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En fin… ya el sol apunta en el horizonte y la serenata termina. Ahora usted percibe los “debates” con que los concurrentes agotan la despedida de la fiesta: peleas, corridas, silbidos, llantos y risotadas; todo, con la displicente mediación de los “guardianes del orden” (el inspector municipal sólo estuvo antes de la medianoche para verificar que todo estuviera “de acuerdo a lo pactado”). El estrépito de las motocicletas con escape libre o silenciadores rotos se pierde en la mañana ya presente y ahora sí, usted puede dormir. Aunque todavía pasan frente a su casa los rezagados, desgraciadamente sin motocicletas. No los ve pero los escucha cantar con voz aguardentosa y desafinando en coro, el tema de la cachiporra, alternado con algún ofensivo estribillo de barras bravas. Pero ya las voces también van apagándose calle abajo. De manera que …¡a dormir!
¡Un momento! …¿y ese sonido que comienza a subir desde donde desaparecieron los noctámbulos? ¡Es un altavoz!: “¡…Pera de agua, naranja, mandarina, lechuga y tomate. Pera de aguaaa!!”… se escucha ya nítidamente. ¡Pero si es el mismo sujeto que nos grita su estridente oferta de toda la semana, a bordo de su motocarro! A punto de la histeria, sus ojos –ahora los dos– se vuelven hacia la escopeta. Es domingo para todos. Para el motocarrero sin embargo, es un día de paseo en familia. ¿Por qué no aprovecharlo entonces y de paso vender algo para el tallarín del mediodía?
Las calles vacías y el tránsito despejado favorecen la intención. El silencio reinante permite que su parlante se escuche aún más estridente que el de la fiesta recién concluida. Al conductor le tiene sin cuidado la calidad del sonido, sino que su voz sea percibida por todo el vecindario. Por lo que hasta se permite una prueba de sonido de trecho en trecho: “hola hola?” para verificar si todo está en orden y su mensaje nos está llegando: “…Pera de agua, mandioca, lechuga, tomate. ¡¡Manzana y pera de aguaaa!!”. El sujeto no es muy riguroso con el orden de la lista ni le preocupa reiterar la oferta. Pero no puede omitirse de publicitar su producto estrella: “pera de agua”. Ya sabemos que él llama así a cualquier tipo de pera. Para él SON peras de agua y usted no le discuta. Mientras pasa la feria ambulante, usted ya resignado, se enfrascó en la lectura del diario o está buscando un programa pasable en la TV. Más tarde dormirá una larga siesta, se ilusiona. No lo haga. Porque todavía falta el de la “…chipa calientita, higiénicamente elaborada recién salida del horno… acérquese a este vehículo” y toda la historia. O el de: “…¡compro batería, hierro viejo, aire acondicionado descompuestoooo” mientras usted evalúa todas las formas posibles de un crimen sin víctimas ni testigos. No se preocupe. En la ofuscación o el insomnio uno piensa barbaridades que no ocurren…
Pero seamos inteligentes y coincidan conmigo –como decía uno de nuestros Ministros de la Democracia– que cuando clamábamos piedad para los caballos, no nos percatamos de esta derivación que atenta contra nuestro descanso y nuestra salud mental. Pues ¡aquí están… ellos son! los nuevos especímenes urbanos que gozan de las complicidades de muchos y la irresponsabilidad de casi todos. De quienes para evitarse obligaciones y amparados en la idea de que “los pobres tienen que trabajar” nos enfrentan a este cruel teorema: Los ricos se divierten hasta tarde. Los pobres tienen que trabajar aunque sea en domingo. El resto, entre los que habremos ricos y pobres, ¿no tenemos derecho al respeto y al descanso?