Anécdotas de la Copa Libertadores de la Ñ a la Z: Ñapa

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Redacción Deportes, 21 oct (EFE).- El primer consejo que recibió antes de su debut como profesional, y que lo marcaría en su trayectoria, era tan inquietante como algo exagerada: "la madurez del portero llega cuando recibe mil goles".

Pero no paraba ahí. La regla de su profesor anónimo tenía una línea aclaratoria: "lo importante es que los mil goles no lleguen en el mismo partido".

Víctor Hugo Mejía Rojas no tenía una gran estatura para destacar como portero. Pero, obstinado él, al deporte llegó con la ilusión de ser baloncetista.

Superada la desilusión de su primer fracaso, y decidido a torcerle el cuello al destino en otra actividad, entendió que los sueños podían hacerse realidad si derrochaba empeño.

Y cuando entendió que su vida estaría amarrada al fútbol, pues fue de frente, sin mirar ni pensar en las consecuencias de los choques con sus adversarios.

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Por ese estilo arrojado se ganó un apodo tan perturbador como el consejo que recibió de su primer entrenador de porteros: 'el Suicida'.

Fue una tarde de 1952 en Bogotá frente a Independiente Santa Fe que el ecuatoriano Hugo Mejía le arrebató la titularidad de la portería del Everest de Guayaquil a su consagrado colega Luis Alberto Sotomayor.

Y fueron sus temerarias intervenciones ante los pies y bajo las cabezas de los delanteros de Santa Fe que la nueva figura de Everest sería bautizado Hugo 'el Suicida' Mejía.

Nacido el 21 de noviembre de 1931 en El Oro y fallecido a causa de un infarto el 2 de abril de 2010, a los 78 años, Mejía llevó una vida de vértigo.

Everest había sido emparejado en el Grupo 2 de a Copa Libertadores de 1963 y el 9 de junio se citó en su estadio con Peñarol.

El espectáculo que presenciaban 30.000 alegres hinchas se convirtió en un monólogo del equipo uruguayo cuando Mejía vio entrar por su puerta el primer gol a los 10 minutos.

Cinco veces debió ir hasta el fondo de la red para recoger el balón.

Y pudieron ser más, muchaos más.

El fútbol, atractivo porque permite revanchas, esa vez ignoró a los rojos del Everest en el partido de vuelta, y enseñó que también da al rival la ñapa, esa suerte de propina o gratificación por su desempeño.

Un mes después, el 7 de julio, uruguayos y ecuatorianos se citaron en Montevideo. Peñarol no tuvo rubor para imponerse por un escandaloso 9-1.

Y pudo ser más abultado el castigo.

Ese día 'el Suicida' Mejía entendió que su madurez profesional llegó antes de recibir 1.000 goles. Bastaron catorce en dos partidos para conocer los gajes del oficio.