Padres con hijos adolescentes: una relación para crecer

Si hay una época en la que los padres atraviesan con dificultad la adolescencia de sus hijos es en vacaciones, un tiempo libre en que les gustaría que los chicos compartieran más cosas en familia, pero ellos siempre tienen otros planes.

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Teóricamente la adolescencia tiene un periodo de inicio y final que va desde los 10 a 16 años. “En nuestra sociedad empieza muy temprano y acaba muy tarde. En esta etapa los adolescentes empiezan a calibrar su autonomía”, expresa la Lic. Gabriela Casco. Con el avance de la vida virtual los padres no deben quedar excluidos “y han de controlar con quiénes hablan, en qué grupos están, quiénes son sus amigos, qué páginas visitan; controlar aunque genere problemas y enojos. Si quieren un celular tienen que ser capaces de mostrar su vida en él a sus padres, que somos los que seguimos siendo responsables de su seguridad e integridad”.

-¿Cómo acompañar la adolescencia de los hijos?

La sociedad actual endiosa la adolescencia y todos quieren formar parte de ella. Los adultos fantasean con más derechos que obligaciones: libertad, juventud, rebeldía, en una falsa creencia de que es la etapa más feliz. Según la psicoanalista francesa Françoise Dolto, “es un verdadero purgatorio”, se dan todo tipo de crisis existenciales con más intensidad: ansiedad, suicidio, drogas, fracasos amorosos, escolares, familiares. Por otro lado, Laura Gutman en su libro La familia ilustrada, dice: Si los adultos comprendiéramos que los adolescentes necesitan autorregularse entre ellos, permitiríamos que se junten más, convivan más entre pares, resuelvan más y mejor sus asuntos, facilitaríamos las cosas. No debemos suponer que la adolescencia es sinónimo de dolor de cabeza. Si han sido niños amados y acompañados armónicamente, la adolescencia transcurrirá con separaciones saludables, cortas y confianza establecida, y, todo lo contrario, si han sufrido abandono emocional.

-¿En qué deben cambiar los padres para educar mejor?

La educación básica se sigue aprendiendo en casa. Lo que no se puede cambiar es el respeto a los mayores, valorar la familia, la amistad, todo eso lo aprenden indirectamente de nuestras actitudes como padres. A veces se confunde educar con criar, no es lo mismo, se cría un perro o un gato, educar es un arte de amor, de límites, buenos ejemplos.

-Uno de los desafíos actuales es lograr que compartan momentos en familia.

Anteriormente los adolescentes enfrentaban a los padres, hoy día más bien huyen de los adultos. Esto es normal en la adolescencia, pero cuando se vuelve crítica la falta de contacto humano, se ha atrofiado el ejercicio del diálogo en familia. Esto ocurre en parte por culpa de los estimulantes virtuales que hacen más llevadera la soledad y en los cuales pueden encontrar (no solo los adolescentes) temas “a la carta”. Para ganar esta pulseada a la tecnología tenemos que lograr que las conversaciones sean interesantes, y esto comienza por preguntar y escuchar lo que los hijos tienen para decir, cuáles son sus gustos e intereses, hablar de lo que ellos quieran, pero evitar preguntar al estilo detective.

-¿Cómo manejamos los enojos y encierros, respuestas monosilábicas?

El celular, la televisión, los juegos y las series forman parte de un encuentro consigo mismo y, en su defecto, es una evasión de la realidad. En ese mundo ellos digitan qué hacer y deciden qué ver y consumir. Si bien no es en absoluto un aprendizaje social como lo sería una actividad deportiva, artística, incluso laboral o comunitaria, son formas de crear un mundo subjetivo, una forma de soportar la soledad que les genera la separación del mundo adulto donde no tienen cabida; este quiebre necesario que aparece es para crear su nueva identidad, totalmente diferente a la de la infancia y que sí tenía mucho que ver con los gustos y formas de pensar de los padres. Por eso también aparecen respuestas indiferentes, soberbias, falta de consideración hacia lo que les proponemos los adultos. Ante esto podríamos accionar (y no reaccionar) asignándoles pequeñas responsabilidades en el hogar o en la comunidad. Lo que necesitan estos adolescentes es enfrentar auténticas responsabilidades para salir de esa nube virtual que los eyecta de la vida real, a la cual van a arribar tarde o temprano, y es mucho mejor llegar preparados que ignorantes de una realidad que deberán enfrentar.

