¿Por qué Azara cazaba aves?
La respuesta lógica es que lo hacía para reconocerlas con precisión, pero también para poder describirlas mejor y para que sus despojos pudieran ser estudiados por expertos del Real Gabinete de Historia Natural en Madrid; todo esto con el propósito de informar sobre las aves que poblaban el Virreinato del Río de la Plata.
El zoólogo español José Luis Tellería aclaró, en su Viaje a las tres fronteras, que esa era la forma habitual de identificar aves en aquella época, “hasta que en el siglo XIX se popularizó el uso de los prismáticos”.
Aquellos sacrificios, empero, redundaron en bien de la ciencia. En tal contexto el renombrado ornitólogo francés John James Audubon -naturalizado estadounidense-, pocos años después que Azara, lamentó que ante su escopeta tuvieran que haber caído una infinidad de aves, y no obstante su obra, calificada por Cuvier como el monumento más magnífico levantado a la ornitología, fue precursora de un movimiento ambientalista que, hasta hoy, promueve la conciencia ecológica.
Azara y Noseda
Sobre el aporte del padre Pedro Blas Noseda a la labor ornitológica de Azara ya he hablado, solo quiero añadir que la remisión de descripciones o de especímenes de aves de éste a aquél continúo incluso cuando ya nuestro naturalista estaba en Buenos Aires.
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A modo de ejemplo, al ocuparse Azara en sus Apuntamientos del Parakáu (Amazona aestiva), transcribe la descripción de un individuo albino de la especie que Noseda le había remitido, en la que se lee: “El 10 de mayo de [17]98 maté uno albino, que andaba en banda con los comunes comiendo naranjas”.
La amistad entre ellos nació en noviembre de 1786. Pudo haber ocurrido, durante el primer viaje de Azara a las Misiones, que este no coincidiera o no tuviera trato con Noseda pues se sabe que nuestro naturalista llegó al pueblo de San Ignacio avanzada la noche del 25 de agosto de 1784, que el 26 llovió durante toda la mañana, que el 27 Noseda se ausentó, y que el 28 Azara fue al pueblo de Santa María de Fe.
En cambio quedó documentado que, durante su Segundo Viaje, Azara conversó con él sobre la fauna local, y hasta fueron juntos a cazar entre el 22 y el 27 de noviembre de 1786. Al respecto anotó Azara: “me detuve algunos días [en San Ignacio Guazu] cazando con mi amigo el cura don Pedro Blas Noseda”.
Fue entonces que nuestro naturalista, impresionado con los conocimientos del cura de San Ignacio, decidió tenerlo como su correspondiente en materia de aves.
Dos excéntricos
El interés de ambos por los animales, de los que -hasta entonces- en el Paraguay solo se habían ocupado el jesuita José Sánchez Labrador y otros pocos sacerdotes de la misma orden, habrá dado motivo a que se los considerase una rara avis.
Azara puntualizó como un factor que entorpeció sus trabajos sobre historia natural:
“la impertinencia de las gentes que me rodeaban siempre hasta echárseme encima, interrumpiéndome con sus conversaciones y preguntas bestiales, y con hacer mofa de que haya hombre que se entretenga en estas cosas a que llaman simples y algo más”.
Tellería, con gran ingenio, supuso a Azara:
“en una estancia perdida de Paraguay rodeado de curiosos que pugnan por explicar al extraño militar que este mamífero se llama tapití, y que la cotorra verdosa que yace sobre su baúl es un ñenday. También imagino a sus informantes murmurando entre risas y miradas cómplices que ambos ejemplares estarían mucho mejor en la cazuela”.
