Complexión de los Payaguá
De los hombres Payaguá dijo Azara que su talla y prestancia era sin comparación más alta y noble que la de los guaraníes, e incluso que la de los españoles; que jamás vio “uno que pueda llamarse gordo, ni abultado, ni con más carne que la precisa para ser ágiles, robustos, y vigorosos”; y, que su fisonomía era bella, tanto que ninguna nación europea los asemeja.
Apuntó además que su único defecto es que tienen sus piernas más largas de lo que corresponde a sus cuerpos, por cuya razón parecen más altos; y, que su color es amulatado claro, como el común de los indios, pero que esto “no es por naturaleza, ni influencia del clima, sino efecto del desaseo y desnudes, porque he notado que las nalgas y entrepiernas de las mujeres, que regularmente anda tapado, es de un blanco bastante regular”.
Advirtió, finalmente, que la vida de estos indios era dilatadísima; no creía que “se halle en pueblo alguno de igual número tantos viejos de tanta edad”; y, que entre ellos no se registraba enfermedad venérea.
Las mujeres
En cuanto a las características físicas de las Payaguá escribió Azara:
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“como en todas partes son de inferior talla a los hombres, no son a nuestra vista bonitas porque su color, pinturas, carecer de cejas y pestañas, y el ser puercas, nos previene sin dejarnos conocer su buena proporción. Sus manos, pies, y pechos, pasan por mejores que los de las españolas. Tienen, como sus madres, semblante alegre y vivo, y hablan con dulzura”.
Vestimenta, adornos y alteraciones
Azara describió en los siguientes términos la forma de vestir y otras peculiaridades de los Payaguá:
“Los varones payaguás en su toldo están en pelota, pero cuando han de entrar en la ciudad se ciñen a los riñones un trapillo, o se echan al hombro una manta de algodón, o se ponen una estrecha camiseta sin manos, las que por lo regular no les llega a las ingles. Ninguna de estas tres vestimentas, que usan disyuntivamente, les cubre bien las partes de la generación, ni ellos ponen en esto cuidado. El usar dichos vestidos es porque se les tiene mandado que no entren en la ciudad sin ello; pero muchas veces se olvidan de la orden y andan por todas partes sin disfraz. Jamás usan sombrero ni gorro”.
Entre sus principales adornos y alteraciones corporales destacó los que siguen.
BARBOTE: “En los pechos de sus madres usan ya el barbote, que es un palito de 4 a 5 pulgadas largo, y línea y media de diámetro. Uno de sus extremos lo afianzan a frotación en un agujero de otro palo más gordo que les atraviesa el labio inferior, desde la raíz de los dientes hasta afuera, sin sobresalir del labio. El otro extremo del barbote queda libre”.
DEFORMACIONES Y COLGANTES: “Sus orejas son agujereadas y ponen en ellas aros, botones y plumas, palitos, y especies de arracadas compuestas de un hilo de abalorios, y al extremo una medialuna o planchuela de plata”.
DEPILACIÓN: “Desde que nacen no cesan sus madres de arrancarles el pelo de las cejas y pestañas, y toda la vida hacen lo mismo con todo el pelo y vello de su cuerpo, que les crece donde a todo hombre, aunque no con la abundancia que a los españoles. Esta práctica hace ver que los climas no influyen en todas las costumbres, pues en ningún país se necesitan más las cejas y pestañas que en este, para resguardar los ojos de la vehemencia del sol, el cual les hace tener los ojos más cerrados que a nosotros, y no se les ve enteramente la pupila. Los niños los tienen más abiertos que los grandes, algunos varones atan con un hilo las alas enteras de alguna ave alrededor de la cabeza, pero esto es más por adorno que por resguardo”.
CORTE DE PELO: “Tal cual vez se ponen un capote de plumas atado sobre la cabeza. El pelo de esta es abundante, algo grueso, lacio, y negro, pero que con la mucha edad se vuelve cano a medias, sin caerse. No hay un calvo, ni asomo de ello. Las naciones bárbaras de estas vecindades tienen en el corte del pelo su distintivo que cualquiera conoce sin equivocación o engaño, este es en los payaguás un rectángulo del pelo cortado raso, que empieza en la frente con 2 pulgadas de ancho, y sube hacia lo alto de la cabeza como 3 pulgadas. Lo restante del pelo está dividido en tres partes, las dos caen naturalmente sobre las sienes, y las cortan horizontalmente a la altura inferior de las orejas, la 3ª la atan al cogote sin trenza, embrollándola, y poniéndola encima una tirita de cuero con pelo de Caay [Ka’i (Sapajus cay paraguayanus)], pintada, y ancha una pulgada o 2, que forma una rosquita”.
BRAZALETES: “En los días de su antojo se ponen brazaletes de palma o cuero en lo grueso de los brazos, en los tobillos de abalorios y cascabeles, y en las muñecas cuelgan las pezuñas de venado, trae muchos como tahalí un cordoncito, y colgada a él una bolsita de real de 2 pulgadas larga, y media ancha, que les cae debajo del pezón izquierdo. Dicen que es para llevar la plata, pero siempre he visto que la plata de sus ventas, siendo medios o reales, los ponen en la boca, y en ella los guardan. Como quiera, en dicha bolsa no entra un peso, ni aún una peseta, sin violencia”.
