El cine como obsesión total (I)

Mañana cumpliría años un creador cuya producción es de un impacto cultural incalculable. Hoy, víspera del aniversario de nacimiento de Stanley Kubrick (Nueva York, 26 de julio de 1928-St. Albans, Reino Unido, 7 de marzo de 1999), el crítico cinematográfico Gustavo Reinoso nos regala la primera entrega de este recorrido por la obra apasionante de uno de los grandes nombres que han marcado indeleblemente no solo el lenguaje audiovisual sino, en el más amplio sentido, la sensibilidad estética de nuestro tiempo.

Kirk Douglas y Stanley Kubrick durante el rodaje de Spartacus (1960).
Kirk Douglas y Stanley Kubrick durante el rodaje de Spartacus (1960).Archivo, ABC Color

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El médico (homeópata) Jacob Leonard Kubrick el 26 de julio de 1941 optó por obsequiar a su hijo Stanley una cámara fotográfica con motivo de su cumpleaños número 13. Ochenta años se cumplen de ese gesto de afecto paterno cuyas extensas consecuencias trataremos de reseñar. Proveniente de una familia judía del Bronx de Nueva York, lector precoz y voraz, fascinado por la mitología clásica y los cuentos de los hermanos Grimm, capturado por el jazz, el ajedrez y su pasión por los Yankees de Nueva York, el adolescente Stanley Kubrick fue marcado por ese regalo paterno, que le señaló un rumbo y a nosotros, como cinéfilos, a la postre nos permitió disfrutar de muchas de las películas más brillantes jamás filmadas. Rápidamente, Stanley se transformó en hábil y perceptivo fotógrafo; ya a los 17 trabajaba para la revista Look Magazine como fotógrafo y fotoperiodista, y publicó además ensayos fotográficos. En esos años se fue forjando el particular sentido de la composición, la simetría, la luz, la perspectiva y el color que después sería característico de la narración visual del realizador neoyorquino.

Kubrick pasa rápidamente de la imagen fija a las imágenes en movimiento como punto de su interés. De joven, el futuro director veía mucho cine, grandes maestros del cine europeo, Eisenstein, Ophüls, Pudovquin, los grandes del cine americano de entonces, Wells, Ford, Kazan, entre otros, y, como nos pasa a todos, fue decepcionado espectador de mucho cine malo. Entre copas, en las reuniones de amigos, solía sentenciar que, aunque él no supiera nada de cine, con seguridad podía hacer películas mucho mejores que las de varios de los realizadores del momento.

Se lanza a filmar financiado con sus propios ahorros, y el apoyo de amigos y parientes. Un cortometraje documental sobre el boxeador Walter Cartier, Day of the Figth, de 1951, es su primer trabajo, que logró vender a la RKO sin pérdidas. Este «éxito» lo alentó para continuar. Flying Padre, también de 1951, es su segundo documental, un corto de nueve minutos que muestra los esfuerzos pastorales y de auxilio espiritual del sacerdote católico Fred Stadmuller en los agrestes y alejados parajes del estado de Nuevo México, que recorre pilotando una pequeña avioneta. Nuevamente, Kubrick vendió el filme a la RKO. Su primer filme a color fue un documental de media hora encargado por el sindicato de marineros, pescadores y barqueros de Estados Unidos y Canadá, The Seafarers, de 1953.

La historia de un grupo de soldados que quedan atrapados tras las líneas enemigas luego de un percance aéreo en una ficticia guerra, Miedo y deseo (Fear and Desire, 1953), fue su salto a la ficción. Miedo y deseo fue exhibido en el circuito de cine arte de las ciudades estadounidenses, y Kubrick renegó de este filme, considerándolo pretencioso y plagado de imperfecciones, a tal punto que buscaba sacarlo de circulación adquiriendo todas las copias que pudiera encontrar para destruirlas. Dos años después, Beso asesino (Killer’s Kiss, 1955) cierra esta etapa de aprendizaje.

Productora propia y filmes memorables

Compartiendo partidas de ajedrez en el Washington Square de Manhattan, Kubrick conoce al productor James B. Harris y ambos forman la firma productora cinematográfica Harris-Kubrick Pictures, que en 1956 estrena The Killing, conocida en español como El atraco perfecto. Protagonizada por Sterling Hayden, narra el atraco a un hipódromo. Filmada con suficiencia, con buenas críticas y un moderado éxito económico, estableció al realizador como joven promesa y desembocó en un contrato con la Metro Goldwyn Mayer por tres películas. La primera es una de las obras mayores de Kubrick, por lo menos en esta primera etapa, Senderos de gloria (Paths of Glory), de 1957. Ambientada en el frente occidental durante la Primera Guerra Mundial y protagonizada por Kirk Douglas, con una realista reconstrucción bélica y una elogiada fotografía en blanco y negro, la trama tiene como punto de partida la actitud de un general del ejército francés que, a cambio de la promesa de un ascenso en su carrera militar, ordena una ofensiva inútil, sin miramientos por las bajas que causaría. Efectivamente, el ataque se salda con un sangriento fracaso y la alta jerarquía militar utiliza a sus subordinados como chivos expiatorios: tres soldados elegidos al azar son enjuiciados por una corte marcial por cobardía. En el proceso, los defiende el coronel Dax (Douglas). Aunque no hay elementos de juicio suficientes, la corte militar ordena el fusilamiento de los soldados. El carácter antibélico y sobre todo antimilitarista del filme causó problemas de censura; no fue posible su exhibición en cines de Francia hasta 1974, por ser considerada «falsa históricamente e hiriente a la nacionalidad francesa».