Incidentes del viaje a Misiones
Los inconvenientes que ocurrieron ni bien iniciado el Segundo Viaje de Azara a las Misiones, que propiciaron su amistad con el padre Noseda, los relató el propio don Félix en estos términos:
“Hallándome impaciente y aburrido con la ociosidad resolví hacer un viaje para tomar noticias de la Laguna Yberá, y adquirir nuevas aves, y cuadrúpedos. Apronté lo necesario, y salí [de Asunción] el 16 de Noviembre de 1787 acompañado de don Antonio Arcos y Matas capellán de mi división (…) fuimos á dormir al Pueblo [de] Ytá (…) Me detuve el 17 y sucedió lo que en otras ocasiones, y es que los peones ó los del Pueblo quisieron enredar con mi escopeta y la inutilizaron quedando con el desconsuelo de no tener ni hallar otra, ni quien la compusiese. Estos accidentes son causa de que mi Historia Natural de Aves no se halle más adelantada. Sin embargo, marché el 18 y dormí en Tabapy á cuya entrada se quebró una pierna la mejor de mis mulas cargueras; pero tuve la fortuna que los mulatos de este Pueblo me alquilaron algunas, porque las mias estaban muy flacas. Salí de aquí el 20 y el 22 entré en San Ignacio-guazú (…) No hallé aquí quien compusiese mi escopeta, pero suplió el cura de San Ignacio, que me mató algunas aves y yo las describí. Trate con él varios puntos relativos á los pájaros, y como conociese en él capacidad é inclinación determiné hacerlo mi continuador y correspondiente SEGÚN DIGO EN MIS APUNTACIONES SOBRE PÁJAROS. Salí el 27 para Santa Rosa (…) El día 30 salimos [de la Estancia de San Miguel] y el siguiente dormimos en Candelaria (…) Hallamos en Candelaria la 2ª. División de Demarcadores de Limites juntamente con los portugueses que se estaban aprontando para señalar la Línea Divisoria desde el origen del Rio de San Antonio hasta su unión con el Y-guazú ó Curitiba (…) en Candelaria [esperó que el gobernador Doblas mejorara de sus dolencias para que lo acompañase, cosa que no sucedió, pero] compuesta mi escopeta por un armero portugués, partí el día 13 de Diciembre por el camino que llevé á San Josef en mi tercero viaje”.
Noseda, un hábil cazador
En varias de las descripciones de aves que forman los Apuntamientos de Azara aparecen datos relevantes sobre el padre Noseda, ellos nos informan que el correspondiente de nuestro naturalista, a más de inteligente, era muy diestro con la escopeta e ingenioso a la hora de cazar.
Veamos lo que Azara anotó sobre el cura de San Ignacio.
Consignó que en una ocasión enderezó el tiro y mató, sin verle, a un Chipiu cogote amarillo (Sicalis luteola luteiventris) que de noche volaba en un pajonal entre las patas de su caballo; también, que en diferentes lapsos de tiempo, de un solo tiro mató a cuarenta Chipiú (Sicalis luteola), a veinte patos cara blanca (Dendrocygna viduata), a dos Pato espátula (Anas platalea), y a toda una familia -padre, madre e hijo- de Negrizco ala blanca (Netta peposaca), respectivamente.
Mencionó, además, que habiéndose percatado Noseda de que unos Gavilanes de Campo volaban sobre una cañada a determinadas horas del día, “se situó en medio, poniendo algunos muchachos adelantados en las orillas, para que los espantasen e hiciesen seguir la medianía, donde estaba él escondido, con lo que logró matar algunos en poco rato”; y, que para matar a un Cola Tijera (un Taguato jetapa o Elanoides forficatus), decidió “hacer una milocha o cometa de papel semejante al pájaro en figura y colores; y consiguió matar tres de los que acudieron a la curiosidad”.
El ingenio de Noseda se evidencia, igualmente, al leer cómo procedió para cazar a un Urutaú (Nyctibius griseus), a algunos ynambú guasú (Rhynchotus rufescens), y a unos cuantos Vencejillos (Chaetura meridionalis), entre otros.
En cuanto a la captura de los vencejos se lee en la descripción que Noseda remitió a Azara lo que sigue:
“Le he perseguido mucho sin poderle matar, no solo por su celeridad, sino también por su mucha esquivez, que no ha permitido tirarle a proporcionada distancia, no obstante de que abunda en el distrito de mi pueblo. Desengañado, después de muchas fatigas, destiné a un indio para que atisbase, si acaso con la fuerza del sol se posaba en algún árbol, o averiguase dónde dormía. Una semana entera estuvo el indio en el bosque, y observó que no se apeaba en todo el día, y que a veces se elevaba hasta perderse de vista. Pero encontró un árbol extraordinariamente grueso y frondoso, en cuya primera horqueta a la altura de 16 pasos tenía un agujero, del cual vio salir una madrugada muchos individuos; y para asegurarse se mantuvo al pie oculto todo el día, con lo que conoció que no volvían hasta ponerse el sol, que es cuando los vio entrar en su domicilio. / Con esta seguridad subí por una escalera a reconocer el agujero, y ver lo que convenía practicar; y como notase que salía viento, entendí que habría otro agujero, y le encontré muy cerca del suelo. Luego me situé donde pudiese ver entrar los pájaros: en efecto al ponerse el sol entraron en diversas tropillas sesenta y dos, tan de prisa, que apenas se veían; pero se oía el golpecito que daban con las alas en las bordas de la raja, que estaba a lo largo del tronco, y no era tan ancha como las alas tendidas, aunque en lo interior era el agujero tan capaz, que podían volar dos o más a la par. Antes de introducirse daban tres o cuatro vueltas a lo lejos al rededor del árbol. Cuando cerró la noche subí y cerré la raja superior, y luego la inferior, advirtiendo que volaban dentro. La madrugada siguiente (3 de diciembre) para cogerlos, me fue preciso cortar el árbol, y poniendo la mano en el agujero inferior, pillé 40, escapándose los demás entre los dedos, por no poder abarcar todos los que salían. Examiné la cavidad, y vi que no podían estar en ella sino trepados como los carpinteros. Puse algunos en jaula, y otros sueltos en mi cuarto, y vi que ninguno pudo sostenerse en pie en el suelo”.
