El final del drama de una nación con el “cielo dividido”, como dijo en una célebre frase sobre Berlín la escritora Christa Wolf, marcó el fin de la Guerra Fría y el inicio de una profunda reorganización tanto de Europa como de los equilibrios mundiales.
La reunificación fue por otra parte la obra de arte político-diplomática del canciller Helmut Kohl, quien la llevó a cabo en once meses a partir de un plan de once puntos.
La caída del Muro de Berlín comenzó a gestarse tras las promesas hechas por el gobernante de la URSS Mijail Gorbachov, que se alejó públicamente de la llamada “doctrina Breznev”, según la cual los países miembros del bloque soviético debían intervenir en defensa del comunismo.
“La República Democrática Alemana estaba sostenida por los tanques (rusos) y por el Muro de Berlín. Estaba claro que si estos dos factores desaparecían, también la RDA habría dejado de existir”, recordó Lothar De Maiziere, último premier de la Alemania Oriental.
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“Cuando Gorbachov dio un recordado discurso ante las Naciones Unidas comprendimos que la doctrina Breznev había llegado a su fin. Aquí, en el Este de Europa, lo escuchamos con mucha atención y rápidamente nos dimos cuenta de que si hubiese ocurrido algo, esta vez los tanques rusos no iban a llegar a nuestros países”, precisó el expremier.
Los dramas estaban muy frescos: desde las dos guerras mundiales hasta el Holocausto y la muerte de seis millones de judíos, desastres provocados e impulsados hasta el abismo por los alemanes.
El Muro de Berlín había sido construido en tan solo una noche, el 13 de agosto de 1961. Fue demolido el 9 de noviembre de 1989. La caída del murallón, que por tanto tiempo partió en dos a la ciudad, permitió la normalización de la vida del país y del continente, además de la reconstrucción a partir de bases del todo nuevas de las relaciones de los alemanes con los otros pueblos europeos.