Dos años después, a consecuencia del despido de Anthony Mann, Kirk Douglas se quedó sin director para la ambiciosa película de épica histórica que estaba filmando como productor y protagonista, Espartaco, y llamó en su auxilio, para que tomara las riendas de la dirección, a Kubrick, que, así, tuvo la oportunidad de trabajar con un elenco de estrellas: Laurence Olivier, Jean Simmons, Charles Laughton, Peter Ustinov, Tony Curtis, entre otros. El guion, a partir de una novela del autor marxista y víctima del macartismo Howard Fast, era obra de otro perseguido por la caza de brujas anticomunista, Dalton Trumbo; de hecho, la acreditación de Trumbo como autor del guion adaptado se consideró en esos días el principio del fin de las «listas negras» en Hollywood. Estrenada en 1960, el sello innovador de Kubrick se aprecia sobre todo en la forma en que es rodada la batalla final entre el ejército romano y los esclavos sublevados, con planos generales captados desde gran altura y un énfasis en los movimientos coreográficos de las tácticas de combate (se necesitaron 8.000 extras) novedosos en su momento. Éxito de crítica y público, Espartaco recibió cuatro premios Oscar de la academia e instaló el nombre del director como uno de los grandes de Hollywood. Este filme marcó el fin de la colaboración profesional del dueto Kubrick / Douglas, cuya relación durante el rodaje fue conflictiva.

El siguiente proyecto fue la adaptación de la novela de Vladimir Nabokov Lolita, estrenada en 1962 y protagonizada por James Mason, Sue Lyon, Shelley Winters y Peter Sellers. Filmada en blanco y negro, trata del enamoramiento de un hombre ya mayor, el profesor universitario Humbert (Mason), de la adolescente Lolita (Sue Lyon), y cómo no duda en casarse con la madre de la niña para tenerla más cerca. Por más que Kubrick aumentó la edad de la protagonista con respecto a la novela y suavizó e incluso eliminó elementos eróticos y sexuales del libro de Nabokov, el tema del filme causó controversia. Obtuvo críticas dispares y no fue un gran éxito en taquilla. Hoy, sin embargo, es un filme de culto. El trabajo de Peter Sellers resulta particularmente notable en esta cinta, que fue la primera de las películas de Kubrick filmadas en Inglaterra.

La diferencia de puntos de vista sobre la compleja política internacional de mediados del siglo pasado causó la ruptura de la colaboración con Harris. Cuando un tema le interesaba, Stanley Kubrick se informaba y leía con obsesión. Así lo hizo con el tema de la guerra fría entre las superpotencias nucleares EE. UU. y la URRS: el cineasta pasó meses leyendo con avidez obras de autores y estudiosos de geopolítica, política internacional, historia, táctica y estrategia militar, etc., para finalmente llegar a la conclusión de que la situación era absurda y de que realmente nadie tenía ni la menor idea de lo que podría pasar. Y concibió una comedia, Dr. Strangelove, or: How I Learned to Stop Worrying and Love the Bomb. Harris, en cambio, pensaba que el tema merecía un tratamiento serio. Al no coincidir, ambos dieron por terminada, en términos amistosos, su colaboración artística y empresarial.

Brillante sátira, Dr. Strangelove, de 1964, que incluye en su reparto a George C. Scott, Sterling Hayden, Slim Pickens y Peter Sellers interpretando tres papeles, nos muestra la crisis suscitada cuando el desquiciado general Ripper, de la fuerza aérea estadounidense, ordena que la flota de bombarderos B52 bajo su comando ataque a la Unión Soviética por cuenta propia, sin autorización del mediocre presidente Muffley (Sellers), buscando repeler la penetración comunista, que lo obsesiona, con un enfrentamiento total. Sellers también hace el papel del asesor alemán del presidente, el exnazi Dr. Strangelove, y del oficial de la Real Fuerza Aérea Lionel Mandrake, que trata infructuosamente de detener a Ripper. El filme es de una cruda ironía y, aunque al momento de su estreno causó cierto escozor en la milicia y los sectores más conservadores, hoy es considerada una de las mejores comedias jamás filmadas.

Lector empedernido, por ese tiempo Kubrick dio con el relato corto El centinela (The Sentinel), de Arthur C. Clarke, donde, a partir del hallazgo en la luna de un estructura artificial de procedencia no humana, se sugiere que los pasos de la evolución humana son supervisados o vigilados por una inteligencia extraterrestre. El director contactó con el autor, que accedió a colaborar en la redacción del guion de lo que terminó siendo 2001: Una odisea en el espacio (2001: A Space Odyssey, 1968), por muchos considerada la mejor película de Stanley Kubrick. Protagonizado por Keir Dullea, Gary Lockwood, Douglas Rain (la voz de la computadora Hall 9000) y William Sylvester, las potencialidades de la evolución humana, la confrontación con la inteligencia artificial y la posibilidad de la existencia de civilizaciones extraterrestres mucho más avanzadas que la nuestra son temas abordados en este largometraje con un nivel de potencia visual, profundidad intelectual y calidad artística que no se ha repetido. Importantísima en esta película es la música; la presencia ominosa de los enigmáticos monolitos se acompaña con Lux Aeterna, de György S. Ligeti; las naves espaciales maniobran al son del Danubio azul, de Johann Strauss, y sobre todo calaron en la memoria colectiva la apertura y el final, donde se escuchan los momentos iniciales del poema sinfónico Así habló Zaratustra, de Richard Strauss, conectado, por medio de la música, con la noción del «superhombre» de Friedrich Nietzsche.

En una próxima entrega seguiremos reseñando el fascinante cine de Stanley Kubrick.

gustavoreinoso1973@gmail.com

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