantidad de víctimas, caló hondo en la sociedad. En el barrio Trinidad había al menos un velorio en cada cuadra y en muchos hogares perdieron a más de un miembro de la familia. La sociedad entera se movilizó desde el día de la tragedia para solidarizarse, donando medicamentos, dinero en una cuenta que habilitó el gobierno y organizando campañas para enviar al exterior a personas que necesitaban asistencia médica más compleja.

Mientras las personas reconocían cadáveres, el fiscal Adolfo Marín ordenaba que Juan Pío Paiva, propietario del local comercial, fuera detenido y llevado a la sede de Investigación de Delitos. Paiva negó en medios que haya ordenado el cierre de las puertas. Los testigos afirmaban lo contrario.

En los 12 años que transcurrieron, el dolor de aquel fatídico domingo se reavivó en varias ocasiones, por ejemplo en el 2006 cuando el juicio contra Juan Pío Paiva, su hijo Víctor Daniel Paiva y el guardia acusado de cerrar las puertas, Daniel Areco, llegó a su etapa final. El Tribunal conformado por Manuel Aguirre, María Doddy Báez y Elio Ovelar comenzó a leer la sentencia que se encaminaba favorable para los acusados, pero entonces las víctimas truncaron el juicio.

Entre 2007 y 2008 se llevó a cabo un nuevo juicio y Juan Pío Paiva fue condenado a 12 años de cárcel, su hijo Víctor Daniel Paiva a 10 años, y Daniel Areco a 5 años, por los delitos de homicidio doloso y homicidio doloso en grado de tentativa acabada. Víctor Daniel y Areco ya están en libertad, mientras que Juan Pío está en trámites de solicitarla pues ya cumplieron las tres cuartas partes de su condena. Para la Coordinadora de Víctimas del Ycuá, esto es terrible, pues desde un principio consideraron mínima la condena por los centenares de muertes.

Con el paso de los años muchos juicios en lo civil se extinguieron, otros fueron ganados por los abogados que defendían a los responsables y eso derivó en la regulación de honorarios con la que deben cargar las personas cuyas familias murieron en el incendio. A 12 años del día en el que fuego consumió la vida de centenares de personas y destruyó parte de la vida de miles, ninguno de los responsables del incendio se encuentra preso. La justicia en Paraguay parece no estar dispuesta a calmar, aunque sea levemente, el dolor que dejó el fuego.

juan.lezcano@abc.com.py - @juankilezcano