La vestimenta de las mujeres
Acerca de la vestimenta de las Payaguá mencionó Azara:
“se compone de dos partes: la 1ª es un trapillo de un pie largo, y ancho como una cuarta, el cual afianzan con una cuerdecita, que la ciñe por los riñones, de modo que les cae entre las piernas la otra parte verticalmente y suelta; otras llevan el trapillo algo más largo, pero jamás pasa de medio muslo. La 2ª parte del vestido es una manta de algodón en que se envuelven por debajo de los pechos, y les llega a los tobillos; esta envoltura se hace sin nudo, ni ligadura que la sujete, poniendo el doblez superior debajo del inferior, por cuyo motivo tienen que componerla y ceñirla de nuevo cada momento, en cuyo caso enseñan todo lo que no cubre el trapillo. Esto mismo sucede cuando se sientan, porque entonces abren la manta, y se ve lo mismo. Se puede decir que nada hay oculto, ni lo que oculta el trapillo. Algunas veces, se hace frío, [cuando] entran en la ciudad, se tapan con más cuidado, poniéndose la manta sobre los hombros. Usan las mujeres sortijas de plata u otra cosa, si llevan una es en el dedo índice, y si dos en el mismo y su en su inmediato, etcétera, y a esto se reduce casi todo su adorno”.
Indicó, sobre su corte de cabello, que es el mismo rectángulo que los hombres, pero en ellas “todo lo demás cae y cuelga, sin sujeción, cubriendo las orejas, cuello, hombros y espalda”.
Destacó que los Payaguá usaban peines “para desenredar y limpiar la cabeza, y [que] siempre se comen lo que sale con vida en el peine”.
Sus pinturas
La pintura corporal de las Payaguá es diferente a la de los hombres y, dentro de la casa:
“Desde la raíz del pelo en la frente, hasta la punta de la nariz, tienen una lista recta, morada, ancha 3 líneas, y desde el labio inferior a la barba otra igual. Asimismo, desde la raíz del pelo, caen verticalmente 7, 8, o 9 rayas, o líneas paralelas, atravesando la frente, cejas, y párpado superior, por cada lado, en donde, como ni en lo restante del cuerpo, sufren [permiten] un pelo. De cada ángulo de la boca salen dos cadenitas paralelas a la mandíbula inferior, que terminan a los 2/3 de la distancia a la oreja. De cada ángulo exterior de los ojos cae una cadenita de dos eslabones en dirección perpendicular a las que salen de la boca, y terminan sobre el hueso que sobresale en la mejilla. En las sienes, no lejos de los ojos, tienen cuatro rayitas inmediatas en forma de C cuya concavidad mira a la oreja”.
Las que son presumidas, “se pintan la parte superior de los brazos, desde los hombros a la muñeca, con una cadena de eslabones grandes”.
Sin perjuicio de todo esto, “que es característico de las mujeres y de color morado, tanto hombres como mujeres, sobre todo las solteras, se pintan todo el cuerpo de varios dibujos, según su fantasía, en colores blancos, amarillo, encarnado, y negro, pero no todos los días, sino los que se les antoja y cuando hay fiesta”.
Peculiaridades de los Payaguá
Azara observó en estos indios algo que habrá tenido en cuenta al momento de adquirir de ellos aves, o despojos de ellas, y es que:
“son tan amigos de la plata, y traficantes, que no cabe más. Algunos hasta solicitan que les den azotes por plata, y no falta quien tome esta diversión. Son muy pedigüeños, embusteros, y desconfiados en sus tratos, que siempre han de ser de presente, porque para después ni esperan buena fe, ni la tienen. (…) Si pueden engañar en su pequeño comercio no dejan de hacerlo ni una vez, y lo mismo de robar alguna cosa si hallan la ocasión, para lo que se dan bastante maña, y jamás usan de violencia. La plata que buscan con afán indecible en su comercio se invierte en sal, frutas legumbres, tabaco, miel, algunos abalorios, planchuelas de plata, y más que todo en aguardiente. Ninguno atesora”.
Complicada comunicación
Azara resaltó que el lenguaje de los Payaguá:
“es muy diferente de todos los otros; es tan gutural que no se pueden expresar los sonidos con nuestras letras, y tan difícil que nadie ha podido aprenderlo; pero un gran número de payaguás entiende y habla el guaraní, pues habitan una ciudad en que no se usa otra lengua”.
Es de suponer que por ese motivo, en sus tratos con los Payaguá, Azara se habrá visto obligado a recurrir a algún guaraní parlante, que podría haber sido el padre mercedario fray Inocencio Cañete -quien se encargó de catequizarlos-, o el mulato Ascencio Fleytas -a quien Azara atribuyó la condición de mandarín de los Tacumbúes porque solía componer sus discordias caseras, y porque aquellos seguían su consejo-.
