El pitazo final había sonado. El tiempo se detuvo para los miles de paraguayos que se congregaron en el legendario estadio Comuneros aquella noche del 28 de abril de 1952. La pelota que África Bataglia había lanzado en aquella fiesta había tomado vuelo y, luego de besar el tablero, empezó a dar giros de valses en una danza que parecía durar una eternidad. Pero la música terminó y cuando paró, no solo ingresó al cesto, sino a la historia: había conseguido el primer título continental en básquetbol para el Paraguay.
Sesenta y dos años después, María Teresa “Ñeca” Escobar lleva tatuada en su memoria aquella hazaña. “Fuimos las primeras que trajimos un título continental para el Paraguay”, recuerda. En nuestra capital se desarrolló el IV Campeonato Sudamericano de Básquetbol Femenino y el invicto seleccionado paraguayo derrotó a Brasil 20 a 19, y logró el campeonato. “Estábamos en desventaja, porque equipos como Argentina y Brasil siempre se habían caracterizado por ser grandes y con mucha más experiencia”.
Tanto fue así que las autoridades no querían arriesgarse a organizar un campeonato sudamericano. “Nosotras nos iniciábamos recién y no teníamos medios, pero don Alfonso Borgognon, entonces presidente de la Federación Paraguaya de Básquetbol, hoy Confederación, nos convocó para una reunión y nos dijo que el campeonato se iba a realizar, que nuestro país no podía rechazar esa designación”.
Nuestro seleccionado compitió en un reñido campeonato contra los equipos de Argentina, Chile, Perú, Bolivia y el último partido contra Brasil. “Invictas, no perdimos ni un solo partido; jugamos con mucha garra, como nos caracteriza a los paraguayos por el corazón que ponemos”. El equipo titular que triunfó sobre Brasil estaba integrado por Ñeca Escobar, Haidee von Eckartsberg, Cira Escudero, Mamacha López Mena y África Battaglia. “Las cinco jugamos desde el primer hasta el último partido. Nuestro entrenador, el peruano Carlos Rojas y Rojas, no quiso hacer ningún cambio”.
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La selección, en realidad, estaba compuesta por 13 chicas de entre 14 y 17 años, y además de luchar contra las precariedades —por ejemplo, el atuendo deportivo del equipo fue confeccionado a mano—y los grandes seleccionados contrincantes, también debieron hacerlo los aficionados que no tenían fe en ellas. “En el primer partido casi no hubo gente. Estábamos muy emocionadas. Nosotras no teníamos sicólogo ni nutricionista, como ahora. Pero nuestro técnico nos había preparado para ese momento. Además, ya habíamos competido con otros equipos extranjeros, como el All Stars, de EE. UU. y Boca Junior y Gimnasia y Esgrima, de Argentina”, rememora Ñeca.
Intrépidas, las cinco guerreras vencieron al equipo peruano. Con todo, el público seguía diciendo que fue “de chiripa nomás”. “Hubo más gente, pero no mucha todavía; más bien, iban motivados por la curiosidad, pero nosotras teníamos ganas de vencer y espíritu de lucha”.
Cuando les ganaron a las bolivianas, la duda aún seguía. Pero esto no socavó el espíritu de las chicas. Pero tras su victoria contra Chile, las últimas campeonas, dieron el golpe de tuerca. “Comenzamos a sentir por fin el aliento del público”.
El seleccionado paraguayo también fue campeón en tiros libres, el equipo más correcto, la valla menos vencida; la goleadora de la competencia fue África Bataglia y obtuvo la medalla de oro.
En el último partido, la suerte estaba echada. En una lucha de David contra Goliat, debían enfrentarse al seleccionado brasileño. “No había vuelta que dar, teníamos que vencer”. El público acudió en masa y mucha gente quedó afuera porque el estadio Comuneros no tenía tanta capacidad. “No había un lugar para poner un alfiler. Don Pedro García transmitió el partido por radio”.
Y llegó la hora de la competencia. “La verdad fue que estábamos un poco impresionadas. No digo que flaqueamos, pero yo me di cuenta de la responsabilidad que llevábamos sobre los hombros”. Entraron a la cancha y comenzaron un reñido encuentro en el que ambos equipos iban cabeza a cabeza. “El marcador era un doble para Brasil y otro para Paraguay; un simple de ellas y otro nuestro. Y el público que no paraba de alentar; todas las gargantas roncas, hasta que llegamos a los minutos finales”.
Entonces, los aficionados ya querían el campeonato: “Paraguay campeón, Paraguay campeón”, gritaban. “Y cuando ya no sabían cómo alentarnos, en los cuatro costados del estadio se pusieron de pie y entonaron el Himno Nacional”. En este momento, Ñeca no puede sustraerse de la emoción y se conmueve. Con la voz quebrada, cuenta que cuando escucharon el Himno entonado en miles de voces que confiaban en ellas, se abrazaron las cinco en el medio de la cancha y dijeron: “Vencer o morir”.
Y siguieron… pero siempre cabeza a cabeza hasta un minuto antes del final. “Estábamos perdiendo por un punto. Entonces, África Bataglia pesca un rebote, le hago un pase largo y ella, como era muy veloz, ya estaba en mitad de la cancha y con las dos manos, y con toda su fuerza y alma, lanza la pelota no sé con qué intención, lo que sí que esta pega en el tablero”.
El Comuneros quedó mudo. El silbato que daba fin al partido había sonado. Pero la pelota estaba en el aire, por lo que la jugada era válida, cayó en el borde del aro y comenzó a dar unas vueltas. “Todas quedamos petrificadas mirando el balón. Después no sé si fue un soplido o la mano de Dios, o el aliento del público, pero la pelota entró en el aro y ganamos por un simple. Aquello fue apoteósico”. Con el triunfo, Paraguay logró su lugar entre los campeones y las cinco guerreras ingresaron a la historia.
Aquella noche, los aficionados amanecieron en las calles. La competencia se desarrolló durante el Gobierno del presidente Federico Chaves, quien había concedido todos los honores a las campeonas. “Y la gente todavía estaba festejando cuando el presidente nos llevó al balcón”. Chaves declaró asueto y condecoró a las deportistas. “La gente no durmió como tres días. Fue un gran acontecimiento”.
Esa noche, el gran músico Eladio Martínez se encerró y les compuso un tema, cuya letra dice: “Okapúma Perú, boliviana okapu, campeona chilena okapúma avei, argentina okapu, ha ipahápe Brasil, okapúnte avei”.
Amante del deporte desde pequeña, María Teresa era capitana del equipo de básquetbol del club Olimpia. “Fui la primera capitana que llevó al campeonato al club Olimpia en ese deporte; fui reina, goleadora del Olimpia”.
Ñeca, luego de ser maestra normal, estudió el profesorado en Educación Física. “Luego, con los años, me especialicé en adultos mayores. Hice cursos en EE. UU. y México”. Madre de Ana Cristina, tiene tres nietos, su principal galardón. Hoy, con casi 80 años, es instructora de gimnasia para adultos mayores y es voluntaria en el geriátrico del IPS. “Enseño hidrogym, gimnasia terapéutica y recreación para las abuelitas. Con mucha lucha, porque la edad no viene sola; tiene sus complicaciones, pero ese es justamente el mensaje que quiero dar, sobre todo a los jóvenes. Ikaigue ñande mitâkuña ha mitârusu kuéra. Dedíquense al deporte. No van a ganar dinero, pero da tantas satisfacciones”, concluye.
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