La lucha de un hombre

Fundar un museo y llenarlo de historia fue siempre el sueño del Prof. Dr. Salvador Addario, quien lamentó que el Estado lo haya jubilado antes de ver terminado lo que comenzó en el Hospital de Clínicas. Esta es parte de su historia.

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Era la lección 32 y se impartió el jueves 30 de junio de 1932 en el Hospital de Clínicas. Al frente de la clase estaba el Dr. Carlos Gatti, quien hacía poco había regresado de Francia luego de hacer un posgrado. Era una de las jóvenes eminencias de la medicina paraguaya. La cátedra era la de Clínica Médica y ese día el joven estudiante pilarense César Gagliardone — que en 1960 se convirtió en intendente de Asunción — presentó como caso de estudio a una persona que sufría de la enfermedad de Nicolas y Favre — linfogranuloma venéreo — una enfermedad de transmisión sexual. Simeona Sanabria, una de las pocas mujeres estudiantes de medicina, presentó a un paciente con heredosífilis, también una ETS.

La lección 32 nunca terminó. El profesor Carlos Gatti escribió en el cuaderno: “A esta altura se interrumpió el curso debido a la guerra contra Bolivia”.

 

 

El documento histórico que da cuenta de este momento está dentro del Museo del Hospital de Clínicas de Asunción, en el ex edificio que está en el barrio Rodríguez de Francia de Asunción, cerca del Puerto de Asunción. Este museo fue fundado por la insistencia de una persona que ahora es su exdirector: el Dr. Salvador Addario.

 

 

Aparte de crear el Museo, el Dr. Addario creó la especialidad de Reuma en el Instituto de Previsión Social, en el Ministerio de Salud y, por supuesto, en el Hospital de Clínicas. Hoy, lamenta estar en el olvido y una de las cosas que más le molesta es que las autoridades de la Facultad de Medicina y de la Universidad Nacional de Asunción no den los recursos necesarios para terminar el Museo, que está abierto de lunes a viernes de 8:00 a 12:00.

Addario estudió en España en los años ‘70, donde se especializó en enfermedades reumáticas. “En ese momento fui a España a estudiar tres años y me quedé un año más para mi tesis. Son cuatro. Aquí fui residente, instructor de Semiología y Clínica Médica. Después vine con un plan de hacer la reumatología y este museo alguna vez. Esa era mi meta, acá es difícil para hacer algo así”, contó.

 

“Volví, creé la especialidad en Previsión, en el Ministerio, aquí y allá, el hospital nuevo (Clínicas en San Lorenzo) lleva mi nombre, en el Departamento de Reuma. Yo lo que quería era terminar, porque acá falta mucho. Acá hay una riqueza inmensa. Acá (en la Facultad de Medicina) hubo grandes artistas, musicólogos de gala, hubo concertistas, ceramistas, escritores... para demostrar que dentro de esa medicina se escondía un valor importante. Y no se pudo. Acá tienen que estar todas las cátedras”, reprochó Addario con un tono de voz que evidencia un enojo suave y una resignación involuntaria.

En el viejo Hospital de Clínicas se siente un espíritu de olvido, con las paredes derruidas y descascaradas, el polvo en todas partes, los vidrios rotos. Las fichas médicas de años pasados están esparcidas en el piso. Allí, algunas cátedras de la Facultad siguen funcionando en medio de la precariedad absoluta.

 

“Allá por 1984 presenté mi tesis y encontré un caso, de pocos casos, en Villarrica. Y me iba a estudiar los viernes y traerle a los pacientes los sábados en ayunas y volver a llevarles a Villarrica. Cuando veníamos por Barrero Grande, ellos querían comer chipa pero les decía ‘nada, nada de comer. Tenemos que hacer análisis’... les decía ‘A la vuelta. Allá vamos a comer, en el hospital’. Fue un caso único. Después vino un profesor de España y él encontró 1.000 casos, la casuística más grande de condrocalcinosis familiar. Me dejó todos sus documentos y yo continué los estudios. Lo que me pasó acá fui que tuve un infarto, tuve trece operaciones, perdí un riñón. Después me quedé ciego, llamé a mi compañero que fue ministro de Salud Pública de España y me buscó del aeropuerto y allí me traté. ¡La puta vida, acá me sacaron mi sueldo, me sacaron previsión y todo!”, espetó acongojado el médico.

Addario acumuló decenas de historias que las va contando en los pasillos del ex hospital. En una de ella detalló que es hermano de César Addario, uno de los exasesores jurídicos del dictador Alfredo Stroessner. De alguna forma, el doctor Salvador Addario busca desprenderse de ese vínculo y remarca que nunca se valió de él para obtener favores.

 

Esta entrevista, era, en principio, para conocer sobre cómo atendió Addario al criminal de guerra nazi Eduard Roschmann, excomandante del gueto de Riga, Letonia, que murió en ese lugar el 10 de agosto de 1977, pero se sumergió en la historia del doctor por la noble misión que se centra en ampliar el Museo del Hospital, que hoy está a cargo de la Dra. Teresita González. “Es la forma de honrar a los que pasaron por aquí”, dice Addario.

El paciente apareció un 26 de julio de 1977 luego de haber sufrido un infarto y le faltaban los dedos de los pies. Llegó con el nombre de Federico Wegener. Allí fue donde el Dr. Addario entró como experto en reuma.

“Le dije a los médicos: ‘déjeme examinar al paciente’. Les dije: una de las opciones es que no tenga los dedos por una patología mutilante, la artropatía psoriásica. “Tenés que tener lesión de piel, lesión en la uña. Así como el dedal ese que se usa en la uña, todito agujerito. Eso no tenía. Lesión en la región interglútea, en la región submamaria, en el ombligo; él no tenía en ninguna parte”, relató.

Dije: “’Este señor fue fumador también’. Entonces está la vasculitis de Boyer, que produce arteriopatía y poca llegada de sangre en la extremidad. Vos podés perder todas las extremidades así también. En tercer lugar, él es diabético, tiene su arteriopatía, también podía ser”. Pero la verdad sobre cómo Roschmann perdió los dedos recién se supo tras su muerte, cuando se enteraron de su verdadera identidad y que había perdido los dedos de los pies en algún punto de Europa y la nieve.

“Él no hablaba. Cuando yo estaba contando lo que podía ser, se sonreía de repente. De repente entendía, porque muchos años vivió en la Argentina. Cuando él estaba allí, ni una palabra. Se reía, se sonreía un poquitito”, recordó.

¿Y su final? ¿Pudo haber sido el nazi envenenado? “Él tenía una isquemia, tuve un infarto, pasé por esa etapa. Entonces, él era un señor que vivía escondido toda su vida. Yo no creo eso, él estuvo varios días acá y se manejó con mucho hermetismo. Luego su cuerpo desapareció. Eso fue muy extraño”, concluyó.

Salvador Addario pasa ahora sus días jubilado, pese a que no quiere estarlo. Suele visitar el museo en sus tiempos libres y va a la ferretería del barrio, porque además de médico es carpintero. Reconoce que es su hobby y lamentó, una vez más, cómo el Estado olvidó a esa mole en donde miles de personas fueron tratadas y que esconde tantas historias. Insiste y pide en que el museo se amplíe y se cuide. Y detalle adicional que agregamos nosotros: el Estado también lo olvidó a él.

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