–Ministro de Hacienda de (Juan Manuel) Santos. ¿De qué partido?
–Partido Conservador. Me calificaría conservador progresista. Estuve siete años como colaborador del presidente Santos. Fui también su ministro de Energía. Estuve antes como ministro de César Gaviria y de Andrés Pastrana. Fui ministro de Transporte, Planeación, Industria.
–Largo recorrido.
–La experiencia más reciente fue la de ministro de Hacienda de Santos por seis años. Fueron tiempos difíciles, de choque muy fuerte. Se cayó el precio del petróleo en 2015 y 2016. Cayeron los ingresos por exportaciones, los ingresos del gobierno. Tuvimos que resolver grandes dificultades. Eso nos generó un cierto reconocimiento internacional.
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–Es tiempo difícil para gobernar en América Latina. La protesta está latente. ¿Cuál es la causa?
–América Latina no crece. La clase mayoritaria es la clase vulnerable. Son personas que salieron de la pobreza pero que no entran todavía a la clase media consolidada. Están en una situación intermedia entre pobreza y clase media. Ese grupo lidera la protesta social, porque las puertas de la clase media se están cerrando.
–¿Es cierto que los que lideran las protestas plantean muchas veces cosas absurdas, como en Chile?
–Eso me hace acordar del pliego de 100 reclamos de los líderes de las protestas en Colombia. Exigen que Colombia se retire de la OCDE (Organización para la Cooperación Económica para el Desarrollo). Ignoran para qué sirve. Ser aceptado en 2018, igual que Chile y México en la organización fue un hito muy importante para nuestro gobierno.
–Paraguay está desde 2016 en el grupo de países en desarrollo.
–Como dice usted, los líderes de las protestas plantean una cantidad de cosas que son imposibles de cumplir. La OCDE nos ayuda a mejorar las políticas públicas en función de lo que están haciendo otros países. La OCDE no tiene ningún elemento represivo, coercitivo. No hay sanciones, no hay multas. La OCDE no obliga a los países. Lo que hace es guiar en función del ejemplo de quienes hacen bien las cosas. Por eso, hay que analizar con mucho cuidado.
–Algunos gobiernos están contra las cuerdas.
–Muchas veces quieren imponer al gobierno otra agenda por la vía de la protesta, de la presión, de la fuerza, no en el sentido tradicional de una democracia que elige a sus gobernantes por la vía de las elecciones. Estoy de acuerdo. Hay que respetar la protesta y las expresiones populares pero pienso que no se debe usar esta arma para imponer una agenda. No pueden exigir en Colombia, que el petróleo sea 100x100 del Estado, algo que puede costar 5.000 millones de dólares. Hoy el Estado es propietario del 88%... Hay elementos de la protesta que son comunes: la situación de los vulnerables, la situación económica. Pero después pesan más los factores locales. Lo más fácil de entender en mi opinión es Bolivia donde claramente lo que hubo fue un proceso autocrático en que un Presidente, por todos los medios y maneras posibles trató de perpetuarse en el poder. Y la gente reaccionó contra eso. En Ecuador, el presidente Lenin Moreno no dimensionó que la eliminación de los subsidios a los combustibles iba a provocar una reacción ciudadana tan fuerte. Tener un vehículo hoy ya no es monopolio de la clase más alta. “La suba nos afecta”, dijeron los indígenas y apoyaron la protesta. El Gobierno no supo socializar sus medidas y hoy no sabe cómo cumplir lo que se comprometió con el FMI. En Chile, afortunadamente la salida es pacífica, sentarse y ponerse de acuerdo.
–¿Qué le llama la atención de todo este movimiento?
–Los países que no tienen protestas en este momento: México y Brasil. En México, López Obrador está haciendo un gobierno populista. Subió el salario mínimo 20%. Lo que creo es que está postergando el problema. Cuando la economía entre en recesión empezará el desgaste, la insatisfacción y la protesta. Lo que hace López Obrador es desacertado y arriesgado.
–¿Y Brasil?
–A pesar de tener un gobierno tan polémico como el de Bolsonaro, Brasil está haciendo bien las cosas en materia económica: la reforma previsional, la reforma fiscal, el desarrollo del sector petrolero después de todos los escándalos de Petrobrás. Hay como dos agendas: la agenda política controvertida.
–¿Lula no pesa como antes?
–El poder real en Brasil lo tiene hoy su ministro de Hacienda, Pablo Guedes. Ha ganado un gran reconocimiento, un gran prestigio, una fuerza frente al Congreso y un reconocimiento internacional.
–¿Por qué?
–Logró subir de 60 a 65 años la edad jubilatoria. Es una reforma clave. Los mercados premian eso. A Brasil le va a ir mejor los próximos cinco años de lo que le fue en los últimos 10.
–El consumismo sobrepasó la edad jubilatoria.
