Una decisión de vida

Belén Ramírez Téllez, la paraguaya de Médicos Sin Fronteras (MSF), estuvo vacacionando por su tierra un par de semanas. Quisimos saber qué fue de aquella joven que decidió hace casi 3 años irse a Sursudán. “Aprendí muchas cosas en este tiempo –dice muy contenta–, sobre todo redefiní mi vocación de ser médico en los lugares más necesitados”, afirmó.

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Radiante, Belén (34) llegó para la entrevista. Se la siente feliz y no es para menos, no a todos la vida nos pasea por experiencias tan difíciles pero aleccionadoras. Sursudán, Yemen, Colombia y República Centroafricana fueron sus puntos de misión. Entremedio de las idas y venidas, también encontró el amor en un estadounidense, Jim, quien estuvo en Paraguay acompañando a un grupo de odontólogos que brindó atención en poblaciones vulnerables. Belén forma parte del pool de emergencia de MSF; reside actualmente con su familia en Huntington Beach (sur de California, EE.UU), desde donde la designan para una zona de conflicto.

–¿Cómo fue llegar a tu primer destino en Sursudán?

–Fue la primera vez que estuve en un lugar tan ais-
lado; antes, lo más lejos que había estado era el Chaco paraguayo, que no es lo mismo. Allá las etnias estaban en conflicto, pero no había guerra. Sufrí mucho porque veía morir a 3 o 4 niños por día, el hospital era del Gobierno, no de MSF. En esa misión lloré todos los días, fue muy pesado.

–¿Podías desistir?

–Sí, pero como dicen los americanos, “I’m not a quitter” (no abandono la lucha). Tenía problemas para atender, más que por falta de recursos, por el odio reinante. Una vez, en una noche muy oscura, mandé romper la caja donde estaba el generador para poder hacer un parto. Cuando el médico encargado vino y vio que la caja estaba rota, se enfureció y me dijo: “Acá hacemos partos con velas”. En realidad se enojó porque la paciente no era de su etnia.

–¿Te mantuviste durante los 6 meses establecidos?

–Sí. Volví de esa misión y me fui a Argentina, de mochilera a la montaña a repensar mi vida. Decidí seguir como voluntaria. Próximo viaje fue a Yemen, plena primavera árabe. Estuve bajo bombardeo. Teníamos una pieza de seguridad. Avisamos a nuestras familias que durante unas horas íbamos a estar sin comunicación. Respecto a la medicina, ahí funcionaba mejor, tenían quirófano, terapia, todo, pero no tenían antibióticos, gasas. Nos centramos en dar cursos sobre cómo hacer cuando llegaban muchos heridos.

–¿Cómo se negocia la salud en un sitio tan complejo?

–Estuve 7 meses en distintos lugares del país, todo era conflicto y urgencia. Imaginate, era zona donde estaba Al Qaeda. Nosotros negociábamos el acceso con el Gobierno o con los rebeldes de turno.

–Siendo mujer, ¿a qué tuviste que adaptarte?

–En Yemen no tenía que usar burka ni abaya, pero sí ropa que me cubriera totalmente, incluso el cabello. Tenía que negociar siempre con un hombre al lado, pero eso era por seguridad, en MSF tenemos nuestras reglas bien precisas.

–El miedo a morir o ser secuestrado, ¿cómo se afronta?

–Yo creo que en ese momento de arduo trabajo tenés tanta adrenalina que no sentís el miedo, después sí. Yo, como líder, me encargaba de mantener activos a mis compañeros. Una vez, mientras reanimábamos a un paciente, escuchamos el sonido peculiar de un Antonov (avión de bombardeo), mis compañeros me dijeron “¡¿qué hacemos?!”. Les contesté: “Nada, seguimos. Si morimos, morimos todos pero si eso no pasa, se muere este paciente”. Y seguimos reanimándolo mientras una enfermera me acomodaba el pañuelo para que no se me viera el cabello. Ahí ves a la muerte llegar cada día, había que acomodar los cadáveres y continuar atendiendo a los sobrevivientes. No me creo ninguna heroína, solo es el reflejo de sobrevivencia, de hacer lo que uno sabe hacer, o no servís para esto.

–Colombia fue la vuelta a tu Latinoamérica.

–(Sonríe) Ahí teníamos a las FARC. Estuve 9 meses. También pasamos momentos de vida o muerte por la guerrilla. En momentos críticos, algunos compañeros lloraban, otros rezaban. Yo adopté la política de esperar cuando no podíamos hacer nada.

–Hace 3 años te definías “bien cristiana”, ¿eso cambió?

–Sigo creyendo en Dios, pero ya no soy tan practicante. Aprendí mucho después de vivir en regiones donde existe el fanatismo religioso.

–¿Cuál fue tu último destino?

–República Centroafricana. Estuve con gente a la que le habían quemado sus casas y tenían que reconstruirse. Hice mucho contacto con los niños que vivían ese ambiente de violencia; jugábamos y cantábamos. Al final yo fui la que aprendió de ellos. El contacto, el acercamiento forma parte de la medicina familiar en la que yo me especialicé.

–¿Reafirmaste tu vocación de médico o se te despertó, tal vez, la antropología?

–No, yo quiero ser médico. Lo que descubrí fue la medicina que no quiero hacer. No demerito al médico que hace consultorio, al que receta ibuprofeno, pero no es lo mío. No después de haber hecho partos en camioneta.

–Te gusta el riesgo.

–No, me gusta estar donde siento que puedo hacer más.

–¿Te sostiene económicamente la medicina sin fronteras?

–Yo no vivo de la medicina (por suerte, tengo un marido que es mi fan número 1 y me apoya); si bien tenemos un sueldo, somos voluntarios. Una de las cosas que me hace quedar en MSF es que, contrariamente a otras organizaciones internacionales humanitarias, dedica más presupuesto a los pacientes que a los sueldos.

lperalta@abc.com.py

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