¿Y una ley a favor del agricultor?

Hace 43 años –el domingo 3 de diciembre de 1978- en esta misma página, con el título de “La tierra prometida”, me ocupé de un tema siempre actual: el problema de los agricultores sin tierra, un dolor de cabeza para los propietarios de grandes y medianas extensiones.

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Hoy se quiere solucionar ese fastidio con una ley que castiga hasta con 10 años de cárcel al invasor. Está bien, pero ¿con qué ley se hará menos penosa la vida del campesino que carece de tierra? A los latifundistas les sobran recursos para defender sus propiedades. ¿Qué tiene el campesino sin tierra? Nada, apenas ojos para mirar impotente las inmensas extensiones de tierra que nunca serán de él ni siquiera unas míseras hectáreas. Escribí hace 43 años: “En los últimos tiempos, y de manera alarmante, se acentuó el problema de la ocupación de tierras, aparentemente en forma indebida (…) hay demasiados agricultores sin parcela propia. Esto hace que miles de campesinos deambulen por todo el país en busca de la tierra prometida… por el IBR (Instituto de Bienestar Rural), en cuyas audiciones radiales se insiste en que la tierra es de quien la trabaja. “Pero no hay frase que valga ante la firme decisión de quienes, escondidos detrás de la escopeta, quieren hacer valer sus reales o supuestos derechos. Y entonces comienzan a arder los ranchos. Pero previamente sus propietarios ya han ido presos y ya han visto sus cultivos arrasados. Sobre estos hechos abundan las crónicas periodísticas. “Aparentemente –dije en otro párrafo- no debiera de ocurrir estos dramas por cuestiones de tierra, teniendo en cuenta nuestra escasa población. El Japón, por ejemplo, tiene una superficie menor que la nuestra y cuenta con ciento veinte millones de habitantes. Y nosotros, con una población de dos millones y medio nos matamos por un pedazo de tierra”. Sí, dos millones y medio de habitantes en 1978. Hoy estamos cerca de los nueve millones y nuestra extensión geográfica es la misma que la de todos los tiempos. ¿Entonces? ¿Tendremos en pocos años más otra ley que eleve a 20 ó 25 años de cárcel la invasión? Así será siempre. Aumentará la pena junto con el aumento de los agricultores sin tierra. ¿Con qué propósito? Para tranquilizar a los latifundistas. ¿Y qué planes hay para el campesino sin tierra? ¿Por haber nacido sin tenerla, ni poderla adquirir, lo condenamos a un castigo perpetuo? En abril de 1982 la Pastoral Social de la Iglesia Católica lanzó el lema “La tierra, un don de Dios para todos”. Un anuncio brillante nacido de los problemas que los agricultores padecían por la falta de tierra. La iglesia ha querido recordarnos que la tierra debería de alcanzar a quienes la necesitan. Estamos hablando de un país que tenía menos de la mitad de habitantes que en la actualidad. Quiere decir, que no habrá leyes represivas que vayan a solucionar, por sí mismas, un antiguo problema que se agrava cada día. Esta situación seguirá así mientras los propietarios de grandes extensiones de tierra no sean solidarios por su propia conveniencia. Un poquito de sus bienes que compartan con los carenciados –no incluyo a la mafia que se disfraza de pobres- les daría tranquilidad porque contribuirá a disminuir, al menos, la enorme presión de los cientos de miles de necesitados. El problema para dictar una ley –como ésta de las invasiones- es que se tiene en cuenta a unos pocos delincuentes frente a los muchos que no lo son. También se busca amparar solo a una minoría ante la inmensa cantidad que malviven en la intemperie. ¿No se piensa que estos podrían unirse y asalten de verdad, sin amagues, la tierra que es “un don de Dios para todos”, pero que en la práctica es solo para algunos? Una invasión masiva, a cualquier precio, está dentro de las posibilidades. La lógica del hambre es la más poderosa de todas las lógicas.

alcibiades@abc.com.py

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