¿Qué pasa en América Latina?

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Hace unos días, para ser exactos el 7 de febrero del año en curso, en entrevista dada al periódico español, El País, Alicia Bárcena, secretaria ejecutiva de la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL), ante el pronóstico de baja en la tasa de crecimiento económico en América Latina, decía, entre otras cosas: 1) que la región había perdido el tren de la política industrial e innovación; 2) y culpaba al mercado y a los consejos de Milton Friedman del fracaso. Lamentablemente, la alta funcionaria nada habló sobre los países más pobres de la región, que son los que más han atacado y atacan al mercado, como lo son los casos de Venezuela y Cuba.

En efecto, las economías latinoamericanas fueron siempre dependientes de las exportaciones de materias primas, o productos básicos, como otros los llaman. Cuando arrancó el desarrollo económico contemporáneo, su vinculación con el crecimiento de las exportaciones de materias primas fue innegable, sobre todo a finales del siglo XIX e inicios del siglo XX, el cual llegó a su ocaso por las crisis internacionales provocadas por las dos guerras mundiales y la Gran Depresión en la década de los años treinta. La desaparición del auge de estos mercados empujó, según algunos analistas, a la región hacia un proceso de “industrialización” dirigido por el Estado. Pero, en realidad, el proceso de “sustitución de importaciones” o “industrialización” guiado por el Estado se origina en la década de los años cincuenta, cuando se estableció la CEPAL (1948), y en 1949 fue Raúl Prebisch (argentino) su secretario ejecutivo durante los años 1950 hasta 1963.

Este proceso creó muchas deformidades en los mercados. En primer lugar, no todos los países latinoamericanos podían acometer este modelo, que era más favorable a las naciones que tenían mercados más amplios, como Argentina, Brasil, Chile, Colombia, México y Uruguay. La sobrevaluación de los tipos de cambios fue un obstáculo fortísimo para el modelo de sustitución de importaciones, y los países que adoptaron esta política tuvieron que aumentar mucho sus aranceles protectores, además de contingentar las importaciones. Por otra parte, los consumidores de estos países tuvieron que conformarse con precios elevados a sus productos y mala calidad porque no tenían competencia. De acuerdo con el historiador de la economía latinoamericana, Víctor Bulmer-Thomas, el modelo de crecimiento hacia adentro, es visto ahora como una aberración. También produjo desigualdad en la distribución de la riqueza y los ingresos.

Por último, y por si fuera poco, de acuerdo con el Informe de la Organización Mundial del Comercio (OMC), Examen estadístico del Comercio Mundial para el año 2018, América Latina en 1948 aportaba el 12,25% del valor de las mercancías exportadas, y para el año 2017 apenas aporta el 5,8%; un retroceso con respecto al mundo.

Tampoco hace mención la alta funcionaria de la CEPAL de la cantidad de procesos de reforma agraria que no estimularon la productividad agrícola y que más bien desplazaron mano de obra poco calificada del campo a las ciudades. Ni de los procesos de nacionalización de empresas como Gulf Oil expropiada en Bolivia en 1969, la nacionalización también del petróleo en Ecuador en 1976, y la “exitosa” nacionalización de las concesionarias petroleras en Venezuela en 1975. Esto es, no ha sido la mano del mercado lo que ha orientado en mucho tiempo a las economías latinoamericanas, sino el dirigismo gubernamental.

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Por si fuera poco, a partir de 1960 el endeudamiento externo latinoamericano creció a un ritmo frenético y obsceno. Fue así que en aquel año la totalidad de los préstamos externos al gobierno, sector privado y deuda a corto plazo pasó de 7,2 billones (mil millones) de US$ a 314,4 mil millones en 1982, año en que hizo crisis el endeudamiento externo financiado principalmente por los grandes bancos privados internacionales. Y la relación del servicio de la deuda (intereses y amortización) alcanzó el 59% de las exportaciones latinoamericanas. El espectáculo de países exportadores de petróleo como Ecuador, México y Venezuela, enfrentando déficit en balanza de pagos y en el presupuesto fiscal aparentemente no era considerado imprudente, hasta que los bancos internacionales dieron la alarma.

Adicionalmente, el proceso de “sustitución de importaciones” con elevados aranceles creó un sesgo antiexportación difícil de allanar, el cual fue un lastre para el comercio intrarregional. A finales de la década de los 50 e inicios de la de los años 60, Estados Unidos mostró una disposición a la cooperación, lo cual tenía relación con el éxito de la reconstrucción europea (Plan Marshall) y el ascenso de Fidel Castro en Cuba. Para 1959, se había fundado el Banco Interamericano de Desarrollo, y en 1960, firmado el Tratado de Montevideo, el cual estableció un área de libre comercio con nueve países, al que se sumarían después poco a poco los restantes. En 1961, el presidente Kennedy respondió al deseo de muchos latinoamericanos y creó la Alianza para el Progreso, con el objetivo de crear flujos de inversión de 20.000 millones de dólares para América Latina, y cooperar con consultas técnicas en la OEA para promover el progreso social de la región.

Según el destacado estudioso de los problemas de crecimiento económico Angus Maddison, estas iniciativas se marchitaron en el transcurso de pocos años en gran parte porque los gobiernos seguían siendo muy nacionalistas en sus políticas y cada vez más autoritarios (véase su libro La economía mundial en el siglo XX, México, Fondo de Cultura Económica, 1992, p.90).

Adicionalmente, en estas líneas críticas a la posición personal y mal apoyada documentalmente de la alta funcionaria de la CEPAL, es necesario indicar la cantidad de crisis monetarias, de fuga de capitales y de agotamiento de las reservas internacionales, y de elevadas inflaciones que cercaron las economías de México, Brasil, Perú, Nicaragua, Ecuador, Chile y, sobre todo Argentina, en América Latina. Todas descritas en el libro Macroeconomía del populismo, reseñadas por expertos analistas y estudiosos de la realidad económica de la región. Ninguna de estas crisis fue causada por la prudencia en las políticas económicas, la continuidad en la ortodoxia, o la predisposición al mercado. Ocurrió al revés: todas fueron causadas por la heterodoxia, los controles de precio, la sobrevaluación cambiaria, las expropiaciones y los déficits fiscales cuasipermanentes.

De igual forma, la alta funcionaria, clama por mayor igualdad económica en la región, pero se olvida también de que El Salvador, uno de los países más igualitarios de la región, es, al mismo tiempo, es uno de los más pobres. Para nada se refirió en la entrevista a los casos exitosos de Panamá y República Dominicana, que son los países que van a crecer más este año nuevo del 2020.

Provocativamente, de igual forma, ha olvidado la secretaria ejecutiva de la CEPAL que la recuperación y el ascenso de Chile después de su crisis hiperinflacionaria con el gobierno marxista de Salvador Allende fue precisamente siguiendo los consejos del premio Nobel de Economía Milton Friedman.

[©FIRMAS PRESS/SEV]

* SEMINARIO ECONÓMICO LATINO AMERICANO