Son las 12:30 del día 22 de septiembre de 1866, luego de varias horas de un nutrido fuego de hostigamiento de la armada imperial…
“Como una inmensa explosión truena de repente el cañón con fragor y espanto, la artillería que defiende la posición enemiga (paraguaya), por medio de fuegos convergentes, arroja la confusión y la muerte en nuestras filas: un alarido de entusiasmo acoge este grito de la tumba: el toque de ataque vibra ardoroso en el espacio; los tambores con estruendo de entusiasmo baten la carga, y la 4ª y la 1ª división cerradas en masa se han precipitado al baluarte del tirano: la metralla como un granizo rasante abre sendos claros en sus filas; al impulso del fierro y del plomo saltan en revuelta confusión, hombres, escaleras, fajinas, armas, girones sangrientos; pero siempre una voz enérgica se sobrepone a la escena: aquella voz que avasalla el espíritu de conservación y hace temblar al pusilánime, se hace oír a cada agujero de la columna: ¡No es nada, cierren los claros, adelante! ¡Adelante! Repiten los soldados y saltan sobre los muertos, y el moribundo que cae despedazado por la metralla también murmura: ¡Adelante!
A los vítores del asalto responde el cañón con ronco acento que va rebotando en el espacio con lúgubre cadencia; semeja cavernoso reír ciclópeo que hace ironía del esfuerzo del contendor.
Apenas descubiertas nuestras columnas estalla el combate en todo su esplendor, entre una atmósfera de humo y de sangre, de olor a pólvora y trapo quemado. El entusiasmo, el valor, la confusión y el dolor dominan aquella sangrienta liza”.
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Así relata el general argentino José Garmendia el ataque aliado a la fortaleza de Curupayty. Los atacantes, luego de salvar dificultosamente los anegados y empantanados campos después de los días de lluvia que precedieron a la acción, se lanzaron contra la primera línea de atrincheramiento paraguayo. Unos saltan. Otros caen en él. Otros utilizando escaleras y fajinas lo salvan. Entusiasmados, avanzan sobre las líneas paraguayas creyendo segura la victoria. Pero Curupayty es inexpugnable: fosos, troncos, espinos, ramas entretejidas resguardan el parapeto de las posiciones paraguayas y el sostenido fuego de sus armas y cañones, contra los que se estrellan y sucumben los atacantes.
Ante el impulso inicial de los atacantes, nuestras fuerzas retroceden, abandonando por un instante las trincheras, pero los bravos oficiales del general Díaz imponen disciplina y reaccionan rápidamente con sus mosquetes, cohetes y cañones, vomitando un tiroteo infernal sobre las fuerzas atacantes, fusilando a mansalva a los enemigos.
Así, sucesivamente, es rechazada cada columna aliada que se acercaba a las posiciones paraguayas, dejando un repugnante suelo cubierto con sangrientos despojos: “La metralla al chocar contra el fango de los esteros levanta un torbellino de agua negruzca mezclada con fragmentos de carne humana”, relata Garmendia.
Luego de varias horas de ser fulminados prácticamente a quemarropa, sin poder alcanzar con sus bayonetas siquiera a un paraguayo, sucumbiendo prácticamente sin gloria y con mucha pena.
A todo esto se sumaron fuerzas paraguayas enviadas desde Paso Pucú, que llegaban bramando con sed de muerte, pero llegaron tarde. Ya no hacían falta. Las fuerzas atacantes se iban retirando, penosamente, dejando su horroroso rastro de sangre, suplicantes de auxilio, en una infernal marcha, víctimas del fuego inmisericorde de los defensores de Curupayty, mientras, entre el estruendo de las bocas de fuego y los alaridos de los triunfadores, se oía a lo lejos, surcando el espeso aire de humo, fuego y olor a sangre y muerte, la trompeta del negro Cándido Silva, anunciando la victoria.
Así fue aquel día de primavera de 1866, hace 150 años.
DISPOSITIVO DE ATAQUE ALIADO
Cuatro columnas. Brasileños siguiendo la ribera del río, argentinos siguiendo al lado opuesto, siguiendo a campo traviesa.
Fuerzas brasileñas: Dos columnas, más una división de reserva.
Efectivos: 10.580 brasileños; 9.420 argentinos (12.000 atacantes y 8.000 de reserva).
Fuerzas argentinas: dos columnas con dos cuerpos de Ejército, más 17 batallones de infantería de reserva.
Jefes atacantes: Coronel Augusto Caldas, general Albino de Carvalho y coronel Lucas de Lima (brasileños); general Wenceslao Paunero, general Emilio Mitre y Bartolomé Mitre.
Defensores de Curupayty
Seis batallones de Infantería, con 5.000 hombres al mando del teniente coronel Luis A. González, tres regimientos de Caballería, comandado por el capitán Bernardino Caballero y cinco baterías de Artillería de 10 piezas cada una, al mando del general José María Bruguez.
Comandante general: general José Eduvigis Díaz.
Bajas
Brasileñas: 401 muertos; 1.540 heridos.
Argentinas: 2.082 muertos.
Paraguayas: entre 90 y 250, muertos, según las fuentes.
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