Durante el novenario, ya se escuchan las palabras de los sacerdotes que denuncian la corrupción y la falta de empatía del gobierno hacia su pueblo. Comentan que no hay insumos en hospitales y se refieren a la falta de trabajo digno para todos. No hay temas que no se tocan. Señalan la educación mediocre, la falta de justicia, las invasiones y desalojos a indígenas y campesinos. Se quejan de la inseguridad y la gran injusticia social en la mala distribución de la riqueza.
Caacupé es el punto donde los obispos se convierten en la voz de los que no tienen voz, en el grito de los oprimidos y los pobres que no son escuchados por sus gobernantes. Por eso, cada 8 de diciembre, esperamos esos discursos reales y muy conmovedores.
Es una lástima que el Presidente haya estado ausente en la ocasión, porque es bueno que asista como paraguayo y como primer magistrado. Así puede medir la temperatura política y conocer el sufrimiento de su pueblo. Si va a figuretear en las canchas abrazando a los jugadores porque no aparece en Caacupé para abrazar a su pueblo y estar cerca para un mejor acompañamiento. Parece que no le importa la gente que lo voto, que puso en su persona toda la confianza en que mejore el Paraguay. Cuando la gente no es escuchada, se decepciona y tal vez, ya no dará su voto a estos personajes nefastos.
En tiempos de elecciones y si son muy amables y llegan a compartir en tu casa hasta un almuerzo y se sacan fotos para el marketing. Vale todo. Con tal de conseguir el triunfo y luego, se olvidan de esas personas. No hay que caer más en este juego sucio de vender el voto y soportar 5 años de sufrimiento. Vender el voto es lo peor que hay. Es vender tu conciencia y tu dignidad. Vender los sueños y las ilusiones de los jóvenes, de los niños y la tercera edad. Es un acto vil y vergonzoso. Porque estos personajes que se reciclan permanentemente tienen el poder de burlarse de sus votantes. Hacen lo que quieren.
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Roban escandalosamente y se pasean por todo el mundo con el dinero del pueblo. Viven como emperadores en residencias fastuosas, se mueven en autos lujosos, viajan en primera clase y compran estancias y ganados. Van a París a comprar perfume y lencerías costosas para sus amantes, a quienes les festejan sus cumpleaños con champagne y les ponen guardaespaldas en el gimnasio. Así se ríen de un pueblo pobre e ignorante. El tango se baila de a dos y nosotros somos culpables de vender los votos y luego ser sometidos salvajemente. Todos los santuarios deben ser cajas de resonancia donde se oye el clamor popular como Caacupé. Mientras ellos viajan por el mundo, nosotros debemos reflexionar y despertar. Ellos siempre actuaron así.
Ninguneando a la gente humilde. Pero pronto habrá una implosión ya que tanta impotencia duele y acumula bronca en el interior. Como un volcán el pueblo puede explotar por tantos abusos e injusticias. Puede decir basta como ocurrió con la Revolución Francesa hace 236 años. Y la libertad puede dar su grito por las calles, poniendo fin a décadas y décadas de injusticia.