Medio siglo sobre el torno

Con una combinación de esfuerzo, paciencia y creatividad, don Jorge Fernández (71) logra moldear hermosas y originales piezas artesanales. Él es uno de los últimos torneros que siguen trabajando en Areguá, a pesar de sus años. Lleva 51 años en esta labor.

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Don Jorge Fernández es uno de los últimos torneros que tiene Areguá. El artesano, a sus 71 años, sigue dándole “patadas” a su torno. Lleva 51 años moldeando el barro e indicó que aún cuenta con mucha energía para seguir trabajando.

“Yo a patada ganó la plata”, dijo sonriendo don Jorge. Luego aclaró que no es que gane mucho dinero, sino que se gana el pan de cada día imprimiéndole patadas a su torno. Su torno no cuenta con un motor, sino que funciona a golpe con los pies.

Don Jorge indicó que antes de ir al cuartel ya trabajaba en el torno, pero como ayudante. Fue al cuartel y, desde que volvió a Areguá, prefirió seguir con la artesanía antes que ir a la chacra a trabajar bajo el sol.

Fue así como nació la Alfarería “Ykuami Poty”, ubicada sobre la calle Curupaty casi Ricardo Pérez, cerca de un ykua del barrio Las Mercedes de Areguá. 

“Yo opté por el torno porque se trabaja bajo sombra. En la chacra estábamos muchas horas bajo el sol, entonces comencé a perfeccionar mi trabajo. Todo es práctica, mirando y perfeccionando mi técnica”, dijo en un cerrado guaraní don Jorge.

Explicó que durante sus años de mozo pasaba casi 15 horas metiéndole patadas a su torno para poder criar a sus cinco hijos, junto con su esposa Mercedes Figueredo, quien es ama de casa.

“Trabajamos mucho desde casa. Gracias a Dios, mi esposa nunca salió a la calle a vender la artesanía. Aquí en mi casa nos llegan los clientes”, dijo el artesano.

Agregó que a ninguno de sus hijos les gusta el torno, pero dos de ellos sí son artesanas: una se encarga de pintar y la otra de moldear el barro. “Esto no se puede enseñar con libros, sino con la práctica. Mis hijos no suben al torno, pero mis hijas sí son artesanas, pero de molde”, manifestó.

Indicó que no piensa abandonar el torno mientras siga con fuerzas y vivo para subir a trabajar. “Mientras tenga fuerza y salud, seguiré ganando yo mi propia platita. Mis hijos ya no quieren que yo trabaje, me dicen que no me va a faltar nada, pero yo sigo teniendo fuerzas para trabajar y, mientras pueda, seguiré”, puntualizó.

Don Jorge explicó que la materia prima la trae de Valle Pucú, en el caso de la arcilla negra o ñai’û, y de Tobatí, en el caso de la arcilla blanca o caolín. Agregó que para obtener un producto de calidad se requiere una mezcla de ambas, proceso que se realiza en cinco horas. La mezcla va luego a una pileta con agua, donde queda estacionada por tres o cuatro días.

Luego se extrae el material y va a un secadero. Permanece en el lugar por otros tres días. La mezcla sacada del secadero es acarreada en carretilla hasta una pared, donde se aplica la mezcla simulando un revoque. Allí queda estacionada durante un día, para que al siguiente pueda ser sometida a una máquina amasadora. Don Jorge comenta que en este proceso le ayuda un sobrino, porque él, debido a su edad, ya no puede con el peso del barro.

El proceso continúa con un amasado a mano, para que finalmente pueda llegar a las manos del moldeador o tornero, quien le va dando formas a las piezas.

“Yo solo me subo a mi torno y voy moldeando. Hago cántaros de diferentes medidas, ollas, veleros y todo lo que me pidan mis clientes y que pueda hacer yo con paciencia y creatividad”, dijo el tornero.

Una vez terminadas, las piezas se dejan secar al sol. Luego, viene el trabajo de cocción, en que los productos son sometidos a altas temperaturas durante un tiempo que va de 8 a 15 horas y a una temperatura que puede oscilar entre 600 y 900 grados.

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