–Así es, pero en los sistemas pensionales no pasa lo mismo. Hay resistencia al cambio. Mi padre tiene 89 años. Es el más activo miembro del Whatsapp de la familia. Comparte noticias, ideas, experiencias. Está activo, presente en la discusión. Nadie se quiere retirar a los 60 y 65 años pero los sistemas pensionales siguen un poco arcaicos y tratando de financiar algo que es imposible. Nadie ha ahorrado lo suficiente para vivir 30 años de una pensión. Pero la política se resiste a aceptar eso.
–¿Y Argentina?
–Yo pienso que el reto de Argentina es tremendo. No veo cómo va a poner la casa en orden, cumplirle al FMI, cumplir las promesas de campaña del peronismo. Las fichas no encajan. El Gobierno tiene un período de gracia que durará máximo un año. Argentina no tiene una buena perspectiva.
–¿Qué se hizo mal para que de nuevo en las protestas estén blandiendo viejas banderas de la mitología marxista-leninista-maoista?
–No se ha logrado avanzar en uno de los problemas más serios y más característicos de la región que es la desigualdad. Seguimos siendo una sociedad muy desigual. Las brechas no se cierran. En segundo lugar, sale a flote un descontento porque el ritmo al que veníamos ya no se puede sostener. La gente se acostumbró a comprar vehículos, celulares, electrodomésticos, a avanzar en su calidad de vida y, de repente, es como que todo se ha parado todo. Eso genera una insatisfacción grande. La encuesta Gallup “de felicidad” muestra que América Latina ha bajado mientras sube en Asia, África, Europa Central, Europa Oriental. Y todo tiene mucho que ver con los commodities, con la China... Nuestras expectativas, nuestras aspiraciones son globales. Cada minuto estamos viendo lo que está haciendo la gente en Europa, en Estados Unidos. El mundo es el referente, no ya el vecino del barrio.
–Hablando de extremos, ¿por qué es inconmovible Venezuela y su gobierno repudiado por autoritario por 55 países del mundo?
–Hace un año había un gran optimismo. Hoy nadie lo tiene. La figura de Guaidó se desgastó. Se agotó como una opción alternativa. La oposición sigue bastante dividida. Venezuela dejó de ser un tema en la política exterior de Estados Unidos. No lo va a ser en este próximo año electoral que se avecina. Nadie sabe qué va a pasar en Venezuela. El problema no es Maduro. Son los militares a los cuales hay que darles una salida.
–Alguien va a tener que pagar la crisis. ¿No se están asomando los autoritarios de nuevo?
–Es una afirmación muy sensata y muy preocupante al mismo tiempo porque el panorama está tan confuso que es ahí cuando nuestros autócratas pescan en río revuelto y tratan de consolidarse en el poder con opciones que son salvadoras. Entran al caos a poner orden. La historia de América Latina está llena de esos episodios. Cuánto tiempo puede ser popular un gobierno populista como Bolsonaro, López Obrador. Eso se agota.
–¿Cómo hay que gobernar entonces para evitar que el gobierno esté permanentemente jaqueado?
–Yo apuesto por las coaliciones. América Latina en los próximos 10 años va a tener que ser gobernada desde el centro, que recoja personas que piensen un poco hacia la izquierda y un poco a la derecha. El gobierno ideal es un gobierno un poco de derecha en lo económico: responsabilidad, seriedad pero un poco más de inclinación social en temas como los derechos de las personas, una serie de valores un poco más liberales. Es lo que podría hacer más gobernable América Latina.
–¿Cuál es su opinión de Paraguay?
–Paraguay es un país al que le ha ido bien pero este ha sido el año del campanazo.
–La desaceleración de este año.
–El país dejó de crecer. La pregunta es si esto es apenas un bache o es una advertencia de que se acabó la época del crecimiento. Los paraguayos deberían tomarlo como una advertencia. El éxito de casi dos décadas no es garantía de éxito futuro. Hay que hacer cambios y los ajustes no son populares. El déficit no tiene por qué ser estrictamente del 1,5% todos los años. Debe poder cambiar un poco –no mucho– en función de cómo va el desempeño de la economía. Otro punto. Hay que repensar el tema de las jubilaciones. No puede haber beneficios muy distintos dependiendo del sector más o menos influyente: docente, médicos, enfermeras, etc. Los regímenes pensionales deben ser iguales, homogéneos, para todo el mundo. Otra cosa, hay que analizar cómo movilizar el ahorro de las pensiones hacia actividades productivas. Es una reforma que falta. Por otra parte, a Paraguay le hace falta infraestructura y el Gobierno carece de capacidad. Aquí hay que traer el modelo de las asociaciones público-privadas, las APP.
–Existe la ley.
–Pero hay que volverla más generalizada. Otro tema: este país tiene una fortaleza que es su energía eléctrica. Ustedes tienen que usar más su energía, empezar por el transporte público, dar incentivos por usar autos eléctricos. Por último, Paraguay tiene que trabajar para ser una alternativa confiable, estable, predecible a los inversionistas que quieran llegar al Cono Sur, sabiendo que hay otros países que son inestables. Eso va a traer más inversión sobre todo en la agro industria.
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