LONDRES (EFE, AFP). Fue un acto sobrio, de escala reducida a causa de la pandemia, sin sermón ni discursos de familiares o allegados -pues solo hablaron el deán de Windsor y el arzobispo de Canterbury- y con curiosos detalles cuidadosamente diseñados en vida por el propio príncipe Felipe.
Entre algunos toques personalizados de este evento histórico, precedido por un cortejo fúnebre con fuerte presencia de las Fuerzas Armadas británicas, figuró un altar de nueve cojines decorado con insignias muy significativas para el difunto.
Entre ellas, medallas y condecoraciones que le fueron asignadas por el Reino Unido y países de la Mancomunidad Británica de Naciones (Commonwealth) , junto con la insignia alada de la Real Fuerza Aérea (RAF) o las insignias de Dinamarca y Grecia -Orden del Elefante y Orden del Redentor respectivamente-, en un guiño a su infancia como príncipe de Grecia y Dinamarca.
El resto de invitados vistieron de civil, rompiendo con la tradición que normalmente obliga a llevar uniforme militar en funerales reales. Un medida adoptada por la monarca para evitar, al parecer, que su nieto Enrique quedara excluido de esa etiqueta protocolaria.
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El hijo menor de Carlos de Inglaterra y la fallecida Lady Di perdió sus títulos militares cuando en 2020 decidió apartarse de sus funciones como miembro de la realeza para llevar una vida independiente, fuera del Reino Unido, junto con su esposa, Meghan Markle.
Los varones llevaron abrigo negro, con medallas e insignias mientras que las mujeres vistieron atuendos de día.
En la ceremonia, el deán de Windsor, David Conner, el único que tomó la palabra junto al arzobispo de Canterbury, Justin Welby, recordó los rasgos que caraterizaron al duque, que era reconocido por “su amabilidad, humor y humanidad”.
También el cortejo fúnebre que precedió al servicio religioso llevó la firma inconfundible del duque. Su fuerte vinculación con lo militar quedó manifiesta desde el comienzo de la procesión.
De hecho, antes de que el cortejo comenzara a moverse, guardias de la Caballería y Guardias a pie ocuparon sus posiciones en el parterre del castillo de Windsor, y fue la Banda de la Guardia Granadera, de la que el príncipe fue coronel durante 42 años, la encargada de liderar la procesión, seguida de altos mandos del Ejército.
El duque gozó de una distinguida carrera en la Marina británica y pese a que dejó el servicio activo en 1951, siempre continuó muy conectado a la vida militar durante su vida pública.
Otro de sus deseos se tradujo en el coche fúnebre, un vehículo híbrido Land Rover que desplazó sus restos mortales a la capilla desde el castillo, y que fue diseñado por el propio duque junto con esa casa de automoción.
Los restos mortales del duque de Edimburgo serán inicialmente depositados en el panteón real bajo la capilla de San Jorge, pero cuando Isabel, la monarca británica fallezca, se le trasladará a la capilla conmemorativa del rey Jorge VI, así el matrimonio yacerá en el mismo sitio.
