‘Conocí el chespi en el colegio’

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“Probé el chespi a los 14 años cuando estaba en el colegio y me envicié”, dijo un joven que ahora lucha por encauzar su vida para sacar adelante a su hijo de 3 años junto con su pareja, quien también es menor de edad.

Crack, chespi o paco son las denominaciones con que se conoce a la pasta base, un subproducto previo a la elaboración de la cocaína que contiene numerosos químicos altamente peligrosos y que últimamente va sumando adictos, principalmente adolescentes y jóvenes.

"Hoy tengo 17 años y hace un año estoy tratando de sacar adelante a mi hijo de 3 años junto con mi pareja, que tiene 16 años. Yo caí en las drogas y después ya robaba para poder cumplir con mi vicio, pero ahora me dieron una alternativa para no ir a la cárcel", dijo el joven, cuya identidad omitimos en esta nota.

Si bien la marihuana sigue siendo la droga más consumida en el país según el Centro Nacional de Control de Adicciones, el chespi es el predilecto de los adolescentes, quienes con cada piedrita que encienden ven pasar su vida ante ellos. 

Para poder sostener sus vicios, muchos de los adolescentes caen en la delincuencia, son detenidos y ya pasan a formar parte de las estadísticas carcelarias. 

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"Yo caí preso, pero el juez me dijo que puedo tener una oportunidad. Pensé, por mi hijo, y me ayudó también mi pareja, que siempre estuvo dándome fuerzas para salir de mi vicio. Ella no consume nada, es buena y me quiere, me apoya", manifestó el joven mientras sostenía fuerte en sus brazos a su pequeño hijo, como buscando una motivación para seguir rehabilitándose. 

Él asiste a varios talleres que se desarrollan dentro del Programa de Justicia Restaurativa en Lambaré y así consigue vender sus trabajos, mientras que su pareja vende ajo y frutas para ayudarlo. 

"Yo hago parrillas de tambor, me dedico a la herrería, estoy trabajando de a poco. No es que vendo mucho, por eso mi novia sale a vender ajo y así con la plata que los dos ganamos mantenemos nuestro hogar", dijo el muchacho. 

El joven también fue a un centro para desintoxicarse y así tiene un año sin consumir ningún tipo de drogas. Además, está tomando cursos para poder retomar su colegio y terminar la secundaria. Su sueño es ser arquitecto. 

"Hace un año que estoy limpio, todos los días es una lucha, pero pienso en mi hijo y así estoy saliendo adelante. Todos caímos alguna vez, pero lo bueno es tener una oportunidad para poder enmendar nuestro error", manifestó. 

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Al respecto, el juez penal de la Adolescencia Mario Camilo Torres, quien encabeza el Programa de Justicias Restaurativa, manifestó que se está buscando "salvar" a los jóvenes infractores y ayudarlos a encauzar sus vidas. 

"El Estado, que debería protegerlos, se hace presente recién en la etapa de conflicto con la ley penal, pero no con un rol preventivo o como protector o garante de sus derechos, sino para castigar sus conductas", lamentó el juez Torres.

Explicó que los jóvenes que ingresan al Programa de Justicia Restaurativa deben participar de charlas con la ONG Red de Voluntarios del Paraguay, en donde se aborda el área emocional, espiritual y formativa.

También todos deben tener un refuerzo escolar, principalmente los menores infractores que aún no abandonaron sus estudios, pero que están con bajas calificaciones.

Además, para que puedan tener algún tipo de ingreso, se imparte talleres con instructores del Servicio Nacional de Promoción Profesional (SNPP). De esta manera, muchos jóvenes incursionan en el emprendedurismo.

Los menores que son adictos a algún tipo de sustancia pasan una temporada en el programa de abstinencia completa de todo tipo de drogas. La participación en este programa es voluntaria.

 

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La deserción estudiantil viene también de la mano de las adicciones. Seis de cada diez alumnos no logran terminar la educación secundaria, según el último censo nacional. Además, el 60% de los alumnos que terminan la primaria lo hacen con severos problemas de calidad.

Seis de cada 10 estudiantes que se matricularon en el primer grado en 2003 tuvieron que abandonar la escuela antes de llegar al tercer año de la media. Entre los 13 y 14 años de edad se manifiesta el mayor proceso de abandono y es justo en esta edad cuando los adolescentes comienzan a caer en las adicciones.

"Lo más bueno fue mi audiencia y el juez me felicitó por mi desempeño. Me sentí orgulloso porque le demostré que fui capaz de cambiar. Muchas personas no creyeron que yo iba a poder cambiar, pero cambié y estoy luchando cada día por mejorar", dijo en otro momento nuestro entrevistado, visiblemente emocionado. 

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"El fiscal quería enviarme directamente a Itauguá, no le importaba nada. Me dijo que era un menor de edad, pendejo, que tenía que irme allá para aprender que no tenía que hacer eso. Fue duro", dijo en otro momento.

Al respecto, el juez Camilo Torres dijo que falta profesionalismo para tratar con los adolescentes. El sistema penal necesita dar una oportunidad a los menores infractores.

"Imaginate si yo agarro y le envío a un joven adicto a Itauguá. A uno de 15 años voy a fundir su futuro, porque no existe un sistema de recuperación. Allí va a salir más adicto, destruido", dijo el juez. 

Agregó que se debe contar con protocolos y herramientas de intervención para gestionar de forma eficiente la ejecución de medidas no privativas de libertad. 

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"El trabajo con las víctimas requiere especialización y dedicación de tiempo. Es necesario implementar un servicio de asistencia a víctimas con funcionarios debidamente sensibilizados y capacitados", puntualizó el juez.

Para trabajar con los adolescentes en todo el país se tiene solo un fiscal especializado y 18 jueces. Luego, todos los casos llegan a manos de fiscales que no manejan a cabalidad las cuestiones de los adolescentes.