Otros colaboradores de Azara
En notas anteriores comenté que don Juan Machain acompañó a Azara en varias de sus cacerías. Nuestro naturalista relató dos de ellas con detalles, la del Guyrauro (Pseudoleistes guirahuro), y la del Ypekũ akã pytã (Campephilus melanoleucos), en estos términos:
“Yo tiré un escopetazo a uno de estos pájaros [Guyrauro] que estaba en un matorralito, y no lo maté, se huyó, y con él toda la banda que pacía por allí voló como trescientas varas alternando el batir, y desplegar las alas, silbando todos; fui donde paró y no vi sino uno parado en una paja de una vara alta, procuré atisbar los demás por hacer mejor tiro, se levantó el de la paja, y con él todos los que estaban en el suelo. Dieron otro vuelo igual al anterior, los seguí con don Juan Machain que iba conmigo, los hallamos lo mismo sin ver más que la espía a quién dicho Machain tiro, y mató. Los demás que en el suelo entre la hierba esperaban la señal de su vigía, como está no la hizo quedaron inmóviles al tiro hasta que fuimos a tomar el muerto, y casi estuvimos entre ellos. Este hecho da idea de su carácter”; y,
“El individuo descrito [Ypekũ akã pytã] lo halló don Juan Machain en los bosques de Tapuá donde fue conmigo expresamente a cazarlo. Lo vio salir del agujero de un tronco muy elevado, le tiró, y no hizo movimiento alguno, de allí a un poco cayó en el suelo, y lo creyó muerto, se arrimó y lo cogió sin que hiciese diligencia para escapar, pero al momento que se vio entre manos, empezó a gritar sin cesar como un loco, desagradable y fuertemente, haciendo todo género de esfuerzos y picando cuánto se le presentaba. Por más que se le tenía por las alas, y con el pico cerrado fuertemente, nos cesaban sus gritos y contorsiones. Me hallé en esto, y le reconocí sin hallarle las alas rotas, ni las piernas. Le llevamos a casa donde le até con una cuerda de la pierna al pie de mi cama. Calló al instante”.
Don Juan Machain, además, fue quien regaló a Azara un Tutú (un Marakana yvyguy o Baryphthengus ruficapillus), pillado en la cocina de su casa. Pero no fue la única persona que le proporcionó individuos o despojos de aves para su colección. Azara manifestó que el cura y administrador del pueblo de indios de Atyrá, don Pedro Almada, le regaló dos ejemplares de un Precioso (un Sairã o Tangara preciosa); que don Antonio Valenzuela le envió otros dos preciosos; y, que don José Castelví le obsequió un Calzado (un Taguato apiratĩ o Spizaetus ornatus). Ya hablé, anteriormente, de la importante intervención del Gobernador Doblas para el incremento de la colección de aves de Azara.
Por otra parte, entre los primeros y destacados informantes de Azara, se cuenta a don Ignacio Ybotyti, indio montés del pueblo San Estanislao; a don Josef Venancio de la Rosa, comandante de la Villa de Curuguaty; a don Juan Francisco Agüero; al doctor don Juan Antonio de Zavala y Delgadillo, Canónigo de la Catedral de Asunción -quien también lo ayudó en la traducción de los nombres de algunas aves, del guaraní al español-; al padre mercedario fray Inocencio Cañete, del Convento de la Merced en Asunción; y, a don Rudecindo Escurra, cura compañero del pueblo de Atyrá -quien fue su “compañero en las cazatas de Grandes bestias o antas y venados”-. (Continuará).
