Promesa por los más nobles

Las causas nobles están de moda. Pero, hay labores solidarias que no son tan bien vistas, y una de ellas es la de rescatar animales abandonados. Edith Ortiz, junto con el perro Pako Alaja, es una de esas historias anónimas que lo demuestran.

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Todavía es común escuchar algunas risas y burlas sigilosas cuando en la ronda de amigos alguien comenta que está gastando su tiempo y su dinero en salvar a un animal que ha rescatado de las calles.

A la gente no le termina de cerrar por qué alguien pueda dedicarse con tanta entrega a una mascota en situación de vulnerabilidad, habiendo otras grandes carencias humanas, como los niños en las calles, la pobreza extrema y otros males.

Sin embargo, solo el que ha amado a un animal puede entender que ese ser indefenso, sin voz, pero con derechos, también merece la oportunidad de vivir, pues tal vez, ha hecho menos daño a planeta que la raza humana.

Esto fue lo que Edith Ortiz Gullón comprendió hace cuatro años, un 9 de octubre de 2014, cuando por una extraña movida del destino llegó a su vida Pako: un cachorro al que habían metido en una bolsa y arrojado a un patio baldío en la ciudad de Mariano Roque Alonso. Lo habían golpeado con palos antes de tirarlo. Recién después los médicos detectarían que tenía fractura de columna y doble compulsión lumbar.

Por esa época, Edit estaba cursando los últimos años de su carrera de Derecho, y estaba a punto de rendir un examen, por lo que, cuando recibió la llamada de un amigo que le avisaba que habían encontrado al cachorro, les dijo que no podía ir, y que pidieran ayuda a los grupos animaleros, “porque hay tantos y siempre dicen que ayudan las 24 horas”, pero, a la hora de la verdad, descubrió que no era así y se decepcionó.

Al salir del examen, llamó a la persona que le había avisado a preguntarle si el perro seguía vivo. Le contestaron que seguía en el mismo lugar, unos vecinos lo habían sacado de la bolsa, y él nunca se movió.

Fue de urgencia al lugar y logró traerlo a medianoche. Lo ingresó a una veterinaria en muy mal estado. Una vez que lo estabilizaron, se percataron de que tenía una fractura en la columna y doble compresión lumbar.

Así empezó la lucha de Edith Ortiz por la vida del perro que decidió bautizar como Pako Daniel Alaja. ¿Por qué alaja? “Porque uno siempre tiene un novio alaja, una tía alaja, un yerno alaja, a mí me tocó el perro alaja”, dice entre risas nuestra entrevistada.

Junto con la dura batalla que implicó la lenta recuperación de Pako, que estaba paralizado en sus patas traseras, Edith aprendió lo que es padecer el camino con un perro de la calle.

“Yo toda mi vida tuve perros, pero tenían veterinarios, estaban bien cuidados, pero con Pako descubrí, con tristeza, que las puertas no se abrían con facilidad. En las veterinarias lo primero que te preguntaban era si tenías dinero para solventar”, recuerda Edith antes de rememorar su más grande decepción.

“Lo que más me dolió fue que toda la tarde el perro estuvo esperando por esas organizaciones que supuestamente existen en las redes sociales, pero nunca llegaron. Me decepcioné tanto, al punto que hice una promesa: si Pako vivía, iba a ayudar a todos los perros de la calle a partir de allí”, nos cuenta Edith.

Este mes de octubre, se cumplirán cuatro años desde que Edith hizo esa promesa y rescató a Pako de una muerte segura. Hoy, ese Pako que no movía las patas traseras, es un perro travieso y “destructor profesional de sofás”, que corre 4 kilómetros por día.

Edith cumplió la promesa, y aunque nada fue fácil - pues recibía más pedidos que ayuda - hoy sostiene por sus propios medios dos albergues, con más de 35 perros rescatados de las calles. Además, apadrina a dos refugios más.

“Pako es el eje motivador de que hoy yo pueda llevar adelante esto, porque es cansador, sobre todo económicamente”, dice Edith, pero termina confesando que, en definitiva, es la misión para la cual la vida la eligió, y ya no cree que pueda apartarse de este camino. “Esto es como la mafia, una vez que entrás, ya no podés salir”, dice riendo Edith.

Gracias a profesionales de primera y con ayuda de médicos del extranjero, Pako se rehabilitó, y logró dejar la silla de ruedas para mascotas después de 92 días y 73 sesiones de fisioterapia.

Muchos fueron los médicos veterinarios que le decían a Edith que lo mejor era dormirlo. “Es un bebé, está sufriendo, pobrecito, mejor que deje de padecer”, aconsejaban. Pero ella se empecinó.

“Yo me preguntaba por qué todos me daban la salida de dormirlo a un perro lleno de vida, por qué nadie quiere pelear”, recuerda Edith, ahora ya mirando a lo lejos aquellos momentos de frustración.

Y así fue como Pako se convirtió en un embajador de sus hermanos de la calle, quienes comenzaron a acudir en su ayuda.

Edith, fiel a esta promesa, hace lo que puede y más. A lo largo de estos años cuenta que ya ha sacado de las calles a alrededor de 800 perros.

