Quitándose el problema de encima

En la etapa que se abre tras el cartismo habrá que reconstruir la institucionalidad en el país y hay alguna posibilidad de que los partidos de oposición recuperen su rol y que lo propio haga el oficialismo aunque, en este último caso, les costará un poco más.

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A esta altura, está claro que el Gobierno que se está yendo jugó a la división de los partidos políticos para poder gobernar, incluyendo el suyo, aplicando la vieja pero efectiva fórmula del “divide y reinarás”.

Aquella inocentada de que Horacio Cartes no robaría porque ya tenía mucha plata dejó paso a la evidencia de que una de las principales ocupaciones del Mandatario y su equipo de gerentes fue idear e impulsar negocios con el Estado para sus empresas propias y asociadas.

Es difícil creer que ahora el cartismo se irá de repente, así como vino. Sin embargo, las derrotas políticas en cadena que sufrió mellaron sus posibilidades de influir de manera decisiva durante el próximo periodo constitucional.

El proyecto cartista comenzó a desinflarse con la derrota del plan reeleccionista, se fue agrandando con la derrota de su delfín en las internas del partido de diciembre pasado, para concluir ahora con la imposibilidad, pese a las presiones de todo tipo, de lograr un escaño en el Senado.

Hasta ahora, Cartes y sus acólitos querrían creer, parece, que lo único que lo separa de la posibilidad de renunciar a su cargo para poder jurar después como senador son unos pocos votos. No quiere o no puede darse cuenta de que su ambición política choca en realidad con la negativa y/o la indiferencia de la opinión pública en general.

Los cartistas reclaman que se respete la decisión popular de las urnas en un tono que uno creería que hay multitudes en las calles o en la redes sociales presionando por la banca del Mandatario, lo cual no es así.

Referentes y medios de comunicación del cartismo intentaron al principio instalar la sensación de que la negativa de algunos senadores abdistas a tratar la renuncia de Cartes motivaría una crisis de proporciones en el Partido Colorado.

Sin embargo, fueron muchos más los afiliados que se pronunciaron desde los medios respaldando la postura de Abdo Benítez de declararse prescidente en esta cuestión y rechazaban las insinuaciones de que habría ingobernabilidad si no se aceptaba que Cartes sea senador.

Las bases coloradas, en particular los funcionarios públicos y seccionaleros, no hicieron más que reiterar un comportamiento histórico: alinearse al oficialismo triunfante de su partido.

La conducta de algunos actores, como los senadores Galaverna y Beto Ovelar, quienes, tras las internas, decidieron navegar entre el cartismo y el abdismo, operando a favor del primero, se explica por una cuestión de conveniencia personal antes que por un supuesto intento de pacificar el partido que, en realidad, para nada da la impresión de estar atravesando un conflicto.

El escenario que aguarda a Abdo Benítez, en especial en el Senado, donde los colorados son minoría, es el de estar obligado a acordar y consensuar.

Actualmente, se perfila en el Congreso un bloque opositor más homogéneo que el actual, sin la presencia de disidentes colorados, aunque sea en la primera etapa del nuevo periodo. 

De darse eso, sería una consecuencia directa de la pérdida de poder del cartismo que, de poder hacerlo, movería los hilos para instalar un contrapoder al Ejecutivo.

Dicha perspectiva explica suficientemente por qué el nuevo inquilino del Palacio de López no movió ni moverá un dedo para que se le instale un problema en el Congreso.

mcaceres@abc.com.py

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