Y volver a empezar

Esperanza y desazón. Alegría y dolor. Una inmensa mezcla de sentimientos contrapuestos acompañan a los damnificados en su regreso a casa, luego de casi dos años de que las aguas los obligaran a salir. Algunos deben volver a empezar de cero.

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El viento agita suavemente las ramas desnudas de los árboles que solían vestir de verde al barrio. El silencio es regla impuesta en un caserío despoblado que de a poco comienza a recibir a sus viejos residentes. A lo lejos, un martillazo o el estruendo de retazos de madera cayendo al suelo rompen la monotonía.

La delgada figura de la mujer se abre paso en los intrincados caminos para llegar hasta su casa…o al menos hasta el lugar en el que alguna vez estuvo emplazada la precaria estructura que ella llamaba hogar.

El agua ha retrocedido casi por completo, pero sus rastros aún quedan. En las paredes de algunas casas se observa claramente el nivel hasta el que llegó el cauce inundado y las calles siguen convertidas en un lodazal por el que avanzar es tarea verdaderamente complicada.

“Acá es”, dice Martina Elizabeth Páez Alegre. “Acá es mi casa”, continúa mientras muestra un terreno vacío ubicado en 39 Proyectadas y México del barrio San Blas del Bañado Sur, una de las zonas más pobres de Asunción. En el lugar no existe estructura alguna que haya quedado en pie y el único rastro de alguna presencia humana es la arena con la que se cargó el terreno para comenzar a levantar la casa de la familia.

“Doña Eli”, como la conocen sus allegados, es una de los miles de paraguayos cuyas casas quedaron bajo el agua durante casi dos años como consecuencia de las inundaciones que afectaron a varias ciudades del país, entre ellas la capital. “Esta es nuestra realidad”, dice mostrando el terreno.

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Parte por parte, madera por madera, las precarias casas van siendo desarmadas. Los pedazos de las viviendas son cargadas en motocargas o en las carrocerías de camiones que esperan a un costado de lo que solía ser un parque sobre la avenida 21 proyectadas del Barrio Obrero, pero que se convirtió en refugio improvisado desde que a mediados de 2014 cientos de familias se instalaron allí tras ser desplazadas por la crecida del agua.

En medio del estruendo de los trabajos, la música tropical a todo volumen y el roncar de los colectivos que circulan por allí, doña Eli alza un poco la voz para poder contar la historia de su familia, una historia marcada por el sacrificio y el dolor.

Apenas nos ve llegar, sale a nuestro encuentro y nos recibe con un caluroso saludo. A las apuradas, saca algunos sillones al “patio” común que tiene junto a sus vecinos. Ofrece un poco de tereré o agua, mientras intenta tranquilizar al pequeño Rodrigo, su hijo de 7 años. Mientras tanto, su otra hija, una joven de 21 años, limpia y ordena las pertenencias de la casa.

Hay que comenzar a preparar todo para desalojar el “refugio” y volver a casa.

“Hace un año y ocho meses que salimos de nuestra casa”, cuenta al equipo de ABC Color y ABC Tv que llegó a su casa. Su hogar estaba asentado en un terreno que compró hace ya 13 años en el barrio San Blas del Bañado Sur con la esperanza de poder ofrecer un techo a su familia.

Ironías de la vida, cuando compró el terreno de otra mujer, lo hizo huyendo de los constantes raudales que arrastraban la casa de su madre. Quien le vendió el nuevo lugar nunca le contó que se encontraba en una zona inundable y ya casi ha perdido la cuenta de las veces en las que ha tenido que abandonar su vivienda como consecuencia de las crecidas.

“Antes vivíamos en la Villa Colorada con mi mamá. Ahí había un arroyo que cuando llovía arrastraba todo, por eso decidí salir de ahí”, relata. Lo primero que tuvo que hacer fue cargar el terreno y a partir de ahí comenzar a levantar su casita.

Una casita en la que desde hace un tiempo vive sola con sus dos hijos y que fue alcanzada por el agua hace ya casi dos años, cuando el cauce del río Paraguay alcanzó algunos niveles históricos y los obligó a salir.

El periplo ha estado cargado de un sinfín de problemas para esta familia. Una vez que el agua llegó, esperaban contar con la tan mentada asistencia estatal para abandonar el terreno; sin embargo, esta no solo no llegó sino que los funcionarios públicos hasta parecían burlarse de doña Eli y sus hijos.

