Un sitio para preservar la memoria del pueblo judío

Durante nuestra estadía en Israel hemos recorrido el Museo del Holocausto, construido en el Monte de la Remembranza en Jerusalén para preservar la memoria del pueblo judío tras el genocidio a manos del nazismo durante la II Guerra Mundial.

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Aunque uno se haga la idea aproximada de lo que puede llegar a encontrar en el Museo del Holocausto en Jerusalén -una gigantesca estructura  de dos niveles dividida en 21 partes que incluyen centro de enseñanza, sinagoga, el centro visual, el museo de historia, el Salón de los Nombres, la biblioteca y los archivos entre otros, construida para albergar la memoria de las millones de personas asesinadas por la locura nazi durante la II Guerra Mundial-, nadie puede imaginarse el estado de ánimo que va a tener tras finalizar el recorrido.

Sin embargo, los arquitectos que diseñaron este espacio tuvieron la brillante idea de dejar lo mejor para el final. De esta manera, en un recorrido de aproximadamente 15 a 20 metros finales, el dolor, el estupor y la indignación que se van cargando en el alma a lo largo del trayecto dentro del museo se transforman en paz ante un espectacular paisaje de la ciudad. La fresca brisa constante despeja toda intención de odio o de venganza y da paso a la “hatikva”, esperanza en idioma hebreo.

Establecido en 1953 por la Knéset, el parlamento israelí, el museo de Yad Vashen -también conocido como Museo de la Historia del Holocausto- recolecta archivos y materiales preservando la herencia de miles de comunidades destruidas y en conmemoración a los 6 millones de judíos asesinados. Es el primer sitio en el mundo dedicado a estos trágicos eventos y es además un centro dedicado a enseñar lo sucedido.

Un edificio con estilo futurista se erige con una enorme explanada en frente, donde cientos de soldados que inician su Servicio Militar Obligatorio aguardan sentados o caminando por los alrededores - pareciendo más bien compañeros de colegio que van a alguna excursión de fin de año- el transporte que los llevará nuevamente a sus unidades militares tras el "Shabbat", el día de descanso para los judíos.

En Israel prestar servicio militar es obligatorio para hombres y mujeres a partir de los 18 años durante los tres años siguientes.

Una vez dentro del museo, tras pasar un par de controles electrónicos, cada uno toma los auriculares y el transmisor para que el guía pueda ir relatando paso a paso los lugares por los que vamos, sin levantar la voz evitando molestar a los demás.

Antes de ingresar al museo hay un recorrido que no se puede evitar: el Jardín de los Justos, un pequeño jardín que rinde homenaje a aquellas personas que de una u otra manera arriesgaron su vida por salvar a judíos durante la persecución nazi.

Esas personas fueron invitadas a este lugar para dejar una huella imborrable plantando un árbol.

Cada árbol representa un acto de amor y heroísmo, simbolizando el renacimiento de la humanidad tras una de las más duras pruebas que haya podido enfrentar como especie.

El más reconocido por todos es el de Oskar Schindler, conocido empresario nacido en el Imperio Austro-húngaro, afiliado al partido Nazi y salvador de al menos 1.200 judíos durante la guerra.

El film La Lista de Schindler hizo conocida en el mundo entero la historia de esta persona, quien falleció en 1974 y fue sepultado en Monte Sión en Jerusalén, siendo la única persona perteneciente al partido Nazi que goza de este privilegio.

El primer lugar que visitamos antes de comenzar el recorrido completo al interior del Museo fue una sala completamente oscura, donde uno va caminando por el borde tomado de un pasamano y observando mientras avanza rostros de niños asesinados en los campos de concentraciones y que pudieron ser identificados. Aproximadamente un millon y medio de niños judíos fueron asesinados durante el Holocausto.

