La mitomanía es un trastorno psicológico que afecta a ciertas personas, y consiste en que estas tienen el hábito de mentir, con lo cual obtienen la atención o admiración de los demás. El presidente de la República, Mario Abdo Benítez, presenta todos los síntomas de esta afección, también conocida como pseudología fantástica, pues a lo largo de su corta gestión, ha sido reiterativo en este comportamiento. Y ello sería irrelevante, si se tratase de una cuestión particular, pero obviamente no lo es, ya que afecta a todos los ciudadanos.
Mintió al principio de la pandemia, cuando usando la entonces admirada imagen de Julio Mazzoleni, hizo creer a la gente que debía enclaustrarse en su casa, para permitir al Gobierno poner en condiciones los centros de salud y equipar a los médicos. Pronto quedó al descubierto que estaba mintiendo, y la ciudadanía observó cómo hacían negociados aprovechando la situación crítica: los escándalos de Petropar a cargo de Patricia Samudio, la compra sobrefacturada de mascarillas en Dinac, el intento de negociado descubierto en el Ministerio de Salud, y probablemente otros delitos que no se conocen.
Mintió respecto de los equipamientos de centros de salud. Las organizaciones gremiales de médicos y personal de blanco denunciaron reiteradas veces que no reciben insumos ni equipamiento. Las personas siguen recibiendo la misma miserable “atención” en los hospitales y centros de salud, en los pasillos, y muriendo, víctimas de la precariedad producto de la inoperancia y la corrupción de su Gobierno. Las familias de los enfermos siguen organizando polladas en los barrios para cubrir medicamentos, mientras su ministro de Salud tiene millones de dólares que no los utiliza, mostrando una deplorable insensibilidad social.
Las personas que votaron por Abdo Benítez escuchaban sus discursos hablando de justicia social, salud para todos, que la educación sería una de sus banderas, y creyeron todo lo que dijo.
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Mintió también cuando afirmó que no toleraría actos de corrupción, y que se terminaría la impunidad. Con voz firme y rostro serio dijo, por ejemplo, que Horacio Cartes era un peligro para la democracia, y que no le compraría con toda la plata que tenía. Hoy, la ciudadanía ve, diariamente, cómo el expresidente hace lo que quiere, cuando quiere. Y para reconfirmar su patología, acaba de inscribir un movimiento político en la ANR, junto con ese a quien precisamente consideraba un peligro para la democracia.
Mintió cuando habló de un nuevo comienzo para todos. La situación de los ciudadanos honestos está cada vez peor, miles de personas perdieron su empleo debido al encierro al que fueron sometidos para, supuestamente, ofrecer un servicio de salud que impida la muerte de enfermos por covid. Su hermano, el ministro de Hacienda Benigno López, con apoyo del Congreso, endeudó al pueblo por miles de millones de dólares, pero nadie sabe dónde está ese dinero que, por cierto, deberán pagar quienes trabajan honestamente. No lo pagará Mario Abdo Benítez, tampoco su hermano ni su grupo de cuestionados amigos ni el inoperante Julio Mazzoleni.
Mintió recientemente, cuando dijo que el abrazo republicano –o la “operación cicatriz”– es necesario para pacificar. Para lo único que sirve su pacto perverso con Horacio Cartes es para que traicione el voto que lo llevó a la Presidencia. Con ese pacto garantiza impunidad a una persona investigada por crímenes en Brasil. Sirve para dar órdenes a sus ministros antidrogas y de prevención de lavado de dinero, para que miren a otro lado. Ese pacto le sirve a Abdo Benítez, por ahora, para no ser echado por juicio político, ya que su compañero de aventuras tiene mayoría en la Cámara de Diputados, y controla la Cámara de Senadores.
Mintió cuando prometió priorizar la educación, pero mantiene al frente de esa cartera de Estado a un ministro –Eduardo Petta– que no demostró aptitudes para el cargo, y a operadores políticos que ocupan puestos de docentes, con escuelas en estado deplorable, con niños que ni siquiera pueden soñar con un futuro diferente.
Mintió cuando habló de combatir la corrupción, pues se rodea de personajes oscuros, tolera las mafias policiales y consiente negociados, como la venta de energía de Itaipú. Mediante su aporte al pacto, Sandra Quiñónez sigue siendo fiscala general de Estado, y la Corte Suprema de Justicia está sometida al poder de Horacio Cartes. El Gobierno hizo mucho para que la Justicia pase por uno de sus momentos más nefastos, lejos de la reforma que necesita.
Sus discursos intrascendentes y su equipo de marketing confirman, todos los días, que no existe ningún plan, así que los paraguayos estamos a la deriva. El Presidente no gobierna, demostró que no tiene competencia para hacerlo.
Como ocurre con los mitómanos, no le gusta escuchar verdades, prefiere seguir engañando y creyendo las fantasías que crea en su cabeza. No logra ver que todo tiene un límite, y que la paciencia de la gente se está agotando. Si Cartes no lo echa, es probable que lo haga la gente, porque este tiempo ha sido suficiente para confirmar que es una persona sin carácter, sin preparación y sin voluntad de mejorar la situación del pueblo.
Mentir lleva, muchas veces, a robar, y el siguiente paso es matar. Hoy, los muertos que el Presidente no quiere ver fueron víctimas de las mentiras del mitómano que ocupa el Palacio de López.