Ciertamente que el escenario que nos toca vivir hoy, aquí y ahora, absolutamente no es nada alentador, se puede concluir fácilmente que la actual sociedad le ha dado la espalda a la vida, al soporte vital de la que dependemos más de 7 mil millones de personas que habitamos el globo. Nos atreveríamos a decir incluso que el sentimiento de la presente cultura lleva impreso un cliché de desprecio por la vida.
Franklin Roosevelt, ha dejado una de esas frases lapidarias, que a propósito debería de ser motivo de profunda reflexión tanto por encumbrados líderes, como del ciudadano que lleva el anhelo de ver mejorado las condiciones actuales de la vida: “La nación que destruye su tierra, se destruye a sí misma. Los bosques son los pulmones de nuestra tierra, purifican el aire fresco y dan fuerza a nuestro pueblo.
Cuánto esfuerzo hemos invertido para tener como resultado la expoliación de nuestros bosques, el empobrecimiento de nuestros suelos y la contaminación de nuestras aguas. Con la constatación y el recuento de tal devastación, interpelamos a la presente generación de hombres y mujeres para detenernos ante el gran horizonte que hemos creado, fruto de un concepto erróneo de plantear el tan mentado desarrollo.
De esta manera, ante el pavoroso espectáculo ambiental que nos toca vivir, la gran pregunta interpelante que aflora es ¿cómo hemos llegado a esta realidad, ante la cual da la impresión de que el volumen de la problemática sobrepasa los medios y recursos de la que disponemos para hacer frente a la realidad?
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El ecocidio en la que estamos sumergidos en todos los niveles –global, regional, nacional, local- es un grito lacerante de la cual no podemos sustraernos, no existe muchas opciones, o mejor dicho existe una, la más congruente y sensata: mirar cara a cara la problemática, y sin acobardarnos enfrentar de manera competentemente la realidad, a fin de minimizar el insoportable legado que nos disponemos a trasferir a la generación de nuestros hijos y nietos.
Paraguay prácticamente ha perdido toda su riqueza de recursos verdes, asimismo ha pervertido la pureza de sus arroyos y ríos, ha expoliado la base de sus recursos genéticos, en fin da la impresión de que todo lo hemos hecho mal. Ante estas realidades, la imagen que aflora es la de un hombre perdido que va caminando apretándose la cabeza, golpeándose el pecho y que se pregunta constantemente ¿qué hemos hecho de la vida?