El periodista John Carlin, en su columna del diario español El País, incluye una imagen en su artículo en la que aparece el ultraderechista Nigel Farge, del partido UKIP, frente a una gigantesca fotografía en la que se ve un verdadero río humano compuesto por los refugiados que huyen de las guerras y la violencia de Oriente Medio. Abajo dice: “La UE nos ha fallado” y se ve a medias, tapado por el cuerpo del político, algo así como: “Tenemos que devolverlos a su lugar de origen”.
El periodista se dedicó a investigar el pasado de Farge, a quien califica de racista y xenófobo. Habló para ello con antiguos compañeros de colegio, y uno de ellos le dijo que “Farge tenía la costumbre a los 13 años de lanzar los insultos más groseros imaginables contra niños de razas o religiones diferentes a la suya. Se cruzaba con un niño judío y le susurraba en el oído ‘¿Hitler tenía razón’ o ‘¡A las cámaras de gas!”.
Carlin sostiene que la conjunción del racismo y la xenofobia es el mejor cultivo de las ideologías que basan su acción en la violencia y que este fue uno de los compuestos en el que Hitler basó su acción para fanatizar a todo un pueblo con las consecuencias ya conocidas. Comenzó predicando el odio a todos aquellos que venían de otras latitudes y que no respondían a lo que él pensaba eran las excelencias de la raza aria cuya pureza propugnaba. Atrás, muy de cerca, vinieron el antisemitismo, los campos de concentración y todo lo demás. ¿Será que Europa se encamina de nuevo a una situación similar? Los escépticos dicen que esto es imposible, que ya entrado el siglo XXI no se pueden repetir los errores del pasado ni que la violencia desatada entonces se instale de nuevo. Exactamente lo mismo se decía de la Alemania nazi y hasta que Eisenhower no abrió las puertas de aquellos campos de la muerte, occidente no se convenció de que sí, que aquello había pasado.
La salida de Gran Bretaña de la Unión Europea podrá tener consecuencias que por el momento no se pueden imaginar. La última de ellas es que no solo afectará a su economía (el Fondo Monetario Internacional, FMI, ya augura una grave recesión económica) sino incluso está en juego su unidad territorial pues los escoceses, que desean seguir en la Unión Europea, plantearán un nuevo referéndum para decidir si siguen o no siendo parte de Gran Bretaña.
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Otra situación paradójica: los partidos de la extrema derecha agitan el tema de la soberanía nacional, a la que debieron renunciar, en gran parte, todos los países que conforman la Unión Europea para hacer posible esta comunidad de naciones. Digo paradoja porque es la misma idea que agita la extrema izquierda. Vale decir, una vez más se demuestra que los extremos se tocan y que terminan siendo exactamente iguales a pesar de ser de signo contrario.
Todo esto también tiene que ver con Latinoamérica, donde la paradoja toma un rumbo patético o payasesco según el humor del observador, ya que los grupos que se hacen llamar de izquierda, por un lado, agitan la bandera de la soberanía y, por el otro, promueven crear una unidad de naciones sin darse cuenta de que no se puede lograr lo uno o lo otro sin las obligatorias renuncias.
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