Taumaturgo de los arsenales

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Difícil sería resumir en unas pocas páginas la extraordinaria labor realizada por el capitán de Navío José A. Bozzano durante la Guerra del Chaco; imposible referirse en detalle a sus múltiples y, para entonces, excepcionales logros. Pero más arduo aún resultaría tratar de evaluar la enorme deuda contraída por el país con ese gran científico, ese patriota ejemplar, humanista y políglota, quien, pese a las innúmeras dificultades y a la condicionante carestía de la época, fue capaz de proveer a nuestro Ejército del Chaco de los elementos indispensables para la defensa.

Admirable labor esta, en la que la improvisación, el ingenio y el alto espíritu patriótico suplieron la angustiosa carencia de medios y elementos. Merced a ella, el capitán Bozzano ha ingresado con paso firme y seguro en nuestra historia; ha trascendido las fronteras estrechas de los partidos políticos para adquirir contornos nacionales y merecer el justo título de Benemérito de la Patria. En su condición de tal, cumpliendo un deber de justicia, le rendimos con este artículo un modesto homenaje de gratitud.

Rastreemos pues en el devenir de sus días, en aquellos años inciertos y convulsos en que nuestro país pugnaba por hallar derroteros que lo redimieran de la anarquía y del atraso. Albores de siglo, signados por revueltas y cuartelazos que anulaban implacablemente los esfuerzos de los patriotas auténticos y favorecían la paulatina infiltración boliviana en nuestro Chaco.

En una de las treguas políticas de aquellos años tumultuosos, el Gobierno hace un intento de reorganizar el Ejército y la Marina, y reiniciar las actividades del otrora pujante arsenal de Don Carlos A. López, devastado por los aliados. Para el efecto, a fines de 1908, con una partida de armas, llega al país un moderno equipo de máquinas y herramientas, adquiridos en Alemania por el capitán de Fragata Manuel Duarte, jefe a la sazón del novel Estado Mayor de nuestro incipiente Ejército.

Fiel a la vocación heredada de sus antepasados genoveses —uno de ellos técnico del arsenal de López—, el joven José Bozzano, totalmente ajeno a los avatares políticos, trabajará desde 1908 hasta 1912 en dependencias del Arsenal-cué, como se denominaba entonces a lo que creó Don Carlos Antonio López.

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La reorganización de nuestro Ejército y Marina, iniciada por el capitán Duarte y sus colaboradores: capitán de Fragata Ayala, capitanes Schenoni, Chirife, Nardi, Rojas, capitán de Corbeta Peña, teniente de Navío López Decoud y otros, es bruscamente tronchada por la revolución del entonces mayor Albino Jara.

Duarte parte al exilio para no regresar. La anarquía lo corroe todo. No obstante, un técnico chileno, el capitán de Corbeta ingeniero maquinista Cerda Salas, contratado por el Gobierno en 1909, logra instalar las máquinas y los equipos comprados por Duarte, en el edificio de fundiciones del antiguo Arsenal y, paralelamente, organiza un taller con el fin de atender las necesidades de la institución.

De ese taller surgirá luego la primera Escuela Naval de Mecánicos, que funcionará hasta 1912, en que otra revolución paralizará toda iniciativa.

Por fin, en 1917, se tratará nuevamente de dar forma al Arsenal. Ese mismo año se crea la Dirección de Material de Guerra, que a su vez crea la Sección Arsenales de Marina. Es designado jefe de la misma el capitán de Corbeta Leocadio Esquivel y encargado de los rudimentarios talleres, el joven Bozzano.

Para entonces este ya había revistado como oficial embarcado en el “Constitución”, el “Independencia”, el “Libertad” y el “Capitán Cabral”.

Poco después de asumir el cargo, Bozzano, como si intuyera la magna misión que le estaba reservada por el destino, funda la Escuela de Grumetes Mecánicos, génesis de la Escuela de Especialidades del Ejército y la Armada, que tan trascendente labor cumplirá durante la Guerra del
Chaco.

A poco de su creación, la Escuela comienza a dar pujanza al Arsenal. Ayudado de sus grumetes, Bozzano construye el barco “Ygurey”, diseñado por él mismo en colaboración con su padre, la nave “Teniente Fariña” y reacondiciona algunas de las pocas embarcaciones existentes.

En 1918 llega de Alemania el ingeniero alemán Neuman y de inmediato es nombrado jefe del Arsenal. Poco después, esta institución, a sugerencia de Bozzano, será denominada Arsenales de Guerra y Marina y dejará de depender de la Dirección de Material de Guerra para pasar a ser una dependencia del Departamento de Marina. Era entonces ayudante del mismo el guardiamarina Manuel T. Aponte, otro de los grandes propulsores de nuestra actual Armada.

Entre tanto, la Escuela de Grumetes Mecánicos va cumpliendo una importante labor. Vivamente interesado en su desarrollo, el entonces Ministro de Guerra y Marina, coronel Chirife, la visita frecuentemente, prestándole todo el apoyo
posible.

Consciente de las dotes excepcionales de su joven director, Chirife gestiona una beca con el fin de que este siga cursos en el extranjero.

