Ser madre tras las rejas

Este artículo tiene 7 años de antigüedad
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Ser madre es un bello regalo de la vida; sin embargo, criar a un hijo tras las rejas no es una tarea sencilla para ninguna mujer. En la cárcel del Buen Pastor, 29 internas crían a sus niños con muchas privaciones.

“Es muy duro. Criar a un hijo de por sí es duro, pero en el encierro es más difícil porque hay muchas limitaciones y la principal es la falta de libertad. En el encierro, nosotras tratamos de ayudarnos, pero hay cosas que duelen. Dejar a nuestros otros hijos afuera, no estar con ellos todos los días, eso es difícil”, dijo Rosana Medina, quien está cumpliendo una condena de siete años. Tiene cuatro hijos, uno de los cuales, de cuatro años, está con ella en el Pabellón Amanecer de la Cárcel del Buen Pastor. Los tres restantes están con los abuelos y vienen algunas veces a visitarla. 

Medina es la delegada del sector Amanecer y se encarga de coordinar la distribución de las tareas entre las 29 internas madres. Ella reconoce que cometió un error, pero dice que, al igual que todas las madres, ama a sus hijos y siempre trata de protegerlos, arroparlos cuando sienten frío o cuidarlos cuando están enfermos.

"Duele no estar con ellos (sus hijos que están afuera) en algunos momentos, como festivales en la escuela, cuidarlos cuando están enfermos. Cuando vienen a visitarme trato de brindarles mucho cariño. Me equivoqué y ahora que ellos están creciendo cuesta mucho ser un ejemplo. Educarlos por la senda del bien es muy complicado, pero luchamos", dijo Medina. 

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Según los datos del Ministerio de Justicia, el 87,5% de las internas de las diferentes penitenciarías del país son madres. Una realidad lacerante que repercute directamente en la crianza de los hijos. Solo en la Penitenciaría del Buen Pastor, en Asunción, y en la Cárcel Serafina Dávalos, de Coronel Oviedo, se tiene un sistema mediante el cual los niños menores de 4 años están con sus progenitoras. En las demás cárceles, los niños deben necesariamente quedar al cuidado de una tercera persona para evitar estar en contacto con la población general durante el encierro de sus madres. 

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El 58,5% de las internas tiene proceso por delitos relacionados con drogas, con condenas que van desde dos hasta siete años, y en ese contexto las mujeres crían a sus hijos. Son culpables, pero son madres que en algunos casos cayeron en la delincuencia forzadas por la extrema pobreza. No es para justificar la delincuencia, pero en nuestro país la falta de oportunidades laborales en muchos casos empuja a las mujeres a delinquir, arriesgar su libertad, para llevar alimentos a sus hijos.

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Las madres, en un porcentaje muy bajo, son reincidentes y tras compurgar sus penas buscan un trabajo. El 80% de las reclusas ingresó por primera vez a prisión. A nivel país, hay 853 mujeres privadas de su libertad, distribuidas en las diferentes cárceles regionales.

Las cifras relevadas por el Mecanismo Nacional de Prevención de la Tortura hablan también de que el 44% de ellas manifestó haber sido víctima de violencia doméstica. El 87,65% de las mujeres privadas de libertad son madres. Además, el 63,5% manifestó ser soltera, 13,1% vive en pareja, 14,2% está casada, 3,7% es separada y 5,5% es viuda. Las cifras son preocupantes porque una gran cantidad de niños están creciendo en una familia disfuncional, en un ambiente que podría acarrear graves trastornos psicológicos. 

"Aquí tratamos de brindarles lo necesario, para que crezcan en un ambiente hogareño. Tienen su sitio de juego, van a  la escuela, reciben alimentos bien elaborados, no están encerrados aparentemente. No tenemos libertad, pero pueden disfrutar de un patio y compartir con los demás niños. Están separados de la población común", dijo Medina. 

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Si analizamos además el nivel cultural de las internas, las cifras también son muy tristes. El 3,8% de las mujeres no asistió nunca a la escuela, 38,8% asistió a una institución educativa entre primer y sexto grado, el 24,2% de séptimo a noveno, el 24,7% entre el primer y tercer año de la media, 6,6% estudió en la universidad y el 2% terminó sus estudios universitarios o tecnicaturas. Es decir, la falta de oportunidad para la formación también empuja a las mujeres al mundo delincuencial. 

“Mi única intención es salir de la cárcel y luchar por mis hijos. Reformar mi vida, trabajar para poder salir adelante. En la cárcel, la vida parece normal, pero falta el calor de un hogar. Yo, ahora, lo único que quiero es salir con mi hija y poder juntar a todos mis hijos”, dijo Diana Valiente, quien está preocupada porque su niña está por cumplir cinco años y debe separarse de su madre, pues el sistema penitenciario solo permite que los pequeños estén allí hasta los cuatro años.

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Son los niños, inocentes, quienes están condenados a vivir tras las rejas en un mundo lleno de privaciones. Ellos no saben lo que es salir al parque o a tomar un helado en algún centro comercial en un día cualquiera. Si bien las internas se ingenian para que sus hijos puedan pasar sus primeros años en un ambiente más o menos “normal”, adecuando un sector de la cárcel con pequeños parques, las rejas los separan del mundo exterior. 

“Nos levantamos, les damos el desayuno a nuestros hijos y después debemos adecuarnos al régimen de la cárcel. Hay madres que trabajan o estudian, entonces otras cuidan a los hijos”, dijo Carolina Leguizamón, quien tiene cuatro hijos, uno de los cuales nació tras las rejas. 

El pequeño, de un año y cuatro meses, no tiene noción de que está privado de su libertad y de que sus primeros pasos los dio tras los fríos muros del Buen Pastor. El varoncito aún se alimenta de la leche materna y no sabe que a su madre le falta mucho tiempo para conseguir su libertad.  

En el Buen Pastor, los niños reciben almuerzo y merienda escolar y cuentan con cuatro docentes que son pagados por el Ministerio de Educación. Las maestras suelen organizar paseos al parque o al Jardín Botánico y Zoológico con los niños, para que puedan tener contacto con el mundo fuera de los fríos barrotes de la cárcel.