Dos voces, una femenina y otra masculina, van repitiendo el nombre, apellido, la edad y el país de origen de cada una de estas pequeñas víctimas mientras sus rostros se encienden y se apagan lentamente. Toda esta ceremonia está acompañada por una infinita cantidad de velas que en realidad son solo pocas, cinco como mucho,  pero que reflejadas en los espejos que geométricamente están colocados en la sala crean la ilusión de reflejos infinitos, tal como pensó el arquitecto Moshe Safdie, creador de este espacio.

Me hubiese gustado poder grabar esta escena pero fuimos advertidos antes de ingresar que en una sola sala de todo el Museo del Holocausto era posible tomar fotografías y filmar y dicha sala era la última que sería visitada.

El recorrido está preparado de manera tal que el visitante no pueda saltarse ninguna de las nueve salas ordenadas temática y cronológicamente.

En cada una de ella se van narrando los hechos ya sea con ayuda del guía del grupo o bien simplemente con equipos audiovisuales que traducen al inglés, hebreo, ruso, francés, aleman, español y árabe.

El recorrido incluye una completa descripción en hebreo y en inglés de cualquier objeto que pueda observarse dentro del salón, acompañado siempre con la documentación oficial que autentica a los mismos.

No pocas veces se aprecian documentos personales con la mayor cantidad de datos de las personas que se pudo rescatar o averiguar.

En la penúltima sala existe la posibilidad de pasar de largo y un cartel de “No recomendado para menores” nos hace entender el motivo. Forman parte de la escena imágenes fuertes de personas dando su último aliento o centenares de cuerpos mutilados, apilados en las celdas de los campos de concentraciones así como el estupor de los soldados aliados al ingresar a los mismos.

Un grueso cristal transparente en el piso deja ver miles de zapatos de niños y adolescentes bajo él. Son pertenencias de seres humanos de distintas nacionalidades que en el comienzo de su vida fueron asesinados sin contemplación.

Cada zapato cuenta una historia diferente y más de una persona se sentaba en uno de los bancos que bordeaba el paseo abrumado por el dolor y la tristeza del lugar.

El vagón de madera de un tren utilizado para transportar a los detenidos en Auschwitz desde su celda hasta los hornos crematorios pone un marco terrorífico a una de las salas dedicadas a este campo de concentración en Polonia.

Tras casi finalizar el recorrido notamos que solo nos quedaban 20 minutos antes del cierre del museo y aún teníamos que ingresar al Salón de los Nombres, lugar donde estaba permitido tomar fotografías.

Este último espacio del recorrido por el Museo del Holocausto es un homenaje final a todas las víctimas judías del nazismo durante la II Guerra Mundial.

Una enorme estructura en forma de cono se levanta imponente ante nuestra mirada. Las paredes están cubiertas con las fotografías de miles de víctimas que pudieron ser identificadas y de las cuales se guarda registro en biblioratos que están guardados en unos armarios con vidrios y que se encuentran incrustados en las paredes.

En el centro del salón hay un enorme hueco de manera cónica invertida que termina en una fuente de agua; las paredes están revestidas de espejos reflejando las imágenes de las víctimas conocidas en las aguas. El mensaje de esta construcción es recordar a las víctimas o desaparecidas o no identificadas, razón por la cual hay muchos vacíos en los armarios.

Habíamos finalizado el recorrido cargados de tristeza y mucho dolor por todo lo que habíamos visto, escuchado y palpado durante un circuito de casi dos horas.

 

Quienes diseñaron el edificio tuvieron el suficiente tino de pensar en una salida reparadora. El camino de salida construido sobre un plano inclinado nos conduce hacia una enorme puerta de vidrio y en el más absoluto silencio llegamos a ella. Cuando las puertas automáticamente se abren, descubren una impresionante vista de la ciudad de Jerusalén mientras una fresca brisa refresca el alma y un mirador desde la parte alta de la ciudad nos permite apreciar el esplendor de la ciudad sagrada para las tres religiones monoteístas más importantes y antiguas del mundo.

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