Para 'Hambre de patria', el historiador español utilizó como fuente principal los epistolarios del exilio, algunos de ellos inéditos, de personajes que desempeñaron un papel relevante en la II República (1931-1936) y la Guerra Civil (1936-1939), como Azaña, Indalecio Prieto, Largo Caballero, Américo Castro o Sánchez Albornoz.
En una entrevista con EFE, Fuentes destaca que esa autocrítica necesaria se resume en el título de las memorias de un dirigente socialista, Juan Simeón Vidarte, publicadas en México: 'Todos fuimos culpables'".
"Las cartas entre exiliados son fundamentales, porque en ellas se observa que la autocrítica y los sentimientos de reconciliación eran sinceros y que estaban inspirados en eso que Azaña llamó 'la musa del escarmiento'", comenta el historiador.
En relación al título, Fuentes destaca que fue Indalecio Prieto quien habló del "hambre de patria" que sentían los socialistas españoles en el exilio, "aunque la expresión se podría aplicar también a otros sectores".
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El autor distingue entre "un exilio intelectual que tuvo su epicentro en México, por la calurosa acogida de este país y de su gobierno a los exiliados españoles y que lo convirtió en el principal centro de producción cultural de la diáspora republicana; y un exilio obrero -socialista, comunista y anarquista-, radicado principalmente en Europa, sobre todo en Francia".
Opina Fuentes que "la izquierda obrera fue más crítica con la II República que los republicanos de pura cepa, para los que la República era irrenunciable y sagrada".
En cuanto a las divisiones internas, la principal línea divisoria fue la que separó a la izquierda española en comunistas (y compañeros de viaje) y anticomunistas, muchos de ellos víctimas del estalinismo soviético durante la Guerra Civil a través de sus terminales en España.
La diáspora republicana encajó la falta de apoyo internacional en contra del dictador Francisco Franco para restituir la República después de la II Guerra Mundial con "un inesperado baño de realidad, a partir del cual tuvo que ajustar su estrategia".
Los republicanos tenían la esperanza de que igual que la victoria de los aliados suponía el fin de Hitler y Mussolini, también supusiera el final de Franco, pero no fue así.
En ese contexto, ahonda el historiador, la izquierda obrera –los socialistas, principalmente– fue más pragmática que los republicanos, muchos de los cuales se aferraron al mito de la República, mientras que "otros sectores de la izquierda se mostraron dispuestos a renunciar a la República a cambio de volver lo antes posible a España".
De ese cambio de actitud surgió el pacto de San Juan de Luz, en 1948, entre monárquicos y socialistas, que acabó en "papel mojado", pero que señaló una nueva hoja de ruta con un largo recorrido por delante.
Tras la muerte de Franco, la Transición (periodo desde la muerte del dictador hasta la restauración de la democracia) fue "un pacto en el que todo el mundo cedió y, por tanto, habría sido contrario a su naturaleza que se hubiera impuesto plenamente el proyecto del exilio", señala Fuentes.
La memoria histórica es un concepto completamente ajeno al lenguaje de los exiliados, a los que les hubiera resultado extraño y hasta sospechoso, agrega.
En cuanto al laicismo, el socialista Luis Araquistáin afirmó en una conferencia titulada 'Algunos errores de la República' que el régimen republicano fue muy poco realista en su actitud hacia el ejército y la Iglesia y que esa falta de realismo se volvió contra él.
Azaña lo dirá si cabe más claro y antes que nadie: "la República había fracasado y volvería a hacerlo si se intentaban restaurar los principios que fracasaron entonces", y, según el presidente republicano, "en el futuro habría que 'fundar algo nuevo', que es lo que se hizo en la Transición", concluye el historiador.
