Inundados en el dolor

Tener que dejar sus casas, perder sus pocas pertenencias huyendo de la inundación ya es bastante triste. Pero, soportar la muerte de seres queridos -por electrocución- debido a las precarias condiciones en las que se vive, supera las barreras del dolor.

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Detrás de cada número frío repetido en los noticiarios como “un caso más”, hay historias de seres humanos que con dolor debieron despedir a sus seres queridos en circunstancias que jamás imaginaron.

En tan solo unos cuántos días, ya son seis las víctimas fallecidas por electrocución en circunstancias similares. Todas eran personas que estaban intentando rescatar sus pertenencias, tratando de evitar que les roben sus casas, intentando desarrollar una vida normal en los refugios o trabajando para restablecer la energía eléctrica tras los temporales.

Uno de los casos de electrocución corresponde al funcionario de la ANDE Rubén Brítez, que el pasado 15 de diciembre perdió la vida mientras intentaba reponer el suministro frente al local de la Municipalidad de Ybytimí, Paraguarí.

Ese mismo día, Joel Torres, un adolescente de 14 años, perdió la vida tras recibir una descarga eléctrica luego de entrar en contacto con un cable suelto de la ANDE. El lamentable suceso ocurrió en el barrio Santa Ana, de Asunción.

El 26 del mismo mes, Ismael Espinoza Cantero, jugador de futsal, murió en las mismas circunstancias cuando ingresó a su casa inundada con la intención de poner a salvo sus cosas. Sus vecinos le habían avisado que unos ladrones ingresaron a su casa, por lo que se apuró en llegar al lugar conocido como Varadero del barrio Sajonia, casi a orillas del río Paraguay. El joven y su pareja ingresaron en una canoa para verificar la situación. Cuando Espinoza intentó bajar del bote hizo contacto con un objeto electrificado y falleció.

El mismo día, el electricista Juan Bautista Pereira, de 42 años, recibió una descarga cuando estaba realizando algunas instalaciones en la planta alta de su casa, en el Bañado Tacumbú. La descarga lo lanzó hacia el agua, y pese a que sus vecinos lo auxiliaron, no se pudo evitar su deceso.

El 5 de enero, Gabriel Ríos, un niño de apenas 10 años, quiso entrar a buscar algo que había olvidado en su casa, ubicada en 34 Proyectadas del Bañado Sur. Una vez en su vivienda, entró en contacto con una chapa de zinc electrificada y falleció por un shock hipovolémico. Lo más triste fue la forma en que los agentes de la comisaría 24° metropolitana retiraron su cuerpo: lo ataron con una soga a la canoa y lo arrastraron por las calles inundadas.

También ayer se registró el último caso que se cobró la vida de una joven de 20 años. Hacía 15 días que Antonella Martínez se había mudado con su familia a vivir a una precaria casita de terciada en el refugio Mburicaó. Aguantaron lo que pudieron en su vivienda, ubicada en el barrio Tablada, pero con los días, el agua les llegaba más y más, hasta que tuvieron que tomar solo lo necesario y huir. Era preferible estar seguros antes que preocuparse por bienes materiales.

Antonella no estaba casada ni tenía hijos. Durante el mediodía del 5 de enero, estaba conversando con una amiga mientras encendía la lavarropas para sus prendas. Entretenida con la charla, dejó caer sin querer el extremo del cable dentro de la lavadora, que estaba cargada con agua. Pensó que con sacudirlo y secarlo un poco era suficiente; así que lo hizo y volvió a enchufar el cable. Al momento en que lo introdujo en el tomacorrientes recibió una fuerte descarga eléctrica y falleció en el acto.

Su tía, Emperatriz, contó a ABC Cardinal que una prima trató de estirar a Antonella, para alejarla de la corriente eléctrica, pero era demasiado tarde.

Tan fuerte fue la descarga que incluso un cable se prendió en llamas y la casa estuvo a punto de arder, según contó la tía de la joven fallecida.

Hoy mismo, Antonella, que apenas el 31 de diciembre cumplió 20 años, está siendo velada por sus familiares en el refugio Mburicaó, en medio de la misma precariedad que pasó cuando estaba con vida.

Ante la consulta de ABC Cardinal, la tía de la joven contó que la Administración Nacional de Electricidad aún no conectó el sumistro energético en el refugio, sin embargo, los vecinos se las arreglaron pagando G. 25.000 a un hombre que “les bajó la electricidad del cable de la ANDE casa por casa”

Cuando se le indagó más al respecto, la mujer no supo precisar el nombre del hombre que les instaló la energía eléctrica. “Es alguien de otro barrio, no sabemos su nombre”, fue todo lo que dijo.

Su familia y amigos, así como la ciudadanía, se cuestionan si el electricista debería ser procesado por realizar estas conexiones eléctricas clandestinas, que, además de ser ilegales, derivaron en una muerte.

Niños, adolescentes, adultos jóvenes. Casi toda esta triste lista está integrada por personas que se encontraron cara a cara con la muerte de manera abrupta, justo cuando estaban tratando de solucionar otras carencias tan básicas, como salvar sus bienes. Todo a consecuencia de no tener un pedazo de tierra seca donde vivir.

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