Del caso Trotte, condenar el crimen

Se confirmó la condena para Adolfo Trotte, con la pena de 40 años de cárcel por haber asesinado a su esposa, Sonia Vera. El caso ocurrido en el 2011 y cuyos detalles se pueden encontrar en archivo, fue muy sonado en nuestro país y casi el 100% de la población aprueba el castigo o clama la pena de muerte (no establecida en nuestro país). Estas expresiones entran dentro de la indignación de las personas, aunque lo sabio es preguntarnos qué nos permite vislumbrar la ley ante una desgracia ajena.

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Poquísimos se animan a decir, hasta entre amigos, que el culpable también es una víctima, lo es de su propia historia familiar, de sus limitaciones, de la sociedad que todo lo mira y lo juzga con tanta rectitud, aún cuando paralelamente esté incubando casos similares. Aquí entramos en la discusión y reflexión que debemos plantearnos. La visión religiosa, para los devotos, aporta una brisa de esperanza al decir que debe condenarse el pecado y no al pecador (no implica que este no sea juzgado por su crimen). La aplicación de la ley apunta idealmente a la verdad y la justicia en la sociedad y en el mundo. Pero sabemos también que la filosofía del Derecho debate constantemente. Cuántos crímenes quedan impunes, hay otros casos en los que habiendo pruebas contundentes, no hay condenas tan determinantes. ¿Qué privilegia: el sistema, una visión distinta, las presiones?

En el caso Trotte hubo puntos a los que no se les dio trascendencia, como el acompañamiento de sus hijas, que el condenado se haya vuelto a casar, que no tenga antecedentes de asesinato, que haya regresado después de huir al extranjero para confesar y entregarse, que haya pedido perdón públicamente. Nada logró aminorar en lo más mínimo su dura condena. Incluso sumaron 10 años más como prevención. Todo muy orientado por el orden global de la llamada violencia de género (violencia del hombre hacia la mujer).

El caso Trotte pone extremadamente mal a la gente. Podemos, sin embargo, pensar en nuestra intimidad personal con más tranquilidad. Los casos de locura, los nervios de punta, la falta de amor, todo nos juega en contra a todos y es preciso corregir estas enfermedades desde pequeñas. El ser humano es gregario y solitario, y en tal condición poco se navega interiormente; algo tenemos que busca destruirlo todo, como las langostas “…prefieren estar solas, pero cuando se ven forzadas a acercarse entre sí, cambian de manera dramática” (Dr. Ott, Universidad de Cambridge).

Llevemos este caso doloroso a un análisis emocionalmente maduro.

Sonia, la mujer, se llevó con su muerte una realidad creciente, las rupturas y odios en los matrimonios, hombres y mujeres que algún día se eligieron para convivir en el amor, se transforman en enemigos; hogares donde reinan la desconfianza y los celos, las ansias de poder. Bien lo dijo el maestro Jung: “Allí donde reina el poder, no hay amor; y allí donde reina el amor, no se necesita el poder”. Lo que haya pasado detallada e íntimamente en esta pareja es insondable, nosotros solo fuimos testigos sociales. La ley habló en su idioma, Adolfo Trotte fue condenado a 40 años de prisión por el asesinato de su esposa. Murió también él y quizás de la peor manera.

lperalta@abc.com.py

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