Literatura a bordo

En las últimas semanas, muchas personas de Central han podido acceder a un cuento de autoría nacional gracias a que el propio autor lo vende en los colectivos. Historias reales y con alto contenido social, ahora están al alcance de los pasajeros.

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El calor es intenso en las calles de Asunción a pesar del invierno, la gente va y viene, los automóviles y colectivos circulan sin parar. Él toma uno de los transportes, lo escoge al azar, pide permiso al conductor y, entre bromas, ofrece su producto.

No es uno de los vendedores habituales que estamos acostumbrados a ver en los colectivos. Él no vende jabones, cepillos o frutas. Él vende historias, historias reales plasmadas en un cuento. Ocho páginas presentadas en un sencillo formato con creativas ilustraciones entre los párrafos.

Él es Ramón Augusto, un joven amante de la literatura y escritor de poemas y cuentos. Desde hace varias semanas se dedica a vender el cuento “Los días más felices”, de su propia autoría en los ómnibus y  asegura que ya ha vendido 1000 ejemplares.

No pide limosnas, tampoco pide que le regalen dinero, solo quiere que le den una oportunidad de conocer su talento y el precio es a voluntad. “A veces me quieren dar nomás plata para apoyarme pero yo les rechazo. Yo quiero que le den una oportunidad, no a mí, sino a la literatura”, relata Augusto.

Sobre cómo surgió la idea de vender sus relatos en los buses, relata que junto con un grupo de amigos escribía una revista que vendían en las plazas y calles, hasta que un día decidieron probar ofrecerlas en los colectivos. “Tenía mucha efectividad. Nos gustó mucho. Pero después tuve que dejar eso y me dediqué a otras cosas, como la fotografía y el diseño gráfico”, detalla.

“Pero la literatura es otra dimensión para mí. Cuando alguien que nunca leyó un cuento,  lee el mío, para mí es increíble. Es como que le estoy dando acceso a un mundo que a mí me parece el más interesante y fascinante. Con la literatura podés acceder a conocimientos espirituales, políticos y de todo tipo. Y sobre todo nos ayuda a encontrar un sentido a nuestras vidas”, cuenta Augusto.

Relata además que años anteriores, cuando se encontraba en otros países, con su grupo de amigos también vendía poemas de su autoría en los transportes públicos de las principales ciudades. “De algo tenía que vivir”, agrega entre risas.

Las personas que utilizan el ómnibus a veces lo recibe de la mejor manera y, otras, ni siquiera lo observan. “Subo a los colectivos y encuentro una muralla. La mayoría de la gente mirando a sus celulares, o durmiendo, o muy enojada. Eso se ve mucho, gente cansada, enfadada. Entonces busco un agujero para entrar y se me ocurren cosas en el momento. Por ejemplo, digo: si no les gusta la literatura me bajo o pregunto: ¿Quién está de buen humor? Ahí consigo llamar la atención de al menos una persona, que se ríe, y puedo continuar”, relata el cuentista.

Muchas personas los reciben muy bien, especialmente las señoras y los jóvenes. “Algunos ven esto como una aventura y solo quieren apoyarme pero yo soy escritor no voy a pedir limosmas. Entonces les digo: Dálena una oportunidad al cuento, puede ser que te guste”, detalla.

En los últimos tiempos, nos hemos ido endureciendo ante las situaciones de tragedia o necesidad, cada vez más y las cosas que deberían conmovernos se van normalizando. “Entonces vos debés saber llegar a las personas y tocar sus emociones. Pero no debe ser en vano. No creo que la literatura deba ser solo de entretenimiento, sino que debe ser útil y dejar un cambio importante”, manifiesta.

Teniendo en cuenta esto, Augusto decidió plasmar historias reales y con mucho contenido social en sus cuentos. Pequeños pies descalzos, por ejemplo, es otro de sus relatos, que está publicado en su blog, y relata las vicisitudes de un niño que quedó en la calle por diversos motivos. “Esa historia tiene mucho de eso. Desde el comienzo encontrarán reflexiones y críticas. Si logra tocar la emoción de la gente significa que lo va a registrar y meter ideas, razonamientos y críticas”, explica.

Augusto recuerda que empezó a escribir en el tercer grado, cuando una profesora les pidió que hagan un ensayo en clase y luego de leerlo le gustó tanto que pidió los aplausos de todos los alumnos. A partir de ahí pensó que era bueno escribiendo pero no se puso las pilas debido a todos los preconceptos sociales y el poco énfasis que le da el sistema educativo nacional a la literatura.

“Yo creo que deberían darle más prioridad a la literatura en la educación de nuestro país, con metodologías para desarrollar el pensamiento crítico. Pero en nuestro país al parecer no se quiere luego tener personas que piensen. Si tenemos personas mejor instruidas, con el pensamiento más libre y que amen la literatura, nuestro país va a cambiar muchísimo”, finaliza.

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