Una mañana de noviembre de 1919, Bozzano recibe la orden de partir sin pérdida de tiempo a los Estados Unidos, donde estudiará Ingeniería Naval en los cursos que se dictan especialmente para los oficiales de la Marina norteamericana.

Oportunamente, Bozzano, que además era alumno del tercer año de Derecho, había seguido cursos de cálculo diferencial, cálculo infinitesimal e integral y poseía el inglés.

En diciembre del mismo año comienza sus estudios en el Instituto Tecnológico de Cambridge, Massachussets. La beca es estrecha —noventa dólares— y, al mes de llegar, Bozzano queda sin fondos, con el agravante de que entonces las comunicaciones entre los Estados Unidos y nuestro país se demoraban cuarenta días. No obstante, sortea las dificultades y prosigue regularmente sus estudios.

En Cambridge tiene por condiscípulos a oficiales de graduación muy superior a la suya de guardiamarina; pese a ello, se integra perfectamente al grupo en el que pronto logra cierto prestigio por sus notorias condiciones. Pero Bozzano no pierde tiempo en cultivar amistades, aun cuando las hizo y muy buenas, en las jornadas de trabajo. Dispuesto a aprovechar al máximo la oportunidad que se le brinda, estudia con tesón, graduándose brillantemente de ingeniero y arquitecto naval, en 1924.

Mientras tanto, nuestro país vuelve a ser sacudido por una cruenta guerra civil —años 1922-1923—, que asola la República, haciendo oscilar las instituciones. Afortunadamente, ello no impide a Bozzano culminar sus estudios.

Una vez concluidos estos, sigue cursos de posgrado en Ingeniería Aeronáutica, obteniendo el Máster en 1925.

Lejos estarían de imaginar sus profesores que la tesis, afanosamente elaborada por el estudiante paraguayo —los Cañoneros—, habrían de constituirse años más tarde en uno de los puntales de la defensa del lejano país latinoamericano.

Tras recibir su Máster, cumpliendo órdenes, Bozzano se presenta en la Quinta Base Naval de Virginia y en la Base Aérea de Wilwbay Sport y comienza un intenso entrenamiento de vuelos. Posteriormente, recorre otras importantes bases donde, entre otras cosas, se familiariza con las instalaciones de periscopios.

Pero su país lo necesita y se lo hace saber. Bozzano regresa de inmediato con el mismo gastado uniforme con que partió —la beca no da para más—, pero en el portafolios trae los títulos y certificados que acreditan su brillante carrera. Y, como algo muy precioso, afán que le espiga el alma, hijo dilecto de su inteligencia y alto espíritu patriótico, los planos de los Cañoneros que, con visión profética, elaboró para el país.

A poco de llegar al Paraguay, sus superiores le entregan la Dirección del Arsenal, que se hallaba en situación harto precaria: no había técnicos, ni ingenieros ni dibujantes. Los antiguos cobertizos de Don Carlos A. López no se adecuaban ya a las nuevas exigencias de la técnica. No había varadero, ni talleres ni máquinas para trabajos pesados. La playa del Arsenal-cué era baja, inundable y nada se podía hacer en ella.

Durante meses Bozzano estudia la ribera del río Paraguay, desde Villa Hayes hasta la vuelta del Ytororó. Por fin, tras sopesar todas las posibilidades, presenta un voluminoso informe en el que hace hincapié en dos puntos, urgentísimos para su criterio: trasladar los arsenales a Puerto Sajonia y asegurar la protección de nuestro río, dada la inminencia de la guerra con Bolivia.

Bozzano, Estigarribia, el presidente Eligio Ayala y otros espíritus lúcidos de la época no se engañan; saben que la guerra es solo cuestión de tiempo; por eso, Bozzano incluye en su informe los planos de los Cañoneros, que él sabe imprescindibles para la defensa.

Su tesis sobre el traslado de los arsenales es aceptada de inmediato y en 1927 estos son instalados en el amplio predio donde actualmente se encuentran. Solo había entonces en él restos de un antiguo astillero: dos galpones de piso de tierra y dos piezas de 5 x 5.

Se compran las máquinas y elementos del Astillero Scala, se contrata al mismo Scala en calidad de jefe técnico del varadero y se comienza la construcción de las nuevas instalaciones.

Los trabajos exigen un ritmo de catorce a diez y seis horas diarias de labor. Eligio Ayala, consciente de la importancia de la obra, no regatea los medios necesarios para su culminación.

Este es, en breve síntesis, el inicio de los Arsenales que tanta gloria adquirirían durante la Guerra del Chaco, realizando proezas inimaginables. Más de cuatro promociones de oficiales navales dedicarán los primeros años de su carrera a la ardua labor de darles forma.

Entre tanto, las noticias del Chaco son cada vez más alarmantes. Bolivia, que había aprovechado la última guerra civil para penetrar de lleno en nuestros territorios, se reitera en desplantes.

Especialmente enviado por Eligio Ayala, el general Schenoni ya se encuentra en Europa, comprando armas para el país; día a día se hace más acuciante el dominio de nuestro río.

Eligio Ayala no ha tirado en saco roto el informe de Bozzano sobre la urgencia de adquirir buques de guerra que, a más de proteger nuestro río, aseguren la defensa antiaérea de los puertos y el servicio logístico, en caso de guerra.