CARACAS/BRASILIA (EFE). Las protestas registradas en 2019 en Chile, Ecuador, Bolivia y Colombia se han unido a las que desde hace años ocurren en Nicaragua o Venezuela y hasta a las que en 2013 sacudieron a Brasil.
Aún con orígenes distintos, en todos los casos han reflejado el malestar de las sociedades con sus políticos y con abismos sociales, bien sea con gobiernos conservadores, de centro o del amplio espectro ideológico de la izquierda.
Ocaso del socialismo
Tras unos años 90 signados por el Consenso de Washington, muchos países de América Latina cambiaron de signo político y volcaron sus experiencias en proyectos progresistas o más radicales, como los que encabezaron Hugo Chávez, Lula da Silva, o Evo Morales, algunos de sus principales exponentes.
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Si bien en principio ese modelo pareció resultar, las ambiciones de sus líderes, el clientelismo, las promesas sociales no cumplidas, el fin del “boom” de las materias primas, la crisis global de 2008 y, sobre todo la corrupción, sembraron el malestar que persiste en la región.
Populismo digital
La comunicación directa en la política, que prescinde en parte de la prensa tradicional para apostar en las redes sociales, caló con la masificación de esas herramientas.
Sin embargo, no es nueva en Latinoamérica y quien más se valió de ello fue el fallecido Hugo Chávez, con su programa “Aló Presidente”, que podía durar horas y era transmitido en cadenas nacionales obligatorias.
La comunicación directa con los ciudadanos a través de las redes sociales dio lugar a la expresión “populismo digital”, que entre sus adeptos, aunque con matices, tiene a los actuales presidentes de El Salvador, Nayib Bukele; y Guatemala, Jimmy Morales, o líderes más progresistas, como el mexicano Manuel López Obrador. Pero, sin duda, el mayor fenómeno en ese sentido es el presidente brasileño, Jair Bolsonaro.
Una vez en el poder, Bolsonaro acentuó sus críticas a la prensa tradicional y creó un vasto entramado de redes sociales con el que se mantiene en contacto con sus seguidores, a los que suele alentar con frases ideológicas o religiosas e incita a no creer en la prensa, de la cual afirma que “solo miente” sobre su Gobierno.
Uno de sus principales lemas lo extrajo de la Biblia: “La verdad os hará libres”.
Biblia y militares
En el último lustro, Latinoamérica cambió de color político y el rojo de las revoluciones y los movimientos populares se tornó azul -más o menos intenso- en gran parte de la región. La derecha sigue ganando terreno y avanzando con su cara más radical en algunos casos, como el de Brasil, con Bolsonaro al frente del Gobierno.
El mandatario brasileño apuesta todo al militarismo, palpable en su Ejecutivo, en el que un tercio de sus miembros tienen orígenes militares y más de 100 funcionarios de su Gobierno pertenecen o tienen vínculos con las Fuerzas Armadas.
Con la pistola en una mano y la Biblia en la otra, el brasileño se escuda en la religión para justificar decisiones que escandalizan a otros países con ideas menos conservadoras, como la firma de un decreto que respalda la tenencia de armas en viviendas o lugares de trabajo para que los “ciudadanos de bien tengan paz en su casa”.
El militar retirado respalda sus iniciativas con el libro al que se agarra como si fuera su talismán y asegura que las armas son “inherentes” al ser humano y a su defensa.
La religión también se ha mezclado con la política boliviana, al punto de que la presidenta interina, Jeanine Áñez, asumió el poder tras la renuncia de Evo Morales y en medio de revueltas, casi en un altar y decidida a devolver “la Biblia” al Palacio Quemado, en el que durante la época de Evo imperó la Pachamama.
En los extremos de la región, México y Argentina, López Obrador y Alberto Fernández, intentan ahora reunir a las fuerzas progresistas en el llamado Grupo de Puebla, un remedo moderado del más radical Foro de São Paulo, fundado por las izquierdas regionales en 1990.
