La lección del profe Ochoa

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Mi profesor de técnica periodística se llamaba Luis Ochoa. Era un veterano maestro de generaciones de periodistas de la Escuela de Periodismo de la Universidad de Chile y lo que más nos gustaba a los estudiantes es que sus clases no eran clases, eran demostraciones prácticas del ejercicio del reporteo, de la forma de recabar información. Ya el profe Ochoa, allá por los ‘90, nos decía insistentemente: “No permitan nunca que los funcionarios impidan su acceso al protagonista de la historia, a la fuente de su información”.

Sabía realmente lo que decía el veterano profesor.

Se está imponiendo lenta, pero firmemente una estrategia comunicacional que personalmente la denomino el “estilo Unasur” de información. Esto, debido a la experiencia que me tocó en oportunidad de cubrir una de las reuniones del consejo Unasur que se hacían durante la presidencia pro témpore paraguaya, antes de la caída del luguismo. La reunión era en el Granados Park y el tema, francamente, poco trascendente. Pero ahí fui. Lo primero que me salió al paso fue una coqueta secretaria de Cancillería. Luego, un funcionario de la presidencia pro témpore y después, un guardia de seguridad. Mi intención no era más que esperar el término de la reunión para conversar con uno de los paraguayos participantes. Pero ni en la puerta podía permanecer. Me divertí volviendo locos a algunos guardias, funcionarios y secretarios y simplemente me fui. Pero el acceso a la información fue impedido hasta de manera agresiva, como si mi intención periodística fuera un insulto.

Me quedó fuertemente grabada la exagerada reacción ordenada por los unasurianos ante la presencia de una periodista que sólo quería saber quiénes estaban participando de una reunión. “No permitan nunca que los funcionarios impidan su acceso al protagonista de la historia, a su fuente de información” resonaba la voz del profe Ochoa en mi cabeza.

El estilo unasuriano, sin embargo, está ganando terreno, incluso más allá del club de amigos ideológicos. El sistema está cobrando fuerza y se torna cada vez más preocupante, porque además tiene variantes: ya no son las secretarias o los guardias los que impiden el acceso a la fuente; es la autoridad misma la que, valiéndose de los funcionarios de sus oficinas de comunicaciones, “hace saber” a los periodistas sólo aquello que quieren “informar”. Sus propios funcionarios hacen las “preguntas” que luego desgraban y envían “para que la prensa elija qué usar”. De más está decir que los cuestionamientos en serio, los reales, o se obvian o se maquillan.

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Hablar directamente con el protagonista de una información es cada vez más problemático y hacerlo con aquellos que de alguna manera se cuestiona, es casi épico. Y recibir todo de las oficinas que dirigen interesadamente el mensaje, cada vez más fácil.

Los periodistas no podemos rendirnos ni a la autocensura, ni a la comodidad de las nuevas tecnologías, ni a la intención aviesa de las autoridades de ocultarse tras el discurso de tener una oficina que se convierte en fuente de información, reemplazando la obligación de informar que tiene aquel que toma decisiones que afectarán a toda la comunidad.

Si sucumbimos a eso, ni falta hace una ley de medios. Ellos habrán ganado lejos la esencial e interminable batalla entre la sociedad que necesita saber, la prensa que debe hurgar y los ostentadores del poder que tienen mucho por ocultar.

ana.rivas@abc.com.py