-Muchos padres pierden en esta etapa el contacto con los hijos.

Lo desconocido da miedo. Cuando perdemos el contacto los hijos, se vuelven desconocidos. A veces provocar es la única manera de contactar, aunque sea de una manera negativa y aparecen los síntomas: portazos, gritos, malas palabras, golpes. Los adolescentes no deben creerse el ombligo del mundo. Hay que abrirlos a realidades nuevas, otros estilos de vida, todo eso los prepara para la adultez, o si no somos cómplices de futuros desengaños en la vida, los sobreprotegemos, les evitamos la oportunidad de errar, sobre todo de frustrarse, que es, al final, la clave de toda educación.

-¿Es efectivo mostrarse severo en estos tiempos en que el concepto de violencia abarca hasta lo mínimo?

No se puede educar sin autoridad. La autoridad aparece en las relaciones asimétricas, en este caso, padres e hijos. Hay que delimitar bien los lineamientos de este rol, con una comunicación basada en el respeto y la claridad de objetivos de cada uno. Si esto se diluye en vacilaciones o temor a que el otro se enoje y no nos quiera más, la autoridad se pierde y aparece el autoritarismo o la orfandad. Educar con autoridad es ofrecerles recursos cognitivos y afectivos para manejar sus emociones, orientarlos en el desarrollo emocional, espiritual, es preciso preguntar, reglamentar, dialogar, llevar una vida ética y moral con acciones y actitudes en la vida cotidiana. Estas son funciones que los padres no pueden delegar. Educamos todo el tiempo, para bien y para mal, y en la adolescencia es cuando se cosechan esas actitudes. Los padres somos los responsables de la educación, nadie más, ni el colegio, ni la sociedad, ni los amigos.

-Tantas veces queremos obligarlos a demostrar amor a la familia

Para que el adolescente ame a su familia, tiene que ser un lugar donde cada uno pueda desplegar su personalidad sin miedos, pero dentro de límites y reglas establecidas. Cuando una madre asume su maternidad sin renunciar a su identidad como persona, profesional, mujer y no se victimiza por hacer “todo por su familia”, los hijos pueden ver que la familia no es una limitación, no es un estado de esclavitud donde se pierde la felicidad, sino que es una fuente de motivación para salir adelante. Los padres deben ser amables, no condescendientes. Tienen que encontrar la forma de conciliar su identidad paternal y maternal con su identidad personal, para que los hijos quieran identificarse con ellos, admirarlos, respetarlos, sentirse seguros. Así, los padres serán un refugio, un referente al que acudir cuando se sientan confundidos o desolados. No pasa por sugerir o imponer el amor, sino por ganárselo.

-¿Cómo definir al adolescente?

El adolescente fue el niño que hasta hace poco nos idolatraba, que alzábamos a upa y se calmaba en nuestros brazos. El que confiaba plenamente en nosotros y nos amaba incondicionalmente, nos consideraba perfectos. Pero ahora nos ve humanos, con defectos, sin saber cómo arreglar ciertas situaciones. A veces esto lo enoja y nos pueden herir con palabras. Ya no podemos darles solo abrazos, ahora hay que hablarles de otra manera, con la verdad, con seguridad y muchas veces frustrarlos. Este es el desafío de los padres, soportar que se enojen, no tener miedo a perder su admiración, ya que es mejor que perdamos eso a que los perdamos a ellos. A veces los veremos cargados de una identidad que no nos gusta, con tatuajes, ropa extraña, tomando alcohol, mostrando su valor, sus conquistas, pero en el fondo siguen siendo aquellos niños que por las noches corrían a nuestro abrigo temerosos por una pesadilla. Volverán a correr hacia nosotros por otras pesadillas y nos van a pedir una luz de sabiduría para despertar y seguir adelante. Tengamos fe en ellos, preparémoslos para ser adultos sin cohibir la diversión y creatividad. En su adolescencia, también cambiamos nosotros. Hay que amarlos en todo momento, contenerlos, protegerlos del mundo y otras veces de ellos mismos, esa es nuestra misión como padres.

lperalta@abc.com.py

 

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