En una de esas ocasiones, funcionarios de la Secretaría de Emergencia Nacional (SEN) le mandaron decir que debía derribar ya su casita de madera y prepararse para abandonar el terreno. Así lo hizo…pero ellos nunca aparecieron. Sus pocas pertenencias quedaron bajo agua y tuvo que pasar la noche con sus dos hijos –uno de ellos con un delicado estado de salud- bajo una carpa. Cansada y molesta, con los pies descompuestos y uno de sus hijos enfermo, decidió buscar la forma de llegar hasta la zona alta y en total tuvo que gastar alrededor de G. 800.000 solo en el traslado de sus pertenencias.

Primero fueron a instalarse en el refugio conocido como “Maracana’i” y de ahí luego pasaron al parque del paseo central de la avenida 21 Proyectadas. Ahora, tras casi dos años, debe afrontar el peregrinaje de regreso.

“Mi principal problema es que ahora tengo que mandar echar mi casa, traer y volver a levantar. Tengo que pagar y tengo que rejuntarme para pagar porque no hay nadie que venga a trabajar gratis”, cuenta.

Y si de algo sabe esta mujer de 43 años en cuyo rostro el tiempo vivido ha dejado ya sus marcas, es de sacrificio. Para tratar de llevar adelante a su familia y buscarles un futuro alentador, se dedica a vender pororó frente a la escuela en la que estudia su hijo menor, prepara otros comestibles y los fines de semana recolecta plásticos que vende a G. 600 por kilo en una recicladora. A veces, en un buen día de venta puede sacar unos G. 100.000 en la venta de pororó

El esfuerzo fue redoblado desde la llegada de su hijo menor, el pequeño Rodrigo de 7 años, quien a su corta edad conoce bien lo que es tener que luchar por su vida. Desde hace más de 5 años que está en lista de espera para un trasplante renal, y ha pasado en tres ocasiones por terapia intensiva.

Rodrigo, quien juega en los alrededores mientras su madre cuenta –aguantando las lágrimas que parecen agolparse- lo ajetreada que ha sido su vida, sufrió varios derrames y el último de ellos le dejó secuelas en las cuerdas vocales que impiden hablar de manera fluida. Además, uno de sus últimos chequeos detectó que tiene soplo en el corazón.

Los días de frío han sido verdaderamente para el pequeño, más aún porque en el lugar en el que se encuentra establecida la familia, las bajas temperaturas parecen recrudecer aún más su azote. “Ya varias veces estuvo en terapia. Salimos, nos levantamos otra vez. Gracias a Dios estamos luchando”, relata doña Eli.

Los médicos insisten en que el trasplante es la única vía como para que Rodrigo lleve una vida de calidad, aunque ponderan que sus condiciones han mejorado en los últimos tiempos gracias a los medicamentos. El pequeño de 7 años ocupa el lugar 22 de entre 192 niños que esperan algún trasplante, según lo que le dijeron a su mamá. “Son pocos los donantes”, afirma la mujer.

Doña Eli nos muestra el lugar en el que estaba asentada su precaria casa hasta el momento de las inundaciones. En el lugar no queda absolutamente nada y ahora deberá comenzar a levantar un nuevo hogar para ella y sus dos hijos.

A pesar de que le dijeron que había camiones disponibles para realizar la mudanza, doña Eli ya no confía ni en funcionarios municipales ni de la SEN. De hecho, sus vecinos cuentan que todos tuvieron que ingeniarse para realizar la mudanza. “Ya no confío en ellos, es preferible rejuntar y ver qué hago o mudar en cualquier carretilla”, asegura doña Eli.

Si bien le gustaría tener una casa estable, reconoce que la posibilidad de ir a otro lugar es imposible. Doña Eli asegura que no podría calificar para las viviendas sociales que son ofrecidas por el gobierno en las afueras del Área Metropolitana, debido a que no cuenta con un ingreso mensual fijo y en Asunción o sus alrededores, los precios están muy por encima de lo que ella pueda pagar.

Se para un segundo frente a su terreno, toma una bocanada de aire y sigue. “Yo no pido que se me regale nada, lo que necesito es un camión grande y si alguien me puede ayudar a levantar mi casa. Si alguien nos quiere ayudar a reconstruir”, afirma.

Los vecinos del parque ya no están dispuestos a esperar y pidieron en varias ocasiones que se retiraran del lugar. “Nos dijeron que tenemos que desocupar ya porque los vecinos quieren usar su canchita, arreglar y usar. Comprendemos y les agradecemos”, reconoce doña Eli.

“Ahora hay que empezar otra vez, de cero”, sentencia. Y no le queda de otra, porque la vida no espera y confía en el que sacrificio pueda redituarle algún día en un mejor futuro para sus hijos.

juan.lezcano@abc.com.py - @juankilezcano

Fotos: David Quiroga, ABC Color

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