El obispo de la diócesis de San Lorenzo, monseñor Hermes Joaquín Robledo, quien presidirá la misa central prevista hoy a las 08:00, señaló que durante el novenario los sacerdotes predicadores buscaron orientar a los jóvenes para producir frutos en la familia y la sociedad. Esos frutos que Dios espera de nosotros se refiere a acciones de una vida auténtica y coherente con el Evangelio.
El prelado habló de San Lorenzo como ejemplo, que fue un diácono joven de la Iglesia, que se convirtió en santo tras sufrir el martirio al arder sobre una parrilla como castigo por haber apostado a los pobres a quienes repartió las limosnas. Señaló que así como en aquella época actualmente estamos viviendo tiempos difíciles y se necesitan personas valientes y solidarias como lo fue San Lorenzo.
Señaló que la vida no está para acumular riquezas a costa del necesitado, más todavía teniendo en cuenta las palabras de Jesús de que hay más alegría en dar, en compartir, que en recibir. El obispo diocesano hace un llamado a vivir de cara a la realidad de hoy.
Habló de la existencia de tantos problemas en la sociedad y ante los cuales la Iglesia misma se hace solidaria con quienes luchan por un país mejor. Recordó que días pasados los obispos del Paraguay, en un comunicado referente al denominado “acta entreguista” de la binacional Itaipú, expresaron entre otras cosas que “aplauden el gesto patriótico del pueblo, que implica estar informado e interesado por el bien común, garantía de salvaguarda de la soberanía nacional”.
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Monseñor Robledo dijo que no se debe apoyar el “secretismo”, ya que perjudica mucho la soberanía, sino que debe primar el amor a la Patria. Dijo que solamente respetando la nueva orden de justicia social, teniendo siempre a la vista los valores humanos y espirituales, Paraguay podrá vivir como una nación libre y soberana. Todos juntos debemos ayudar desde donde nos toque a construir la grandeza y desarrollo del país, indicó.
Mencionó que San Lorenzo no está exento de la corrupción, pero que todo cambio es posible si se abraza la conversión para poder cumplir la voluntad de Dios. Para ello se debe vivir sin olvidar anteponer siempre la dignidad de la persona y el bien común.
