!Qué trumpada!

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El Partido Demócrata de los Estados Unidos hizo muy buen intento de instalar un gobierno de ese signo político en la Casa Blanca por tres períodos consecutivos, algo no muy usual en aquel país, además de intentar ubicar en el sillón presidencial a la primera mujer, luego de hacerlo con el primer presidente de color.

Donald Trump echó por tierra ese sueño demócrata de hacer historia con los tres elementos: 3 victorias consecutivas, primera mujer presidente, que sucede al primer presidente negro, ambos demócratas. Bastó que Trump se hiciera cargo también del sueño, pero del sueño de otras personas de castigar a la clase política.

Para mí la sorpresa no es que haya ganado Trump, puesto uno de ellos debía ganar y otro perder; la sorpresa es que la ciudadanía norteamericana se haya pronunciado por primera vez en mucho tiempo por sus propios intereses, dejando de lado o ubicando en menor escala la tradicional preocupación estadounidense por la suerte del mundo. La mayoría se centró en sus propios problemas y se olvidó de los problemas del planeta, al menos en el momento de votar.

En ese sentido creo que Barack Obama es el gran perdedor al abandonar la jurisdicción puramente institucional de la presidencia para salir a comprometer su prestigio consagrado en los terrenos movedizos de una campaña electoral partidista. Tomar partido es muy común en los presidentes norteamericanos, pero mojar la camiseta no lo es.

La prensa y las encuestas volvieron a recibir otra lección con este resultado. Mientras no se sepa científicamente qué pasó con las investigaciones sociales sobre intención de votos y con los filtros de credibilidad de los grandes medios, quedaremos con la amarga sensación de habernos tragado partículas de manipulación electoral, aunque haber escuchado a Donald Trump en campaña no fue lo mismo que escuchar las demasiadas repetidas versiones sobre sus negativas cualidades.

Finalmente el que recibe la gran lección es el establischment político del país, al calibrar mal las formas del adversario como una vulgar y ridícula actitud, sin posibilidad alguna, por salirse de esas hormas, que han venido dando resultados precisos hasta el momento. En otras palabras, ni la poderosa estructura del poder norteamericano está excenta de la contaminación populista y nacionalista que conjuga los resíduos de expectativas ciudadanas con la inescrupulosa demagogia del telemarketing y una sesgada narrativa de perfiles.

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