El son de sus tambores guarda relación con lo mítico, con una invaluable tradición de sus ancestros, los kamba, los afro, los descendientes de los esclavos, y en algunas ocasiones, tristemente hasta hoy, los olvidados.
Varias son las maneras en las que podemos referirnos a ellos, muchos de los términos son producto de preconceptos de los que han sido objeto a lo largo de los años. Otros, en cambio, los llenan de orgullo. Y también hay algunos que les causan risa.
Plantearles el tema de la discriminación histórica que han sufrido como afroparaguayos es un tema trillado del que ya ni siquiera quieren perder tiempo en hablar. Prefieren contar cosas maravillosas de su cultura, de sus comidas, de sus sueños y de la manera en que se divierten.
Y hablando de la manera en que se divierten, justamente a eso fuimos hasta el barrio de los Kamba Kua, ubicada en el límite entre las ciudades de Fernando de la Mora y San Lorenzo, en las cercanías del actual Hospital de Clínicas. Una calle angosta, tal vez algo obscura, nos lleva a destino. Muchos advierten que es peligroso entrar al sitio, pero los hechos demuestran que ese ambiente comunitario, de mucha alegría e inocencia, es mucho más inofensivo que cualquier barrio de la capital rondado por motoasaltantes.
Todos los beneficios, en un solo lugar Descubrí donde te conviene comprar hoy
Es noche de fiesta en el barrio. Celebran un cumpleaños, y el líder de la comunidad, Benito Medina, nos recibe como si fuéramos viejos amigos, pese a que es la primera vez que nos ve.
Se siente en el aire la auténtica felicidad que sienten al recibir visitantes, y en medio de su humildad, ofrecen a manos llenas lo poco o lo mucho que puedan tener.
El baile al son de los tambores es el principal arte con el que los identifica, pero ellos desean que las personas comprendan que el abanico artístico que manejan es mucho más amplio y va más allá de la murga. Con los nuevos tiempos se van actualizando, y hoy muchos de sus jóvenes, como cualquiera de los chicos paraguayos, se adentran al mundo de la música por medio de bandas de rock con influencia afro.
Niños, jóvenes y adultos con los mismos sueños, pasiones y expectativas, con la inscripción “paraguayo” en su cédula de identidad, pero con unas venas por donde corre sangre nativa de la lejana África, un abolengo que luchan por mantener y enriquecer pese al transcurrir de los años.
La fogata está encendida cuando llegamos, pero, conforme pasan las horas, los integrantes de la comunidad van acercando más leña para aumentar las llamas.
Los acordes de una guitarra empiezan a sonar y el primer artista sube a escena, mientras las bebidas circulan con más afluencia y la noche entra a su mejor momento.
Solo pasan unos minutos antes de que uno de los integrantes del grupo de murga entre a escena y acompañe al primer instrumentista con el ritmo de los tambores.
Al sentir el contagiante son, algunas mujeres jóvenes de la comunidad se acercan a bailar alrededor del fuego con pasos característicos del estilo. Cuando nos invitan a acercarnos y nos piden que nos animemos a aprender algunos pasos, es imposible decirles que no. La diversión se apodera del ambiente.
Durante un descanso para saborear un poco de sopa paraguaya preparada al tatakua, Jesús Medina, de 19 años, recuerda entre risas aquella vez que lo eligieron para ser el niño Jesús en la iglesia del barrio.
“Tenía 4 años y un niño un poco más grande me dijo, ‘vos no vas a ser el niño Jesús porque sos negro’. Yo no me enojé, pero después me reí porque vino su mamá y demasiado mucho le retó”, nos cuenta.
Jesús no solo no dejó que el desprecio le efectara, sino que desafió al otro niño, y le contestó. “Sí voy a ser, aunque no quieras”. Y efectivamente, fue el niño Jesús de la obra teatral de la iglesia ese año.
“Yo no entiendo por qué para todo el mundo, hasta en las películas, Jesús tiene que ser blanco, de ojos azules y pelo rubio. Al contrario, los rasgos de la gente de Jerusalén, donde él nació, son similares a los nuestros (los afros)”, reflexiona el joven.
Además de ese episodio infantil, Jesús no recuerda otro momento en el que haya sentido discriminación. Relata que su vida en el colegio es absolutamente normal, con estudio, amigos, bromas y hasta pequeños romances, de esos inocentes e inolvidables.
Este año culmina la secundaria, y sueña con ingresar a la carrera de Administración en la Universidad Nacional de Asunción.
Benito Medina es el líder de la comunidad, por lo que nos da la impresión de que tal vez requiera de cierto protocolo acercarse a él. Muy por el contrario, es el más accesible y humilde de todos. Ocupa el cargo por herencia de su fallecido hermano Lázaro Medina, líder originario de la comunidad, a quienes todos recuerdan con mucho sentir como un hombre de corazón bondadoso y al total servicio de su comunidad.
Benito nos explica que los cargos no son necesariamente por linaje, sino que los miembros de la comunidad eligen a la persona que consideran como la más responsable y con las cualidades necesarias de liderazgo.
Como uno más de la comunidad, vestido sencillamente y sin dar señales particulares de ser el líder, Benito baila alegremente acompañado por algunas mujeres y hombres alrededor del fuego.
Los tambores de los músicos se van colocando alrededor del fuego, hecho que llama nuestra atención. Al consultar, Benito Medina nos explica que hay dos motivos para esta costumbre. “La razón práctica es que el fuego tensa el cuero de vaca que usamos para percutir los tambores, y la razón mítica es que el fuego representa a nuestra identidad, la luz de nuestros ancestros cuando recorrían por los montes, por lo que nos sentimos protegidos ubicando nuestros instrumentos a su alrededor”, menciona.
La noche se va apagando tras una suerte de peña, pero mucho más divertida que aquellas a las que estamos acostumbrados.
Ese maravilloso rito tan inclusivo, que invita a repetirse. Ellos, a diferencia de nosotros, no hacen distinción de color o clase social. Ya nos consideran sus amigos y desean que volvamos pronto.
La sonrisa bonachona de Benito es lo último que vemos antes de subir al auto. Esa sonrisa inocente que nos habla de una riqueza cultural entrañable, que, sin rencores contra el pasado y sin malicia, pelea cada día por mantener intacto su lugar dentro de la historia paraguaya y latinoamericana.
