El descalabro del Carbonero aquél 20 de mayo solo no era mayor porque los delanteros del equipo Millonario argentino habían perdonado varias veces al portero Ladislao Mazurkiewicz.
De perdonar no sabían los jugadores de Peñarol, que interpretaron como una burla la forma sobradora como el guardameta Amadeo Carrizo paró con el pecho un cabezazo del peruano Juan Joya.
Entonces el juego se convirtió en un asunto de honor y lo que parecía imposible cobró realidad con los goles del ecuatoriano Alberto 'Cabeza Mágica' Spencer y del uruguayo Julio César 'Pardo' Abbadie.
River Plate, que ya soñaba con su primer título, prácticamente desapareció de la cancha y en tiempo de alargue, de nuevo Spencer y luego el centrocampista Pedrito Rocha redondearon para Peñarol la épica.
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Para ser justos, la vigorosa remontada de Peñarol no se gestó sólo con fútbol, gritos de motivación, nobles propósitos y sueños comedidos de grandeza.
"Echamos mano de recursos ilícitos. Eso es cierto. Llegamos a decirles que si ganaban, íbamos a buscarlos al vestuario y al hotel", confesó a la revista El Gráfico tiempo después de la conquista del tercer título el capitán Néstor 'Tito' Goncalves, el único uruguayo que jugó hasta ahora seis finales de la Copa Libertadores.
River Plate regresó a Buenos Aires fracturado por el dolor, la vergüenza, la decepción y, como si fuera poco, estremecido por la denuncia de su entrenador Roberto Cesarini: "¡A mi me traicionaron!".
Si bien no apuntó nombres de los que a su juicio bajaron los brazos, sus palabras salpicaron a los uruguayos de la plantilla Roberto Matosas y Luis Cubillas.
Como si no fuera poco el infortunio, el 29 de mayo, 9 días después de la final perdida, el equipo de la banda roja debió someterse a las burlas y provocaciones de los adversarios en la cancha de Banfield.
En el segundo tiempo, como de la nada, apareció en el área grande de River una gallina blanca con una raya diagonal roja pintada sobre su plumaje.
Lo que comenzó hace 56 años como una burla de los rivales a la fragilidad, y la supuesta falta de lo que ponen las gallinas en una final de Copa Libertadores, terminó con el tiempo siendo asimilado por los hinchas como un símbolo amable de lo que es River Plate.
