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Quizás envalentonado por la actitud de la abuela, cuya escucha activa consideró una posición a favor suyo, el muchacho continuó con una sarta de reclamos que iban desde la exigencia de ir a misa cada domingo, pasando por el control de los deberes escolares para la llegar a la obligación -impuesta por el padre- de sacar la basura a la calle… ¡3 veces a la semana!
Cuando terminó, con un largo suspiro y esperando las palabras de aprobación de su paño de lágrimas, la mujer se acomodó en el sillón, lo miró con ojos amorosos y le dijo: “Mira Pedrito, quizás no sea lo que esperas escuchar, pero tus padres están haciendo lo correcto”. Observó como el nieto se movía incómodo en la silla frente a ella antes de continuar: “Se preocupan por vos, vas al colegio todos los días, si te enfermas no duermen hasta que te baja la fiebre… ¿y eres capaz de quejarte porque no te dan permiso para ir a un concierto?”.
Luego, y mirándole fijamente a los ojos, como para asegurarse de que su mensaje llegue claro y fuerte, continuó: “En nuestro hermoso país hay también muchas necesidades. Existen personas que no tienen para comer. Y muchos chicos de tu edad prácticamente viven en la calle. Tienes que ser muy agradecido por contar con un techo sobre la cabeza, muchos no pueden decir lo mismo”.
Ni ese día ni durante la semana siguiente, el muchacho pudo terminar de asimilar las palabras de la abuela. Y es comprensible que haya sido así: los rigores de la carencia o siquiera falta temporal de cualquier necesidad básica eran algo que nunca había sentido. La comodidad y protección de un hogar fueron cosas que sencillamente, siempre estuvieron allí.
Esto cambió radicalmente cuando, un par de semanas más tarde, una organización social dio una charla en su colegio relacionada a la construcción de viviendas para gente en situación de extrema pobreza. Como ocurre con miles de jóvenes voluntarios cada año, tomar conciencia de las necesidades de los habitantes de asentamientos y la posibilidad de dignificar la forma en que viven, resultó en comprender mejor las desigualdades y asimetrías que existen en la sociedad, como también la posibilidad de colaborar para estrechar esta brecha.
Los datos proporcionados por el Censo Nacional y constatados por organizaciones sociales no son alentadores: 405 asentamientos precarios en los que viven más de 38 mil familias -solamente en el Gran Asunción- son datos que nos deben preocupar y llamar la atención a todos, no solamente a los jóvenes voluntarios. En CDE las cifras también son alarmantes: más de 270 asentamientos en los que habitan 30.000 almas, y 1.100.000 personas a nivel país sufriendo de déficit habitacional. Con una población total que no alcanza los 7 millones de habitantes, estas ratios son brutales. A las condiciones precarias en que se vive en los asentamientos, la falta de agua corriente e instalaciones sanitarias deficitarias, se suma el factor del hacinamiento, con todas sus consecuencias.
Estos lugares, que se comenzaron a poblar décadas atrás como una solución precaria al problema suscitado por la inmigración de la gente desde el campo hacia la ciudad, por un lado, y el desplazamiento de las clases menos favorecidas hacia sitios marginales, por el otro, constituyen hoy verdaderos cinturones de pobreza que rodean las ciudades. En muchos casos, algunos de ellos también están ubicados dentro del área metropolitana. Y por las condiciones de extrema necesidad que se vive en ellos, son caldo de cultivo para el tráfico de drogas, prostitución y reducción de mercadería robada. Por eso mismo la imperiosa necesidad de trabajar sobre este eje y mejorar las condiciones de los mismos y de sus habitantes.
Las jornadas de voluntariado, en 3 de las cuales participó Pedrito en el último año son, mirando la magnitud del desafío, solamente pequeños parches para un problema enorme. Pero es un avance junto a otras acciones que se están llevando a cabo. Solamente la organización TECHO PARAGUAY ha construido en los últimos 12 años 8.700 viviendas de emergencia en más de 300 asentamientos. Parecería poca cosa, pero fue muchísimo para cada uno de los beneficiarios.
A través de este programa, y trabajando enfocados en la calidad de vida de la gente, se les permite ampliar sus horizontes y esto contribuye a que todo el entorno mejore. “Con cada tormenta, no podía dormir pensando en que mi techo podía volar, o que el piso se iba a inundar. Tenía miedo por mis hijos, pero ahora con nuestra casa estamos tranquilos”, así el testimonio de una madre beneficiaria, que resume en pocas palabras el enorme alcance de lo que representa un hogar digno para las personas.