La imagen de Daniel Garnero, solo, al borde del campo de juego, observando a la distancia el panorama con una sonrisa en el rostro, evidenció paz, tranquilidad, un peso descargado de años anteriores, en los que convivió con un estigma. Del otro lado del Defensores del Chaco, hacia donde apuntaba la mira del argentino, estaban jugadores, integrantes del cuerpo técnico y auxiliares, festejando la clasificación de Libertad a las semifinales de la Copa Sudamericana.
Sí, Daniel Garnero está en la semifinales, entre los cuatro mejores del torneo. Junto a Barcelona de Guayaquil y Peñarol de Montevideo, tratando de hacer frente a la hegemonía de los brasileños entre ambas copas y, por primera vez en la carrera de DT, buscando una final internacional. El argentino es multicampeón en el fútbol paraguayo: tomó Guaraní y conquistó el torneo Clausura 2016, fue a Olimpia y obtuvo un tetracampeonato y, llegó a Libertad y ganó el torneo Apertura 2021.
No hay dudas que es un extraordinario técnico, a la altura de Francisco Arce. Pero entre 2018 y 2020, Garnero cargó con una mochila pesada, una cruz que en tres temporadas, condenó al estratega y encasilló al mismo a la incapacidad de dirigir o sobrevivir a los partidos decisivos de los certámenes continentales. En tres ediciones con Olimpia, no ingresó a la fase de grupos (2018), fue eliminado en octavos por la Liga de Quito (2019) y perdió ante el humilde Delfín en Para Uno (2020).
Estaba marcado por todos los hinchas franjeados, pero el fútbol, además de siempre premiar con revanchas, también evidencia situaciones. Y una de ellas, que el problema de los fracasos en tres ediciones seguidas, no era únicamente culpa del técnico. Mientras el Decano, con otros Dts, era humillado en Brasil y decía adiós a otra Libertadores con el cuarto peor global de la historia después del 9-2 con Flamengo, Garnero, sentía paz, al borde del campo y un festejo de: “En semis”.
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