“Al cumplirse un año de su rescate inauguramos nuestro primer albergue. No es muy bien vista mi labor porque a la gente no le cierra que yo esté gastando tiempo y dinero en animales”, lamenta Edith.

Lastimosamente la legislación de nuestro país aún considera a los animales casi como muebles ya que, más allá de que en el 2013 se puso en vigencia la ley 4840, esta no era aplicable, por lo que luego se modificaron dos artículos para dar lugar a la 5892/2017.

Esta ley permite al Ministerio Público actuar al considerarse el maltrato animal como un delito de acción penal pública, por lo que quien se halle sometido a este proceso, podría llegar a recibir una pena de dos años de cárcel. No obstante, en nuestro país toda pena de hasta ese periodo de tiempo es considerada una multa administrativa, así que poco cambió.

Aunque muchas personas han sido procesadas por maltrato, se requiere urgente de un órgano de aplicación ya que hoy una persona que denuncia este tipo de actos contra un animal en la comisaría, solo consigue que deriven el caso al Ministerio Público, aunque el proceso que se debe seguir especifica que se debe notificar al órgano competente, que no existe.

“Se debería de abrir una Dirección de Bienestar y Protección Animal, pero la ley se contradice mucho”, manifiesta Edith.

“El tratamiento de Pako lo sostuve completamente yo a pulmón”, relata Edith. “Cuando yo conté su historia en redes sociales, mucha más gente se enteró de la lucha y empezó a pedir ayuda. Eran tantos los pedidos que era imposible sostener”, rememora.

En ese momento, Edith comenta que empezó a pedir ayuda a través de las distintas plataformas, así como a hacer rescates y a buscar padrinos solidarios. “Formamos un grupo muy solidario gracias a Dios, todos se ponen la camiseta cuando hay que hacerlo”, afirma.

Sostener tres refugios para perros es trabajoso. Entre varias labores hay que limpiar y mantener desinfectados a los caninos, alimentarlos y vacunarlos, y a esto se suma el hecho de que varias de estas mascotas están en rehabilitación.

Una historia que se destaca es la de Roque, otro de los rescatados, quien fue sacado de la autopista luego de haber sido atropellado. Estaba cuadripléjico, estuvo internado tres meses y le llevó varias semanas empezar a pararse nuevamente.

Edith relata que la historia de Roque fue muy triste, porque sus dueños aparecieron, fueron a la veterinaria a verlo. Preguntaron si era reversible el estado y cuánto costaría. Cuando se les dijo que el precio era de 4 a 6 millones, se fueron y nunca más volvieron. “Me dolió porque se trababa de personas pudientes”, lamentó nuestra entrevistada.

Luego de que lo abandonaron, la animalera decidió hacerse cargo de él y cuenta que intentaron varias veces que se recupere totalmente, pero tras un año y medio de tratamientos, lastimosamente no pudieron salvar una de sus patitas, por lo que tuvieron que amputársela.

Roque le enseño a Edith la gran diferencia que hay entre un ser humano y un animal, ya que este último disfruta de sacarse el peso de encima que implicaba esa extremidad lesionada, en lugar de frustrarse o deprimirse por la discapacidad.

“Roque es un perro inmensamente feliz a pesar de sus limitaciones, ni cuenta se da de que le falta una pata”, dice Edith con felicidad.

De los 37 animales que tiene Edith distribuidos en sus dos albergues, 30 son positivos a la leishmaniasis”, señala Edith.

La misma deja en claro que el suyo es un refugio no eutanásico, que se encargan de tratar la leishmaniasis, y que incluso cuentan con animales rescatados de veterinarias que ya han sido dejados para la eutanasia.

Su objetivo es romper con el prejuicio de que la lahismaniasis no tiene salida y que el perro se debe sacrificar sin más.

“Costeo los tratamientos gracias a eventos que hacemos, y compramos las drogas que se llaman glucantine o mitelforan, medicamentos que bajan la carga parasitaria de la leishmaniasis”.

En algunos casos, como en el de Roque, algunos perros positivos se encuentran sanos y se mantienen sin ningún tipo de drogas, son sometidos a chequeos anuales y salen impecables.

“Lastimosamente tenemos que traer la droga a escondidas, ya que Paraguay fue declarado un país que dice ‘no’ al tratamiento de la leishmanasis”, lamenta Edith, al tiempo de aclarar que “es mentira que un perro positivo y uno negativo no pueden vivir juntos porque se van a contagiar. Yo tengo a Lilian que es la más vieja y sigue siendo negativa aunque convive con los demás perros positivos”,comenta.

Edith comenta que no se considera rescatista, debido a que para ello hay que tener tiempo, y ella trabaja en los tribunales. El chalet que se utiliza actualmente como refugio es sostenido por dos personas, Edith y Clara Mayans, quienes además cuentan con la colaboración de la hija de esta, Sofi, hija de Clara, que a sus 12 años ayuda voluntariamente cuidando a los animales.

La animalera también maneja un albergue en San Antonio, pero de manera compartida con Oliver, dueño de casa, quien prefiere no identificarse completamente.

En casa viven Teodoro, un dálmata de 8 años, Jaime, un bóxer de 6 años, y Pako, los tres perros que forman parte de su familia.

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