Quitar el pecado del mundo

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Cuando Juan Bautista vio a Jesús acercarse para recibir el bautismo, exclamó: “Este es el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo”.

Estas palabras indican una realidad punzante de la vida humana: el pecado existe, porque alguien lo comete, pero puede ser quitado con cierta clase de actitudes.

Normalmente el ser humano del siglo XXI no aprecia mucho escuchar la palabra “pecado”, pues prefiere términos más dulzones, como “falta de iluminación... etapas más primitivas... postura equivocada...” y otros.

“El pecado es una falta contra la razón, la verdad, la conciencia recta; es un faltar al amor verdadero para con Dios y para con el prójimo, a causa de un apego perverso a ciertos bienes. Hiere la naturaleza del hombre y atenta contra la solidaridad humana”.

Ha sido definido como “una palabra, un acto o un deseo contrarios a la ley eterna”.

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Con sabiduría el Catecismo de la Iglesia Católica (1849) afirma que el pecado es una falta contra la razón y es también fallar en relación al amor a Dios y al semejante. ¿Por qué falla uno? Por un apego perverso a ciertos bienes, casi siempre el dinero y los lujos. De este apego malévolo brota la desobediencia a Dios y un deseo de hacerse “como Dios”, lo que implica querer ser adorado por los demás y considerarse superior a ellos.

Estas tres cosas: el apego, la desobediencia y la soberbia traen consecuencias lamentables que tienen nombres dolorosos: robo, corrupción, homicidio, promiscuidad sexual, drogadicción, pereza y tantas cosas que ennegrecen nuestra vida. Es más, tales actos son realizados por una persona humana, que peca y se aleja de Dios por una decisión explícita de su voluntad. Expulsar a Dios del corazón y dañar al semejante es una situación grave.

Sin embargo, es posible disminuir y quitar la maldad que hay en el mundo y quien lo hace, por excelencia, es Jesucristo, que acepta vivir como cordero, que se pone al servicio, y no como lobo feroz, que explota a los demás.

Cada bautizado debe seguir sus huellas y, por tanto, ayudar a quitar el pecado del mundo. Para empezar, es necesario limpiar el propio corazón, teniendo en cuenta que los fines no justifican los medios, y abriéndose a una solidaridad constante.

Debemos quitar el pecado que hay en nuestras familias a través del diálogo, del perdón y del esfuerzo por hacerla lo que debe ser: una Iglesia doméstica.

Recordemos que en cada Misa, antes de la comunión, el celebrante repite las palabras de Juan Bautista.

Paz y bien

hnojoemar@gmail.com